¿Sumergirá la marea verde islamista a Argelia como lo hizo en 2011 con otros países norteafricanos? A falta de sondeos fiables —las encuestas electorales están prohibidas— politólogos y analistas se inclinan por prever un avance islamista, pero sin que se convierta en una corriente cuya fuerza arrase los cimientos del sistema instaurado hace medio siglo.
Más de 21,6 millones de argelinos, sobre una población de 36 millones,han sido convocados a las urnas para elegir una Asamblea Nacional Popular de 426 diputados encargada de enmendar la Constitución. Votarán bajo la supervisión, por primera vez, de 500 observadores internacionales.Argelia celebra el jueves unas elecciones legislativas más transparentes y pluripartidistas que las anteriores. Con esta consulta de nuevo cuño las autoridades intentan sortear una primavera árabe al estilo de sus vecinos orientales, que derrocaron a las dictaduras y se adentraron por el camino de unas democracias en las que los islamistas son, por ahora, hegemónicos.
El gran reto para el régimen es lograr una participación —en 2007 apenas llegó al 36%, pero ahora aspira a que alcance el 45%— que respalde sus recientes reformas, bastante superficiales, y contenga la progresión de los barbudos, sobre todo de aquellos más vehementes.
Prueba de que algo ha cambiado es que los socialdemócratas del Frente de Fuerzas Socialistas han renunciado a su tradicional boicoteo de las urnas y se presentan en casi todas las 48 circunscripciones electorales. “No se trata de apoyar a las autoridades sino de empujar hacia una transformación democrática y pacífica”, declaró Mustafá Buchachi, uno de sus responsables.
La última vez que Argelia se adentró por la vía democrática, con las legislativas de 1991, los radicales islamistas del Frente Islámico de Salvación (FIS) estuvieron a punto de adueñarse del Parlamento. Les detuvo, en enero de 1992, un golpe de Estado militar que desembocó en una guerra civil larvada que se cobró 200.000 muertos.
Ahora “el régimen ha actuado con inteligencia porque ha levantado suavemente la tapa de la olla a presión”, explica John Entelis, profesor de la Universidad de Fordham en Nueva York y buen conocedor del Magreb.
El FIS fue disuelto hace 20 años, pero no así el islamismo. Nada menos que siete partidos islamistas de corte moderado, varios de ellos recién legalizados, concurren a estas elecciones. Uno de ellos, el Movimiento de la Sociedad para la Paz (MSP), lleva años haciendo buenas migas con el presidente Abdelaziz Buteflika, hasta el punto de haber integrado la llamada Alianza Presidencial. Compuesta por el antiguo partido único, el Frente de Liberación Nacional (FLN); por la formación (Unión Nacional Democrática)del primer ministro Ahmed Uyahia, y por un puñado de islamistas, la Alianza Presidencial lleva años gobernando bajo la tutela de Buteflika.
“Argelia ha estado desde la independencia bajo el estandarte de FLN y lo seguirá estando después del 10 de mayo”, vociferó en los mítines Abdelaziz Beljadem, el líder del partido histórico. No las debe tener todas consigo porque en algunas entrevistas se mostró proclive a recabar el apoyo de otras fuerzas parlamentarias, incluso islamistas, para seguir gobernando. A cambio de ofrecerles algunas carteras ministeriales es probable que se arrimen al poder.
Para rivalizar, no obstante, con los islamistas, el FLN ha salpicado sus listas electorales de hombres barbudos y de mujeres con hiyab (pañuelo islámico), como Asma Benkada, que estuvo casada con el más célebre predicador, el egipcio Yusef Qardaui. Su inclusión provocó disensiones en sus filas.
La competencia es ahora más ardua. El MSP se ha coaligado con otras dos formaciones de idéntica ideología (Ennahda y El Islá) en una Alianza Verde que se declara de antemano convencida de ser “holgadamente vencedora”. Su programa es un repertorio de vaguedades excepto en su empeño de rematar la política de reconciliación de Buteflika con una amnistía para los terroristas.
Más demagógicas aún son las propuestas de Abdalá Yabala, otro islamista algo más vehemente, cuyo partido, El Adala, acaba de ser autorizado. Propone acabar en tan solo un año con el paro. Yabala ha multiplicado los guiños a los herederos del disuelto FIS lamentando en sus mítines que en 1991 “el poder cayera en manos de una Junta Militar y no de los elegidos por la mayoría de los argelinos”.
Los simpatizantes de aquel islam radical que encarnó el FIS no se presentan a las legislativas, porque rechazan el sistema o no cuentan con formaciones legalizadas, pero constituyen un gran vivero de electores que, en principio, se van a abstener. Yabala y otros candidatos intentan atraerles. Esa es una de las grandes diferencias entre Argelia y sus vecinos: el peso del islam radical.
Entre antiguos y nuevos partidos, legalizados hace tres meses, nunca tantos islamistas han concurrido a unas elecciones aunque su dispersión les resta fuerza. Se les ha prohibido utilizar la religión para captar votos aunque el régimen no ha dudado en echar manos de los imanes para incitar a la participación.