Se oyen disparos. “No teman nada. Son de los nuestros”, dice un oficial del ejército leal al líder Muamar Gadafi, a los periodistas que le acompañan a Misrata, ciudad rebelde al este de Trípoli. Una tercera bala de un francotirador le roza y el rostro empieza a sangrar.
Los periodistas se tiran al suelo y el oficial, Walid, de 29 años, se sube rápidamente a un vehículo que le llevará al hospital de Zliten, a medio centenar de kilómetros al oeste de Misrata. La herida es poco profunda y su vida no está en peligro.
“Miren cómo (los rebeldes) toman a los periodistas por blanco”, dice un oficial antes de pedir a los representantes de la prensa que den marcha atrás.
Las fuerzas fieles al coronel Gadafi, situadas en pequeños grupos ante los edificios de Trípoli, responden. Disparos de metralleta resuenan de ambos lados entremezclados con explosiones.
Acantonados en un hotel de Trípoli, algunos desde hace más de una mes, medio centenar de corresponsales de la prensa internacional están con la adrenalina a tope.
Habituados a las monótonas excursiones que les sirven de propaganda al régimen, la mayoría de los reporteros ni siquiera han pensado en ponerse los chalecos antibalas. Primero había que conseguir un sitio en los dos buses fletados por las autoridades, con cincuenta plazas para más de un centenar de periodistas.
Después de mes y medio, los insurgentes libios defienden con denuedo Misrata, la tercera ciudad del país, acosada por las fuerzas leales.
La violencia ha dejado centenares de muertos, según los rebeldes, y miles de desplazados en esta ciudad de medio millón de habitantes. En algunas casas, viven hasta tres o cuatro familias amontonadas, mientras que otros están en escuelas. Otras han preferido irse a otras ciudades, según las autoridades.
A la entrada oeste de una Misrata desierta, una treintena de familias huyen de los combates gritando eslóganes a favor de Gadafi a la llegada de los periodistas.
“Ahora estamos seguros. Hemos vivido el terror en un sector donde se encontraban los rebeldes. Gracias a nuestro ejército que nos ha salvado”, dice un padre de familia.
En la avenida de Trípoli, controlada por el ejército del régimen del coronel Muamar Gadafi, los combates arrecian desde hace varias semanas. Los rebeldes tratan de impedir que las fuerzas leales avancen hacia el centro de la ciudad y sobre todo, hacia el puerto, único punto de acceso de los rebeldes con el exterior.
En esta avenida, edificios acribillados a balazos y disparos de obuses y persianas de acero torcidas por las explosiones, dan fe de la violencia de los combates.
Al menos tres carros y otros vehículos destruidos jalonan la carretera.
Según la versión de un oficial del ejército, los carros destruidos pertenecen al ejército pero estaban en manos rebeldes. “Los hemos destruido”, asegura.
En el camino de vuelta, obligado es visitar al oficial herido. Una venda alrededor de la cabeza con su gorro lleno de sangre.
“Es una herida ligera. Le hemos dados unos puntos de sutura. Está bien”, dice un médico.
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