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jueves, 29 de diciembre de 2011

ENTRETENIMIENTO


Cuentos breves y extraordinarios para leer aunque no tengas tiempo

Tí­pico que andas con un libro en la mano y alguien te pregunta qué estás leyendo. Tú intentas responder, no puedes: la persona te interrumpe para contarte que le encanta la literatura, pero que no tiene tiempo para leer.

En un libro autobiográfico sobre el oficio de la literatura, Stephen King expone: “Si no tienes tiempo para leer es que tampoco tienes tiempo (ni herramientas) para escribir”. Hay que ser radical con algunas cosas, claro, y una buena escritura solo depende de las lecturas previas.

Ahora la honestidad. Un estudiante de periodismo puede soñar con una sala de redacción, pero no tendrá tiempo para leer entre la universidad, la televisión, el trabajo, la rumbita, la novia preñada, los mandados de la casa y la crisis mental que producen materias como Teorí­a de la Comunicación. Eventualmente llegará a la sala de redacción, pero no escribirá como quiera, sino como pueda.


Ese hipotético estudiante no tiene la culpa de su presente sin letras ni de su futuro sin ideas. Es el tiempo, que cada vez se parece más al dinero porque no le alcanza a nadie.


El problema es que a la ignorancia no le importa que no tengamos tiempo para aprender. Ella nos ataca y nos acaba sin preguntar causas. Por eso debemos buscarle la vuelta al asunto de la lectura. Obligarnos. Fijarnos la meta: el año que viene seré un hombre culto, o al menos lo intentaré.

Hoy en dí­a, sin embargo, leerse un novelón tipo “La guerra y la paz” no le resulta a casi nadie. Es más, las novelas cortas también son demasiado largas para la mayorí­a; y esos cuentos de diez páginas no se acaban nunca. Es aquí­ donde surge la micro ficción como alternativa para el transporte público, las salas de espera, y hasta las colas en todas sus variaciones.

Los cuentos cortos son previos a la escritura. Cuando la tradición oral era la biblioteca de los hombres, las historias breves que contaban los ancianos daban alas propias a la imaginación.
La aparición de la escritura supuso algunas intenciones por capturar aquellos relatos cortos. Casi todos se perdieron con la memoria de los muertos, pero los pocos que sobrevivieron desde la antigüedad y los muchos que siguieron generando los escritores salvaron el género breve.


En 1955, los argentinos Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares se dieron a la tarea de recopilar los que a su juicio eran fenomenales. Así­ apareció el libro «Cuentos breves y extraordinarios», donde culturas diversas echan sus cuentos con la condición de ser breves. De esa manera se puede leer mucho en lo poco.

«Cuentos breves y extraordinarios» es un pequeño Aleph de la cultura universal. Una vez que haga clic aquí­ y lea el libro, se convertirá en uno de sus favoritos porque sencillamente junta la genialidad y la belleza del planeta.
Otro valor agregado es la cantidad de autores que se pueden conocer a través sus relatos más cortos, lo que invita a buscar lecturas más ámplias.
Néstor Luis González

El Sueño de Chuang Tzu


Chuag Tzu soñó que era una mariposa y no sabí­a al despertar si era un hombre que habí­a soñado ser mariposa o una mariposa que ahora soñaba ser un hombre.
(Herbert Allen Giles, Chuang Tzu, 1889)

Eugenesia


Una dama de calidad se enamoró con tanto frenesí­ de un tal señor Dodd, predicador puritano, que rogó a su marido que les permitiera usar la cama para procrear un ángel o un santo; pero concedida la venia, el parto fue normal.
(Drummond, Ben Ionsiana, 1618)

El mayor tormento


Los demonios me contaron que hay un infierno para los sentimentales y pedantes. Allí­ los abandonan en un interminable palacio, más vací­o que lleno, y sin ventanas. Los condenados lo recorren como si buscaran algo y, ya se sabe, al rato empiezan a decir que el mayor tormento consiste en no participar en la visión de Dios, que el dolor moral es más vivo que el fí­sico, etcétera. Entonces los demonios los echan al mar de fuego, de donde nadie los sacará nunca.
(El falso Swedenborg)

Un gesto a la muerte


Un joven jardinero persa dice a su prí­ncipe:
-¡Sálvame! Encontré a la Muerte esta mañana. Me hizo un gesto de amenaza. Esta noche, por milagro, quisiera estar en Ispahán.
El bondadoso prí­ncipe le presta sus caballos. Por la tarde, el prí­ncipe encuentra a la Muerte y le pregunta:
-Esta mañana ¿por qué hiciste a nuestro jardinero un gesto de amenaza?
-No fue un gesto de amenaza -le responde- sino un gesto de sorpresa. Pues lo veí­a lejos de Ispahán esta mañana y debo tomarlo esta noche en Ispahán.
(Jean Cocteau)