Apenas pocos minutos antes, el líder de la nación más poderosa del mundo había aludido en su discurso, precisamente, al trabajo de este anciano, superviviente de la bomba, Shigeaki Mori. “El presidente hizo el gesto de irme a abrazar, así que nos abrazamos”, declaró posteriormente Mori, que solo tenía ocho años el día de la tragedia.
Este hibakusha había acudido a la ceremonia como invitado expreso de la Casa Blanca. Apenas era un niño de ocho años cuando cayó la bomba en aquel 6 de agosto de 1945. Salvó la vida por pura casualidad: hasta entonces había asistido a la escuela en pleno centro de Hiroshima, que quedó completamente destruido y sus habitantes vaporizados al estallar Little Boy. Pero una semana antes, por razones que aún no ha podido aclarar hasta este día, su matrícula se trasladó a un centro en las afueras, una decisión que le salvaría la vida. Cuando ocurrió la explosión, estaba cruzando un puente con un amigo. Cayó al río, una circunstancia que le protegió del calor extremo y le salvó la vida.
Al crecer, Mori se hizo historiador y dedicó su vida a trazar las de aquellos que la perdieron cuando el B-52 estadounidense Enola Gay lanzó su fatídica carga sobre la ciudad. En su investigación, encontró que 12 prisioneros de guerra estadounidenses, aviadores cuyos aparatos habían sido derribados, se encontraban en Hiroshima aquella jornada. El más joven, Norman Brisette, tenía apenas 19 años.
La mayoría murieron de las heridas recibidas al caer la bomba. El resto, por el efecto de la radiación. Debido a la situación política, y lo sensible de las circunstancias de su muerte, inicialmente no se informó de su pérdida, y durante décadas sus familias no estuvieron seguras de cómo habían perdido la vida.
Morí se entregó durante 41 años a reconstruir qué había pasado, conocer las historias de estos doce aviadores y contactar a sus familias para informarles. Su trabajo, que se se recoge en el documental Paper Lanterns, estrenado el año pasado, incluyó lograr que el Museo de la Paz de Hiroshima, encargado de preservar la memoria de lo que pasó aquella mañana clara de agosto, reconociera el caso de los doce estadounidenses y los incluyera en las listas de víctimas.EP