Tres semanas después de haber visto cómo una enorme ola golpeaba la central nuclear de Fukushima, Hiroyuki Kohno regresa al lugar del desastre para unirse a los trabajadores que intentan evitar que se produzca una catastrófica fusión en el reactor.
Este controlador de radiaciones de 44 años, que trabajó en la central desde su juventud, aceptó un trabajo que muchos otros ha rechazado, consciente de que esta misión podría ser la última de su carrera.
"Para ser honesto, nadie quiere ir", asegura Kohno, con voz queda, en el centro de evacuación de la ciudad de Kazo, al norte de Tokio, que ha sido su hogar desde el desastre del 11 de marzo.
"Los niveles de radiación en la planta son increíblemente elevados comparados con los normales. Sé que cuando vaya ahora, volveré en condiciones que ya no me permitirán trabajar en una central nuclear".
Kohno abandonó la central en el noreste de Japón poco después de que se produjera el sismo y el tsunami, pero un par de semanas después recibió un correo electrónico que sólo le sorprendió a medias.
"Nos gustaría que venga a trabajar a la central. ¿Puede hacerlo?" decía el texto de su compañía, un subcontratista del operador de Fukushima, Tokyo Electric Power Co (TEPCO).
Soltero y sin responsabilidades familiares, Kohno se sintió obligado a aceptar. "Es un trabajo por rotación, cada vez más difícil, y mis colegas tienen familias a las que quieren volver a ver", explica.
Kohno tiene un padre y una madre, y cuando les contó que retornaba a la central, hizo todo lo posible para tranquilizarlos y decirles que el riesgo era pequeño.
Pero sus progenitores no le creyeron. Su padre, que también trabajó varios años como ingeniero eléctrico en Fukushima Daiichi, le dijo que hiciera lo que le mandara el corazón. La reacción de su madre fue más simple: "Regresa en cuanto puedas".
Kohno apenas empieza a imaginarse las condiciones que le esperan en Fukushima. Pero los recuerdos que guarda del fatal día del sismo y tsunami son imborrables. Ese día, se hallaba en el inmueble de uno de los reactores, cuando todo empezó a temblar.
Al principio, pensó que alguien le estaba gastando una broma. Pero cuando todo lo que le rodeaba empezó a estremecerse y a crujir, se dio cuenta de que algo muy serio pasaba.
"Nunca había escuchado un sonido así en mi vida, y pensé inmediatamente: "Esta vez, el terremoto es enorme"".
"Empezamos a oír a la gente gritar: ‘¡Viene un Tsunami!". Desde la bahía vimos grandes olas blancas que se acercaban hacia la costa. Estaba aterrado", añade.
Se unió a quienes huyeron hacia una colina, y desde ahí pudo ver cómo una ola pasaba por encima del muro de diez metros de alto de la central, y luego la barría.
"Mi familia está indemne, pero muchos de mis amigos han perdido a sus seres queridos", dice.
Mientras todo el país intenta ahora superar el peor desastre sufrido desde la Segunda Guerra Mundial, los trabajadores de Fukushima siguen luchando para evitar un grave accidente nuclear.
Kohno sabe que estará expuesto cada hora a la misma cantidad de radiación que la gente recibe normalmente en todo un año.
"Hay una expresión japonesa: "comemos todos del mismo plato" Ahí tengo amigos con los que he compartido penas y risas. Esa es la razón por la que voy", explica.
"Nos decimos unos a otros que Japón quedó totalmente destruido en la Segunda Guerra Mundial. Ahora, Japón ha quedado destrozado otra vez. Aunque el campo de batalla sea diferente, somos los modernos kamikazes", asegura.
"Nuestro enemigo es ahora diferente. Pero, esta vez, posiblemente sea más aterrador", AFP
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