AP).- Los hinchas de fútbol que llegan estos días a Brasil para ver a sus selecciones competir en la Copa Mundial, deberán primero abrirse paso por terminales aeroportuarias con obras en plena marcha, pocas señalizaciones, prácticamente sin aire acondicionado y con escasos taxis.
El Mundial se inaugura el jueves, y los aeropuertos se preparan para recibir la oleada de viajantes internacionales en ocasión del máximo certamen del fútbol. Las autoridades insisten en que están listas, pero los pasajeros podrían toparse con aeropuertos desfasados en su cronograma de obras respecto del Mundial.
Es una suerte de “aterrizaje forzoso”.
Tal es el ejemplo de Guarulhos. Si bien el aeropuerto más atareado de Sudamérica dispuso de casi siete años para prepararse desde que Brasil obtuvo la sede del Mundial, la nueva terminal internacional —a un coste de 1.300 millones de dólares— si acaso puede funcionar en un cuarto de su capacidad, obligando que los viajeros desembarquen en una infraestructura de mala iluminación y con el estilo arquitectónico brutalista de los años de la dictadura militar, de hace más de tres décadas.
El lunes, apenas a cuatro días del partido inaugural en Sao Paulo entre Croacia y Brasil, la cola para esperar un taxi en tardó más de dos horas y el tráfico estaba atascado por una huelga de empleados del servicio de metro.
“Pongámoslo de esta manera, no estamos mostrándole al mundo nuestra mejor imagen“, se lamentó Luiz Gustavo Fraxino, consultor de infraestructura aeropuerto en la ciudad de Curitiba, otra de las subsedes del Mundial.
Expertos aseguran que la culpa recae en una mala planificación y la excesiva burocracia gubernamental. Además, el proceso de privatización de los aeropuertos se tardó demasiado para comenzar los trabajos de modernización.
La presidenta Dilma Rousseff ha rechazado las críticas de que el país no estaba preparado y ha recordado sus propias experiencias como jefa de estado, en la que ha quedado atrapada en embotellamientos de tráfico en Londres.
Señala también que la presionada infraestructura es el reflejo de una nación que progresa, a medida que la clase media se expande y que los brasileños antes pobres pueden ahora viajar en avión.
“No estamos construyendo los aeropuertos sólo para el Mundial o para la Fifa“, dijo la mandataria recientemente. “Estamos construyéndolos para los brasileños”.
Para moverse en Brasil, la única alternativa es volar. Este es un país con el tamaño de un continente y carece de conexiones ferroviarias para incluso los 419 kilómetros (260 millas) que separan a Río de Sao Paulo, las dos grandes ciudades.
Tampoco ayuda que Brasil insistió en tener 12 sedes, en vez de las ocho que recomendó la Fifa, algo que el propio alcalde de Río, Eduardo Paes, ahora reconoce que fue un error.
Los visitantes que lleguen a Río comenzarían a sudar casi de inmediato. Pese a que es el invierno en Brasil, las temperaturas rondan los 26 grados centígrados (80 Fahrenheit) en esta semana, y la humedad es cercana al 70%. Y el aire acondicionado en el aeropuerto tiende a fallar.
En Brasilia, una tormenta tropical de 20 minutos bastó para inundar los pisos de linóleo de su flamante aeropuerto, lo que forzó a los viajeros brincar sobre el agua en la terminal. En otras ciudades, los pasajeros deben caminar por debajo de andamios, aglomerarse en las terminales o ver desde lejos las nuevas estructuras que no se pudieron completar a tiempo para los ensayos respectivos.
Las comodidades disponibles en otros aeropuertos, como los enchufes eléctricos o una red Wi-Fi que funcione son difíciles de encontrar. Los viajantes que no hablen algo de portugués pueden tener dificultades para entender a las autoridades locales. No hay muchos anuncios en otros idiomas, ni impresos ni en los altavoces.
No es sólo una cuestión de fastidio o falta de comodidades. Una investigación de la agencia protectora del consumidor encontró irregularidades como salidas de emergencia que estaban bloqueadas, extinguidores de fuego cuyas fechas de expiración habían vencido y orinales averiados.
Alex Lima, un empleado de seguridad de 31 años, quien labora en plataformas extractoras de petróleo, dijo que el aeropuerto de Río ya no da más abasto, incluso cuando no se monta una cita deportiva internacional de la magnitud del Mundial.
“Estoy aquí dos veces el mes por cuestiones de trabajo, así que soy inmune a la locura”, dijo Lima, al esperar por un vuelo rumbo a Sao Paulo. “Pero para la gente que nunca ha estado aquí y está acostumbrada a aeropuertos ‘normales’, esto debe ser traumático”.
Y si los visitantes piensan que todos esos problemas se mitigarán con la hospitalidad de los brasileños, se llevarán una sorpresa.
En un reflejo del ambiente arisco en el país —seis de cada 10 brasileños en un sondeo reciente realizado por el Pew Research Center dijeron que albergar el Mundial fue una mala idea porque captaba recursos que debieran emplearse para la salud y educación— si acaso hay colgado un par de pancartas colgantes alusivas al torneo y un muñeco gigante de la mascota, Fuleco.
Pero sobran los porteros vestidos con camisas de color marrón que tratan de convencer a los turistas para cambiar ilegalmente dólares y euros por reales.
Recientemente, una holandesa que viajó a Sao Paulo para alentar a su selección en el Mundial quedó patidifusa cuando los funcionarios migratorios se llevaron su pasaporte para revisarlo sin darle ningún tipo de explicación en inglés. Otros tres hombres jóvenes corrían de un lado al otro preguntando a otros pasajeros por dónde debían dirigirse para tomar una conexión a Río de Janeiro.
“Estamos felices de que estamos viajando con una amiga que estudió aquí, caso contrario estaríamos perdidas”, dijo Christina Gubitosa, quien viaja con un grupo de amigos de Filadelfia.