No cualquiera es considerado el mejor jugador de un Mundial pese a que su equipo no se lleve el título. No cualquiera puede sacar a su club campeón de un torneo europeo en mayo y jugar un gran mundial entre junio y julio.
Hay que ser de otro mundo. Hay que ser muy disciplinado. Hay que conocer a todos los porteros. Hay que tener el corazón suficiente como para cargar con todo el equipo a cuestas y levantar la dicha de tu equipo red tras red.
Pero además hay que llamarse Diego Forlán: suerte de goleador sagrado que suele paralizar al arquero antes de enviarle la muerte teledirigido.
Todo en orden, todo muy bien, todo para la admiración… excepto que el último gol de Forlán fue anotado ante Alemania en el lance mundialista por el tercer puesto.
Es así. Hay que aceptarlo. Diego Forlán lo dio todo en el Mundial, físicamente está como siempre y en aptitud de jugar pero el arco se le ha cerrado.
Hace más de 55 días que no anota un gol y aunque todos esperábamos que Diego Forlán tocase la dicha en el derby madrileño, el palo le dijo no.
Diego Forlán, el goleador inacabable, está con los chimpunes bien puestos por ha quedado con los porongos vacíos.
Cuesta aceptarlo pero a un goleador de su talla se le perdona todo. O casi todo
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