La llegada al poder de los islamistas en Egipto y un régimen queamenaza con colapsar en Siria han pulverizado en meses el statu quo que Israel ha mantenido en la zona durante décadas. Las revueltas árabes no solo han derrocado a los dictadores. Se han llevado también por delante los consensos que los déspotas tejieron con sus vecinos. Israel es consciente de que se enfrenta a un cambio de dimensiones tectónicas; de que ahora ya no puede dar por hecho la calma en las fronteras norte y sur. El Estado judío se prepara para distintos escenarios y vislumbra un futuro muy poco prometedor.
“En el norte teníamos estabilidad con Siria y en el sur con Egipto, el país más importante del mundo árabe. La primavera árabe lo ha cambiado todo”, sostiene Aviva Raz Shechter, directora general de Oriente Próximo del Ministerio de Exteriores israelí. “La situación tras la caída de Mubarak es mucho más complicada. Confiamos en el papel del Ejército [egipcio] para frenar los ataques palestinos desde Gaza y creemos que lo último que necesita Morsi [Mohamed, el nuevo presidente egipcio] es abrir ahora un frente con Israel”, añade Raz Shechter. “En cualquier caso nos preparamos para cualquier escenario”, dice la diplomática.
Las maniobras del Ejército egipcio, destinadas a recortar el poder del presidente entrante, han resultado un balón de oxígeno para los israelíes. Son los mismos militares con los que Israel trata desde hace años para todo tipo de asuntos palestinos y que ahora frenan el margen de actuación de los Hermanos Musulmanes. Mientras buena parte de la comunidad internacional se llevaba las manos a la cabeza ante lo que consideraron “un golpe blando”, para Israel llegaba un salvavidas caído del cielo. “El Ejército es una fuente de garantías para nosotros. Es un factor de estabilidad. El problema es hasta cuándo seguirá jugando ese papel”, indican preocupadas fuentes oficiales israelíes, que piensan que a partir de ahora islamistas y militares mantendrán un tira y afloja de resultado imprevisible a medio plazo.
En Israel, a la mañana siguiente del triunfo de la Hermandad en Egipto, los titulares de la prensa apenas dejaban lugar a dudas del sentimiento que recorrió el país. “Oscuridad en Egipto”, titulaba Yedioth Ahronoth. “Han elegido el islam”, imprimió el derechista Israel Hayom. En Gaza, sin embargo, el archienemigo Hamás celebraba por todo lo alto el triunfo islamista. Hamás, que bebe de la ideología de la cofradía, está exultante. Con los suyos al frente de Egipto, piensan, las cosas solo pueden ir a mejor. Israel, piensan en Gaza, ya no tendrá mano libre para lanzar ofensivas como la devastadora Plomo Fundido, ni para mantener el bloqueo que dura ya más de cuatro años.A corto plazo, la mayor preocupación israelí es el desierto del Sinaí; una zona que escapa el control de las autoridades egipcias y donde contrabandistas y grupos armados campan a sus anchas. Israel levanta a marchas forzadas una barrera en su frontera sur, que debería estar terminada a finales de año. De momento, el muro no ha impedido los ataques.
En los despachos oficiales desconfían de esta supuesta moderación, que atribuyen al momento político y que piensan puede cambiar en cuanto el nuevo presidente se sienta más fuerte o, por el contrario, cuando precise darse un baño de populismo. Atacar a Israel, dicen, es la fórmula mágica que siempre funciona. Esa desconfianza nace en parte de declaraciones efectuadas en el pasado por miembros de la Hermandad, incluido Morsi. Preguntados varios líderes de la cofradía por este diario si reconocen el Estado de Israel y si respetarán el acuerdo de paz, la ambigüedad de las respuestas y los esfuerzos por retorcer el lenguaje dejaban claro que las relaciones entre ambos países están repletas de interrogantes.En su primera alocución, la misma noche que la comisión electoral le proclamó vencedor, Morsi midió sus palabras y dijo lo que israelíes y estadounidenses estaban deseando escuchar, que respetaría los acuerdos internacionales firmados. En muchas cancillerías respiraron aliviados. La paz con Israel estaba a salvo. “De momento”, matizan los israelíes.
Siria es la otra pieza del puzle regional que quita el sueño a los israelíes. Argumentan que Damasco es el peón de Teherán en la zona y que el poderío de Hezbolá es posible solo gracias a los sirios. Pero a la vez recuerdan que los altos del Golán, la actual frontera entre Israel y Siria, se ha mantenido en paz. “Por un lado hemos conseguido mantener el statu quo. Pero por otro, Siria es una pieza fundamental del eje del mal. El régimen ha dirigido sus ataques contra Israel a través de Líbano. La caída de [Bachar] El Asad supondría la ruptura del eje Teherán-Damasco-Beirut”, estima Eli Shaked, exembajador israelí en Egipto.“El suyo es un rechazo teológico. Nos consideran los enemigos de Dios. No hay ni diálogo ni reconocimiento. Hemos intentado contactar con ellos, pero no hemos obtenido respuesta”, explican las fuentes oficiales. El primer ministro, Benjamín Netanyahu, ha enviado una carta a Morsi para felicitarle y expresar su deseo de que el acuerdo de paz siga vigente. El silencio ha sido de momento la respuesta. A la posición de la Hermandad se le añade el abrumador sentimiento antiisraelí de la población egipcia, como reflejan las encuestas. Probablemente ni el presidente egipcio más proisraelí se atrevería a expresar su apoyo al vecino del norte en público. Hosni Mubarak, cuyo régimen mantuvo una colaboración fluida con Israel, solo puso el pie una vez en el Estado judío y fue con motivo de la muerte del primer ministro Isaac Rabin.
Los israelíes saben que es mejor callar y no hacer grandes alardes de apoyo a los rebeldes sirios; algo que podría resultar contraproducente. Tal es el rechazo que genera cualquier iniciativa procedente de Israel, que incluso la ayuda humanitaria que han ofrecido a la población siria a través de la Cruz Roja ha sido rechazada, según las fuentes diplomáticas.Sobre el terreno, en la frontera norte, el Ejército israelí se prepara para cualquier escenario, incluido un posible contagio de la crisis siria a Líbano. “Tememos que los sirios si ven que pierden el control del país decidan atacarnos desde Líbano para echar un poco más de gasolina al incendio”, explica una fuente militar en un base del norte de Israel, desde donde coordinan los preparativos para una nueva guerra, que dan por sentada.
Los israelíes son conscientes de que no les quieren en su vecindario, pero están convencidos de que, si les dieran una oportunidad para explicarse, les entenderían. Les obsesiona su imagen exterior, pero no se plantean cambiar las políticas que generan el rechazo. Dov Weissglas, negociador israelí durante la era Sharon, aconsejaba al actual Gobierno cambiar de estrategia en el diario Yedioth Ahronoth: “Israel falló a la hora de predecir la caótica primavera árabe. Pero desde que sucedió y la calle se ha hecho con el poder, Israel tiene que eliminar lo antes posible la principal causa del odio hacia el país: el conflicto palestino-israelí”.
EL,PAIS