El líder de la banda de culto de los 80 The Smiths ha conseguido vender más de 35.000 copias de su autobiografía "Morrissey" en su primera semana en las librerías del Reino Unido, según las listas británicas de libros más vendidos.
Las ventas están pulverizando récords -ha superado la última aventura de Bridget Jones- y ya son las segundas memorias más vendidas en su lanzamiento después de las de Madelanie McCann, según informa la prensa anglosajona.
Este interés por la vida y milagros del siempre controvertido Steven Patrick Morrisey tiene mucho de morbo. Siempre ha sido un personaje muy particular con declaraciones brillantes, fobias conocidas ("Margaret On The Guillotine") y una lengua viperina que pone los pelos de punta a los carnívoros.
Igual que él, otros muchos músicos se han lanzado a contar su vida en papel y, en algunos casos, podemos encontrarnos ante un género -la autobiografía musical- en sí mismo.
Uno de los últimos en ocupar las estanterías y sacar una importante tajada económica al desnudo personal ha sido Keith Richards. El reconocido guitarrista de los Stones dispara contra todo y mete unas cuantas puñaladas a su ex amigo y líder de la banda, Mick Jagger, aumentando, de esta forma, sus ventas e ingresos.
Richards, que recibió siete millones de dólares en concepto de adelanto, escribió "Vida" con cierta gracia y con la colaboración del periodista James Fox.
En sus más de 500 páginas -siempre hay mucho que contar y cobrar- nos muestra su animada carrera como "canto rodado" desde sus humildes orígenes en Dartford (Gran Bretaña) hasta sus problemas para encontrar agujas en lo que él llama "el pan nuestro de cada día en la vida de un yonqui".
Después del éxito de estas confesiones con "mala leche", el blanco de sus chanzas, el "siempre fuimos amigos" Jagger ha tenido ofertas millonarias para escribir su propia versión de los hechos. El caballero Mick ya ha declarado este mismo año que considera que escarbar en su pasado es "aburrido y deprimente". Editores, no se dejen vencer, suban la oferta.
Está visto que este subgénero de hacer memoria musical, no por especializado, es un buen filón para hacer dinero. En los últimos meses, artistas tan respetables como Bob Dylan, Neil Young o Rod Stewart han contado sus propias experiencias en primera persona. Eso sí, cada uno a su estilo.
Mientras la autobiografía de Dylan se limita a cuatro instantes de su vida, desde su llegada a Nueva York a la grabación de Oh Mercy en Nueva Orleans, Neil, el canadiense de los caballos locos, llega a confesar su afición por la construcción de trenes eléctricos.
Por el contrario, Rod Stewart cuenta poco de su infancia -largo e innecesario culebrón en muchas autobiografías-, habla mucho de música y lanza puyas con gracejo escocés: "La reina y yo tenemos una cosa en común, el mismo peinado durante 45 años".
Pero no nos vamos a engañar, en este tipo de libros no sólo se busca conocer cómo surgieron ciertas canciones o cómo creció escuchando música country en Nashville. No. El cotilleo puro y duro es también el motor del éxito y, si hay sexo y drogas, mejor que mejor.
"Cuando esnifas cocaína en cantidades industriales se forma una mucosidad blancuzca que va goteando por la garganta". Así explica Ozzy Osbourne sus primeros problemas médicos en su autobiografía "I am Ozzy (Confieso que he bebido)", donde repasa su vida -después lo haría en un reality para la MTV- de excesos como líder de Black Sabbat y como afinador de bocinas (su primer trabajo musical).
Junto a él otras figuras del "lado salvaje" han dejado memorables historias personales para estómagos a prueba de bombas. Además del simpático Stone, Ron Wood, hay otros muy malos ejemplos. "Trapos Sucios", la autobiografía de la banda heavy y de pelo cardado Mötley Crüe, se ha convertido ya en un clásico del género "sexo, drogas y desparrame sin control".
Frente a este mundo infierno, están los caramelos con forma autobiográfica, pero fondo promocional, que antes de las Navidades cautivan bolsillos de jóvenes admiradores. Artistas como Justin Bieber o One Direction no pueden faltar en una biblioteca adolescente aunque sus "interesantes" vidas no hayan superado la veintena.
De cara a fin de año, la industria editorial prepara algunos lanzamientos. Sin contar la autobiografía "no musical" del ex presidente Zapatero, David Bisbal, Jennifer López, Paul Stanley - el chico de la estrella de los Kiss- o Ryichi Sakamoto, nos van a contar parte de su vida a su manera para calmar la curiosidad de sus fans y cuadrar sus cuentas de ingresos.
Pero tampoco es todo por la pasta. La fiebre por desnudarse con palabras tiene mucho que ver con la condición de artista y con la vanidad que ello implica.
Como dice Mark Olivert Everett, el líder de Eels, en su espléndida autobiografía "Cosas que los nietos deberían saber", todo se reduce al yo: "¿Qué clase de ego hace falta tener para escribir un libro sobre tu vida y pensar que le puede interesar a alguien? ¡Uno enorme!"
Las ventas están pulverizando récords -ha superado la última aventura de Bridget Jones- y ya son las segundas memorias más vendidas en su lanzamiento después de las de Madelanie McCann, según informa la prensa anglosajona.
Este interés por la vida y milagros del siempre controvertido Steven Patrick Morrisey tiene mucho de morbo. Siempre ha sido un personaje muy particular con declaraciones brillantes, fobias conocidas ("Margaret On The Guillotine") y una lengua viperina que pone los pelos de punta a los carnívoros.
Igual que él, otros muchos músicos se han lanzado a contar su vida en papel y, en algunos casos, podemos encontrarnos ante un género -la autobiografía musical- en sí mismo.
Uno de los últimos en ocupar las estanterías y sacar una importante tajada económica al desnudo personal ha sido Keith Richards. El reconocido guitarrista de los Stones dispara contra todo y mete unas cuantas puñaladas a su ex amigo y líder de la banda, Mick Jagger, aumentando, de esta forma, sus ventas e ingresos.
Richards, que recibió siete millones de dólares en concepto de adelanto, escribió "Vida" con cierta gracia y con la colaboración del periodista James Fox.
En sus más de 500 páginas -siempre hay mucho que contar y cobrar- nos muestra su animada carrera como "canto rodado" desde sus humildes orígenes en Dartford (Gran Bretaña) hasta sus problemas para encontrar agujas en lo que él llama "el pan nuestro de cada día en la vida de un yonqui".
Después del éxito de estas confesiones con "mala leche", el blanco de sus chanzas, el "siempre fuimos amigos" Jagger ha tenido ofertas millonarias para escribir su propia versión de los hechos. El caballero Mick ya ha declarado este mismo año que considera que escarbar en su pasado es "aburrido y deprimente". Editores, no se dejen vencer, suban la oferta.
Está visto que este subgénero de hacer memoria musical, no por especializado, es un buen filón para hacer dinero. En los últimos meses, artistas tan respetables como Bob Dylan, Neil Young o Rod Stewart han contado sus propias experiencias en primera persona. Eso sí, cada uno a su estilo.
Mientras la autobiografía de Dylan se limita a cuatro instantes de su vida, desde su llegada a Nueva York a la grabación de Oh Mercy en Nueva Orleans, Neil, el canadiense de los caballos locos, llega a confesar su afición por la construcción de trenes eléctricos.
Por el contrario, Rod Stewart cuenta poco de su infancia -largo e innecesario culebrón en muchas autobiografías-, habla mucho de música y lanza puyas con gracejo escocés: "La reina y yo tenemos una cosa en común, el mismo peinado durante 45 años".
Pero no nos vamos a engañar, en este tipo de libros no sólo se busca conocer cómo surgieron ciertas canciones o cómo creció escuchando música country en Nashville. No. El cotilleo puro y duro es también el motor del éxito y, si hay sexo y drogas, mejor que mejor.
"Cuando esnifas cocaína en cantidades industriales se forma una mucosidad blancuzca que va goteando por la garganta". Así explica Ozzy Osbourne sus primeros problemas médicos en su autobiografía "I am Ozzy (Confieso que he bebido)", donde repasa su vida -después lo haría en un reality para la MTV- de excesos como líder de Black Sabbat y como afinador de bocinas (su primer trabajo musical).
Junto a él otras figuras del "lado salvaje" han dejado memorables historias personales para estómagos a prueba de bombas. Además del simpático Stone, Ron Wood, hay otros muy malos ejemplos. "Trapos Sucios", la autobiografía de la banda heavy y de pelo cardado Mötley Crüe, se ha convertido ya en un clásico del género "sexo, drogas y desparrame sin control".
Frente a este mundo infierno, están los caramelos con forma autobiográfica, pero fondo promocional, que antes de las Navidades cautivan bolsillos de jóvenes admiradores. Artistas como Justin Bieber o One Direction no pueden faltar en una biblioteca adolescente aunque sus "interesantes" vidas no hayan superado la veintena.
De cara a fin de año, la industria editorial prepara algunos lanzamientos. Sin contar la autobiografía "no musical" del ex presidente Zapatero, David Bisbal, Jennifer López, Paul Stanley - el chico de la estrella de los Kiss- o Ryichi Sakamoto, nos van a contar parte de su vida a su manera para calmar la curiosidad de sus fans y cuadrar sus cuentas de ingresos.
Pero tampoco es todo por la pasta. La fiebre por desnudarse con palabras tiene mucho que ver con la condición de artista y con la vanidad que ello implica.
Como dice Mark Olivert Everett, el líder de Eels, en su espléndida autobiografía "Cosas que los nietos deberían saber", todo se reduce al yo: "¿Qué clase de ego hace falta tener para escribir un libro sobre tu vida y pensar que le puede interesar a alguien? ¡Uno enorme!"
EFE