Si alguna vez dudas que aun los más inteligentes pueden ser al mismo tiempo muy tontos, recuerda el momento en que el hombre más inteligente de Estados Unidos intentó electrocutar a un pavo.
Benjamin Franklin, el político, científico e investigador, intentó capturar el “fuego eléctrico” en jarras de cristal para construir una forma primitiva de batería.
Tras conseguirlo, pensó que sería impresionante utilizar esa descarga para matar y asar un pavo para cenar.
Se convirtió en un truco habitual en sus cenas, en las que impresionaba a sus invitados con esta habilidad mágica.
Pero en una de estas demostraciones, Franklin se distrajo y cometió un error elemental: tocó una de las jarras mientras sostenía una cadena de metal en la otra mano.
“Los que estaban presentes dicen que el destello fue muy fuerte y el chasquido tan alto como el de una pistola”, escribió con posterioridad.
“Luego sentí algo que no sé describir muy bien; un estallido en todo mi cuerpo, de la cabeza a los pies, que parecía al mismo tiempo interno y externo, tras el cual noté una sacudida violenta y rápida de todo mi cuerpo”.
Aunque es fácil reírse de la excentricidad de Franklin, hay otros ejemplos aleccionadores.
El cirujano estadounidense Atul Gawande ha escrito sobre una gran tragedia en la medicina moderna: a pesar de sus increíbles habilidades, los cirujanos pueden causar muertes innecesarias simplemente por un descuido, como olvidarse de lavarse las manos o utilizar vendas limpias.
En los negocios, una idea miope puede provocar, por ejemplo, recortes presupuestarios que provoquen la caída de una empresa.
Una nueva forma de pensar
El problema, según Robert Sternberg de la Universidad de Cornell, es que nuestro sistema educativo no está diseñado para enseñarnos a pensar de una forma que sea útil para el resto de nuestras vidas.
“Ves a gente con muy buenas calificaciones que luego son muy malos líderes. Son buenos técnicos sin sentido común ni ética. Llegan a ser presidentes o vicepresidentes de empresas y sociedades y son completamente incompetentes”.
Stenberg y otros hacen campaña para una nueva educación que enseñe a las personas a pensar de forma más efectiva.
Sus consejos nos pueden ayudar a todos a ser menos estúpidos.
Sus consejos nos pueden ayudar a todos a ser menos estúpidos.
1. Reconocer tus puntos ciegos
¿Piensas que eres más listo que la media de las personas? ¿No lo hacemos todos? Es algo que se llama “superioridad ilusoria”, y se da de forma más aguda en las personas menos capaces.
En tu defensa, puede que digas que sabes que eres listo por tus resultados académicos o lo bien que lo haces en los concursos.
Si es así, es posible que sufras de un “sesgo de confirmación”: la tendencia a fijarse solo en la evidencia que apoya tu punto de vista.
¿Todavía no estás convencido? Entonces los psicólogos dirían que sufres del “sesgo del punto ciego”: una tendencia a negar los errores en tu propio pensamiento.
El hecho es que todos sufrimos de algún tipo de sesgo inconsciente, que abarca desde la decisión de comprar una casa hasta tus opiniones sobre el conflicto de Crimea.
Si quieres saber más sobre estos sesgos, lee La verdad sobre cómo tomamos decisiones
2. Estar preparado para ser humilde
“Un hombre no ismo que decir, en otras palabras, que hoy es más sabio de lo que era ayer”, escribió el poeta del siglo XVIII Alexander Pope.
Los psicólogos consideran que este tipo de pensamiento es un rasgo esencial de la personalidad conocido como “apertura mental”.
Entre otras cosas, mide cómo lidiamos con la incertidumbre, y con qué rapidez y voluntad cambiamos de opinión si aparecen nuevas evidencias.
Es un rasgo que alguna gente encuentra muy difícil de cultivar, pero ese momento de desinflarse a uno mismo tiene recompensa en el largo plazo.
Philip Tetlock, de la Universidad de Pennsylvania, le pide a gente corriente que haga predicciones sobre cómo van a evolucionar los acontecimientos políticos complejos a lo largo de cuatro años.
Ha visto que los que hicieron mejores predicciones utilizaron su apertura mental tanto como su elevado coeficiente intelectual.
La humildad intelectual toma muchas formas, pero en el centro está la capacidad de cuestionar los límites de tu conocimiento.
¿En qué asunciones basas tú decisión? ¿Son verificables? ¿Qué información adicional necesitas para tener un punto de vista más equilibrado? ¿Has buscado ejemplos de situaciones similares para comparar?
3. Discutir con uno mismo
Si menospreciarte a ti mismo no es tu rasgo más fuerte, hay una estrategia simple para reducir estos sesgos: asume el punto de vista diametralmente opuesto y empieza a argumentar contra tus propias convicciones.
Otra táctica es ponerte en el lugar de otro e imaginar lo que piensa, algo que puede ser muy útil cuando lidiamos con problemas personales.
4. Imagina ¿qué pasaría si…?
Uno de los problemas que Sternberg más critica del sistema educativo es que no nos enseña a ser prácticos ni creativos.
Aunque ya no nos enseñen con los ejercicios de memorización, muchos profesores ni siquiera enseñan el el tipo de flexibilidad que es más necesaria en la vida real.
Los estudiantes de historia podrían escribir un ensayo explorando “Cómo sería el mundo si Alemania hubiese ganado la segunda Guerra Mundial?
Puede sonar caprichoso, pero se trata de forzarte a considerar las distintas posibilidades y de construir hipótesis.
5. No subestimar las listas de verificación
Como demuestra el accidente de Benjamin Franklin, la distracción y los despistes pueden ser la ruina del mejor entre nosotros.
Cuando se lidia con situaciones complicadas, es fácil olvidar lo básico. Por eso, Gawande es un férreo defensor de las listas de verificación.
En el hospital John Hopkins de Estados Unidos, por ejemplo, una lista con cinco puntos para recordar a los médicos los pasos básicos de higiene redujo la tasa de infecciones de diez días del 11% al 0%.
Una lista similar para los pilotos estadounidenses en la segunda Guerra Mundial, recordándoles los procedimientos básicos para el despegue y el aterrizaje, redujo las muertes a la mitad.
Como dice Gawande, se trata de profesionales con las mejores habilidades y la tecnología más avanzada. Sin embargo, un simple papel acabó salvando muchas vidas.
Sea cual sea tu profesión, vale la pena considerar estos datos antes de asumir que ya lo sabes todo.
Practica estos pasos, y puede ser que empieces a descubrir talentos que hasta ese momento no habías reconocido.
“La inteligencia no es un resultado en un test, es la habilidad de saber qué quieres en la vida y de encontrar formas de conseguirlo”, dice Sternberg, incluso si esto conlleva darse cuenta de tus propias tonterías.