Un gol, mucho sufrimiento
Añoraba el Espanyol un partido manso, de corriente estable, sin ventiscas de por
medio que sirviera para cicatrizar la reciente herida de la Copa ante el
Mirandés. Se encontró en cambio con una riada que cuando parecía llevarle a buen
puerto lo arrastró al centro de un pantano en el que no supo hacer pie. Lo
consiguió, sin embargo, tras aprovechar un error de Aouate que además terminaría
expulsado, pero con un ojo puesto en el reloj y el otro en su portero, Casilla,
que funcionó como ancla en medio de la tormenta
Desde el principio trató el Espanyol de establecer un control casi mariscal,
como si a base de imponer su liturgia habitual, nada pudiera variar el
desenlace. Recuperado Verdú, Pochettino lo alineó por delante de la guardia, en
la que Romaric ejerció de centinela, con Baena y Forlín la frontera. El
mediapunta ya trató de rebajar los niveles de ansiedad levantados en el club
durante la resaca copera promoviendo la idea de que el paraguas de la Liga
soportaba por el momento más de una tormenta. Ante el Mallorca, no llovió,
meteorológicamente hablando, pero sí se empezaron a oxidar las varillas del
artilugio. La velocidad del Chori Castro, dejó en evidencia que la banda derecha
del Espanyol requiere un contrachapado distinto. Galán resistió el primer
soplido, pero en la tercera acometida la casa mostraba ya la entrada.
Tan solo Weiss parecía haberse olvidado la última fotografía. Eléctrico como
de costumbre, aprovechó las ranuras en la defensa del Mallorca para percutir a
todo voltaje. Lejos de la banda derecha, libre en toda la franja de ataque, el
eslovaco se movió sin correas, pedaleando a un ritmo difícil de seguir. En una
de sus carreras, recibió una bonificación. Verdú le buscó con un pase picado
entre la defensa mallorquina y a pesar de que Aoaute alcanzó el balón antes que
él, no fue capaz de mantenerlo en sus manos tras chocar con Cáceres y lo
liberaba a escasos metros de la portería.
No acertó con el paso del partido el equipo de Caparrós, a pesar de que el
Espanyol no representaba una sombra intimidante. Todo el juego bermellón
fluctuaba en torno al Chori Castro sin que asomase alguien con quien
intercambiar el juego desde la esquina. Murió así la primera parte con solo una
manzana afortunada en el cesto del Espanyol y un boquete en la moral del
Mallorca. Un desaguisado que fue mayor cuando Rui Fonte se topó con Aoaute y el
colegiado señalaba falta fuera del área y expulsión.
Con uno menos el Mallorca ocupaba más espacio que el Espanyol, lo que terminó
por parecer una paradoja con el público pidiendo el final. Pudo terminar el
sufrimiento si Javi López hubiera acertado en la definición; pero se prolongó
hasta que Casilla, en la última jugada, sacó una mano sensacional. Fue la gloria
del portero del Espanyol: puntual, divina e individual.
EL PAIS