El serbio Novak Djokovic demostró hoy que sigue siendo el tenista
abrumador de 2011 al ganar el Abierto de Australia, su quinto trofeo de
Grand Slam, en una épica final.
El número uno del mundo se impuso a Rafael Nadal por 5-7, 6-4, 6-2, 6-7 (5-7)
y 7-5, su séptima victoria consecutiva en una final ante el
español. Con cinco horas y 53 de duración, fue la definición de Grand
Slam más larga de todos los tiempos y la primera disputada bajo techo.
Una final dramática, de tenis irregular, pero emotiva y muy “mental”. Un
partido que se jugó en condiciones duras e inusuales. Primero, por el mucho
calor, alta humedad, nada de viento y las gaviotas sobrevolando el estadio, a
veces ingresando a él, a la caza de los escarabajos y polillas que saturan las
noches veraniegas de Melbourne. Luego, porque el tramo final se disputó con el
techo cerrado.
En ese ambiente cargado se jugó el primer set, un parcial de una hora y 20
minutos de duración en el que Nadal fue capaz de seguir ese plan que se había
propuesto desde el 12 de septiembre de 2011, la última vez que jugó y
perdió con Djokovic.
Cada punto era un trabajo casi artesanal,
en cada pelota volaban la vida y todo un análisis táctico. Era un peso tremendo
para Nadal, que debía exorcizar sus seis caídas de las finales de 2011,
liberarse del recuerdo de unas derrotas que marcaron su temporada y le hicieron
dudar sobre su tenis.
Un revés paralelo de Djokovic se fue más allá de los límites para darle a
Nadal el ansiado quiebre de servicio y ventaja de 3-2. Frustrado, el
serbio se fue a su silla y arrojó la raqueta contra el piso, impactando
contra el cartel de Kia, uno de los patrocinadores del español
Pero Djokovic, apoyado en su “box” por el ex baloncestista Vlade Divac,
recuperó el quiebre para 4-4. Con ambos en su mejor nivel, el número uno del
mundo era superior.
Pese a todo, Nadal se las arregló para soñar: un revés largo de Djokovic le
dio otro quiebre para 6-5, y un saque ganador el set por 7-5 en 80 minutos.
Del primer set ganado con un servicio a 190 kilómetros por
hora, Nadal pasó a perder el segundo 6-4 con una doble falta, algo
inusual en él en semejante situación.
Pero la historia podría haber sido diferente en aquel parcial y cambiado la
final. Nadal se recuperó de un 1-3 para quebrar el servicio de Djokovic y
disponerse a igualar en cinco con su servicio.
El español sacaba 40-30 y el juez de línea cantó fuera una derecha del
serbio. Cinco iguales. Pero no: Pascal María, el juez de silla, corrigió el
fallo y dijo que la pelota de Djokovic había sido buena.
“¿Cuantos ‘challenges’ me quedan?”, gritó el español al juez francés. “Uno”,
fue la respuesta. “¡Challenge!”, gritó casi con rabia adolescente Nadal. Y lo
vieron todos, el público, los jueces, los protagonistas y las gaviotas: el “ojo
de halcón” confirmó que Pascal María había acertado al corregir al línea.
Se repitió el punto, Nadal lo perdió, el serbio se puso set point con un gran
passing-shot de revés paralelo y el español sucumbió a la presión. Doble
falta para que Djokovic celebrara apretando el puño y bombeando al
aire.
Iban dos horas y 27 de juego y apenas dos sets. María advirtió a los dos
protagonistas de que dejaran de demorarse enternamente al sacar.
Nadal comenzó a perder el rumbo. De a poco se fue
advirtiendo que no estaba jugando la final de Australia 2012. Junto con el
partido de hoy disputaba los de Indian Wells, Miami, Madrid, Roma, Wimbledon y
el US Open. Quería liberarse en 2012 de todo lo que le había sucedido el año
anterior. Siete partidos en uno. Parecía demasiado, incluso para una mente tan
poderosa como la del español.
Un derechazo le dio a Djokovic el 6-2 y una ventaja de dos sets a uno ante un
Nadal ofuscado, jugando muy atrás y con muchos errores. El serbio, en cambio,
ofrecía un tenis cada vez más compacto y ajustado, tomando los tiros sobre la
línea de base y dictando el juego. “Está haciendo de Nadal un juguete”, llegó a
comentar en la televisión australiana el estadounidense Jim Courier, ex número
uno del mundo.
El cuarto parcial fue servicio a servicio hasta que Djokovic dispuso de
ventaja de 4-3 y 0-40 sobre el saque rival. Fue entonces que Nadal ofreció su
mejor juego del partido para encadenar cinco puntos de lujo y modificar el rumbo
de la final. Acelerado y envalentonado, le hizo ampulosos gestos al juez de
silla para que cerrara el techo del estadio, porque había comenzado a llover con
fuerza.
La final pasó a ser “indoor”, la variante del tenis que menos le
gusta al español. Tras secarse la cancha con un ejército de niños con
toallas y máquinas especiales, el partido se reanudó. Djokovic ganó ese primer
punto de la final bajo techo y se llevó el juego con tiros impactantes.
Nadal sacaba dos sets a uno abajo y 4-5: toneladas de presión sobre el
español, que respondió bien, defendiendo su saque como un león para apretar el
puño y gritarle al borde de la medianoche su “¡vamoooooos!” a todo el
estadio.
Ya era lunes 30 de enero. Llegó el tie break, y un primer saque al ánngulo, a
182 kilómetros por hora, le dio el set point a Nadal, que levantó un 3-5 y se
llevó el set, de 88 minutos de duración, con una derecha ancha del serbio. El
español se arrodilló y gritó como si hubiera ganado ya la final. Cuatro horas y
39 minutos de batalla y a todo o nada por el título en un quinto set.
En el minuto 308 Djokovic flaqueó. Lanzó una derecha fuera y quedó break
point abajo. Nadal se adelantó 4-2, pero perdió su servicio a continuación.
Saque a saque, el final fue dramático, con Djokovic arrojándose al piso,
agotado, aunque pese a todo capaz de situarse a un punto de quebrarle el
servicio al rival, una en el 4-4 y dos en el 5-5.
Y en la segunda del 5-5 quebró a Nadal, que había dejado pasar varias
oportunidades. Con su servicio, 6-5 y 30-0, Djokovic, que se frotaba la
cruz que cuelga de su cuello y rogaba al cielo, terminó de confirmar
que su rival es de otro mundo: Nadal se situó con break point.
Pero un minuto y medio después, a la 1:40 de la madrugada del lunes 30 de
enero, una derecha de Djokovic cerró el choque. El serbio cayó de espaldas sobre
el cemento. Recibió el abrazo veloz de Nadal y luego se quitó la camiseta para
gritarle su felicidad a todo el estadio como la fiera que es.