El fútbol de Perú parece ahora una mancha en su historia. Alianza Lima juega sin público en su estadio, el Matute, en su estreno en la Copa Libertadores 2015. Y allí, ante los ojos de América, pierde 4-0 ante Huracán. Es un papelón que decanta en otros papelones: los jugadores del equipo más popular del país son agredidos durante la semana; y también luego en el arribo al encuentro revancha, en Ezeiza, aeropuerto de Buenos Aires. "Fue una vergüenza", dice George Forsyth, el arquero, el capitán.
El Globo de Newbery fue el equipo argentino del mejor debut en el extranjero. También fue el primero en convertir cuatro goles bajo el cielo de los incas. Es un síntoma lo que consiguieron los de Parque de los Patricios: el fútbol peruano vive días incómodos. Es peor: del paraíso de hace cuarenta años ni las cenizas permanencen.
Sirve una anécdota, sucedida en el penúltimo Mundial, en Sudáfrica. Ya no quedaba nada más que recuerdos del Perú de los años felices, aquellos setenta. Teófilo Cubillas, impecable como siempre, les decía que sí a todas las entrevistas, a las fotos, a los autógrafos. La escena sucedía en el lobby del hotel Sandton Sun, en Johannesburgo. Al mejor futbolista peruano de todos los tiempos no le cabía el asombro en el cuerpo. Lo abordaban periodistas de orígenes e idiomas diversos. Consultas, halagos, palabras, anécdotas, recuerdos. Un periodista argentino le hizo una pregunta que le sacó la más ancha de sus sonrisas: "¿Y usted que se acuerda del seleccionado campeón de 1975, el de la Copa América?". Respondió contento durante un rato largo. Justo después, ofreció una expresión: "No sabía que era tan famoso". Firmó el penúltimo autógrafo, saludó y se fue. Lucía contento. El último retrato lo mostró con esa sonrisa propia de los tiempos en los que le comenzaron a decir El Nene.
La fascinación por el personaje no era azar ni casualidad. Los que con él hablaban o se le acercaban o lo entrevistaban lo sabían: Cubillas fue uno de los grandes futbolistas de su tiempo. Sobran datos: fue elegido como el jugador sudamericano del año en 1972 e integra la lista de los 50 mejores jugadores del siglo XX publicada en 2004 por la IFFHS. Hay más: este hombre que en marzo cumplirá 66 años es el octavo goleador en la historia de la Copa Mundial de Fútbol. Y con un par de detalles que hablan maravillas de ese logro: no era estrictamente un delantero y aún así supera en cantidad de goles y en promedio a los inmensos Maradona, Cruyff, Platini, Zico y Zidane. Entre los mediocampistas de todos los tiempos existieron pocos con su capacidad para llegar al área ajena y convertir como si fuera un delantero.
Los enviados llegados desde Lima para cubrir el partido entre Alianza Lima y Huracán, la última semana, lo comentaban ante la consulta. Lo repetían, a modo de síntesis: "El Nene fue un símbolo y una figura clave de la Era de Oro del seleccionado peruano". También están los datos para corroborarlo: el crack nacido en Puente Piedra -Departamento de Lima- es el máximo anotador en la historia del equipo nacional (con 26 tantos), ganó la Copa América de 1975 y estuvo con su equipo repleto de brillos en el top 8 en los Mundiales de 1970 y de 1978. En todos los casos, abrazado a la idea de gustar jugando a jugar. Lo cuenta ahora el periodista Manolo Eppelbaum, quien mucho vio a ese equipo: "Ese Perú era una fiesta casi todos los partidos. Y Téofilo era el mejor de sus exponentes". Aquel plantel conjugaba las capacidades individuales y la destreza física con la atractiva idea de jugar para ganar y para agradar. Más allá de aquel título en Sudamérica (el segundo después del obtenido en 1939 y también el último), el Perú de los setenta era (y es) una marca registrada que excede a los resultados.
Un detalle sirve para interpretarlo a aquel momento del fútbol de La Blanquirroja: en 1971 se armó un combinado con futbolistas del Alianza Lima y del Deportivo Municipal -los dos mejores planteles de la competición local de esos días- para enfrentar a uno de los grandes equipos de aquellos años y de toda la historia, el Bayern Munich. Sucedió lo que sólo los peruanos entendían y creían: los alemanes miraron sin comprender cómo su rival los pasaba por arriba y les ganaba 4-1. Una goleada, una demostración. Sobre aquel encuentro sucedido en Lima, escribió alguna vez el periodista Carlos Tassara: "Las patadas, sin embargo, no asustaron a los locales. Es más, inspiraron a Cubillas y a Sotil, que se juntaron e hicieron genialidades. El 'Nene', incluso, se lució con dos 'pepazas', ambas en el segundo tiempo. La primera fue tras un gran desborde del 'Cholo' -quien se llevó a tres defensas alemanes-, ganándole en velocidad al 'Káiser' y definiendo con categoría ante el 'achique' de Maier. En el otro, ambos combinaron y le volvieron a romper la cintura a Beckenbauer, y Cubillas, finalmente, volvió a definir con la clase que lo caracterizaba". Perú estaba a la altura de la elite. Ese Bayern se consagraría luego como tricampeón de Alemania, tricampeón de la Copa de Campeones (hoy Champions League) y le ofrecería su base al seleccionado campeón del mundo en 1974.
Pero no era sólo el gran Teófilo aquel Perú que merecía todos los aplausos. "Cuando una generación de cracks llega al fútbol de Perú, es como un vendaval: vienen todos juntos", cuenta ahora, en esta redacción, el periodista Miguel Angel Vicente. En aquellos días, todos -según dicen- jugaban bien. La pelota era precioso patrimonio de esos pies. Los del capitán Héctor Chumpitaz -bravo y elegante marcador central-, los del Cabezón Ramón Mifflin -astuto mediocampista, quien llegó a jugar en el Santos y en el Cosmos de los días dorados-, los de los delanteros Hugo Sotil -alguna vez, en esos años 70, crack del Barcelona-, Oswaldo Ramírez y Juan Carlos Oblitas. Quienes los vieron lo repiten como una verdad de los tiempos: era un deleite verlos jugar.
En 1982, con los retazos de sus mejores días, Perú participó por última vez de una Copa del Mundo. En España -dirigido por el brasileño Elba de Padua Lima, Tim- ya no asombró. Se quedó afuera en la primera ronda, tras dos empates en las dos fechas iniciales (0-0 frente a Camerún; y 1-1 contra Italia, que algunos días más tarde se consagraría campeón, en el Santiago Bernabeu) y una derrota en la despedida. Ese último encuentro, sellado con un 5-1 de la estupenda Polonia de Boniek y de Lato, fue un anticipo de lo que vendría para el fútbol del Perú: una sucesión de tropiezos. Ahora, con la posible llegada de Ricardo Gareca, tratará de recuperar el terreno perdido. De todos modos modos, el entrenador argentino lo sabe: de aquel fútbol de fiesta sólo queda añoranza.
EL CLARIN