Nombran jefe militar de Trípoli a un emir vinculado a Al Qaida
Las autoridades rebeldes han confiado a Abdelhakim Belhadj el mando militar de la capital del país. Belhadj es el antiguo emir del Grupo Islámico Libio de Lucha (LIFG, por sus siglas en inglés), incluido en la lista de organizaciones terroristas tras los atentados del 11-S en Nueva York. Formado en los años noventa por libios que regresaban de la yihad contra la Unión Soviética en Afganistán, esta organización nacida con el objetivo de combatir al régimen de Gadafi —incluso intentaron atentar contra Muamar Gadafi y mataron a decenas de miembros de las fuerzas de seguridad en sus primeros años de actividad— fue liderada en sus comienzos por Abu Laith al-Libi, «responsable de campos de entrenamiento de terroristas y enlace entre Al Qaeda y el movimiento talibán», según el diario «Asharq Alawsat».
Conocido en los círculos islamistas como «Abu Abdullah Assadaq», en los últimos años ha pasado de convertirse en un fiero islamistas a héroe de una revolución a la que su organización se unió nada más estallar en Bengasi a mediados de febrero. Los responsables del Consejo Nacional Transitorio (CNT) consultados sobre el nombramiento han asegurado que «no importa su pasado, lo que importa es el trabajo que está haciendo y de momento lo está haciendo bien porque Trípoli está bajo control rebelde». Belhadj vive días de reuniones constantes a las que acude rodeado de su seguridad personal.
Amnistía
El islamismo en Libia fue perseguido por el régimen que encarceló a miles de personas vinculadas con movimientos religiosos. En 2008 el régimen, a través de un programa de reconciliación puesto en marcha por Saif El Islam, comenzó con una política de rehabilitación de islamistas que acabó con la amnistía de muchos de los prisioneros. El propio Belhadj, encarcelado en la temible prisión tripolitana de Abu Salim, fue liberado en 2010 junto a otros 213 presos acusados de islamismo (cien de ellos tomaron parte en la lucha contra Estados Unidos en Irak). En total 705 reclusos se beneficiaron de una amnistía a la que no tuvieron acceso otros 409, según palabras de Saif El islam recogidas en el manual «Combatiendo el terrorismo en Libia a través del diálogo y la reintegración», al que ha tenido acceso ABC. El precio que pagó el LIFG por la libertad fue la renuncia a la violencia contra el régimen en 2009 a través de la publicación de una especie de código por el que accedían a cooperar con las fuerzas de seguridad y renunciaban a la violencia como forma de lucha contra el sistema.
Caza de Gadafi
Los rebeldes no tienen tiempo que perder. La caza de Gadafi se ha convertido en una prioridad y el número dos del primer ministro, Ali Taghduni, aseguró que «sabemos dónde está» y que «vive de agujero en agujero». Realidad o nuevo capítulo de la guerra mediática que mantienen ambos bandos desde el inicio de las revueltas, la figura del líder libio volvió a aparecer en escena el día en que el presidente del Consejo Nacional Transitorio (CNT), Mustafá Abdul Jalil dio un plazo de cuatro días a las ciudades leales a Gadafi para unirse a la revolución, un mensaje directo a Sirte, población natal del dictador donde las dos tribus principales siguen siendo leales al régimen. «Esta es la última oportunidad. El plazo expirará el último día del Aid (festividad del fin del ramadán). A partir del sábado, si no se ha llegado a un acuerdo pacífico, pondremos en marcha la opción militar», matizó Abdul Jalil antes de subrayar su esperanza de no tener que recurrir finalmente a la violencia. Este ultimátum se produce después de varias jornadas intentando alcanzar una solución dialogada al conflicto, un acuerdo que no termina de concretarse.
La guerra del agua
Además del escenario de máxima tensión militar, Sirte es también el centro de la guerra por el agua que sufre el este del país, y sobre todo la capital. La mayor parte del agua que consumía Trípoli llegaba a través del Gran Río Artificial, una red de tuberías que Gadafi mandó construir en los ochenta que transportan el agua desde el subsuelo del desierto del Sáhara. Según un informe del departamento de la Comisión Europea responsable de la Ayuda Humanitaria (ECHO) obtenido por la agencia Reuters «la válvula que permite el transporte de 200.000 metros cúbicos de agua diarios está en Sirte» y las fuerzas gadafistas «la mantienen cerrada» lo que de confirmarse podría ser catalogado de crimen contra la humanidad, según el portavoz del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Rupert Colville. De momento el agua llega a Trípoli en barcos y se distribuye en mezquitas gracias a camiones cisterna. Luego los ciudadanos acuden al templo más cercano para abastecerse.
Mientras las dos libias negocian en Sirte, la OTAN —que ve el diálogo como «alentador»— no ha detenido los bombardeos y nuevamente la localidad natal del Gadafi fue el centro de sus acciones. En las últimas 48 horas los aviones de la Alianza han alcanzado más de treinta objetivos en Sirte y sus alrededores, lo que sirve para allanar el camino a los rebeldes en caso de que el uso de la fuerza sea necesario finalmente el próximo sábado.