Ocho millones de venezolanos celebran su triunfo electoral del domingo, al tiempo que otros seis millones y medio están tristes o deprimidos. Ambos sentimientos son normales, en el primer caso porque se alcanzó lo principal del objetivo (ganar) y en el otro caso porque no se alcanzó. Y ambas emociones merecen drenarse… Pero con respeto.
En un lado, algunos opositores (no todos) han drenado su rabia con la explicación de que algunos votan por Chávez porque son “ignorantes”. Los más displicentes llegan a decir incluso que los (o las) chavistas se dejan preñar o se inscriben en cualquier Misión del gobierno, sólo para cobrar un dinero, sacar un bachillerato en dos años o adquirir una casa sin trabajar. Otros culpan incluso al opositor “que por un pedazo de cargo que tienes votas por Chávez, por miedo a perder tu empleo”.
En el otro lado, algunos chavistas (no todos) drenaron su euforia con la humillación. En redes sociales pueden leerse mensajes que llaman a “cogerse” [poseer sexualmente] con más fuerza a los “escuálidos” [opositores], en clara sintonía con un tuit que tres días antes de la elección escribió una ministra del Gobierno: “Escuálidos compren vaselina. El palo que les vamos a meter el 7 no es precisamente de agua”. O como escribió otro ministro ese mismo día: “Entréguense escuálidos que están rodeados”. Otros chavistas piden identificar y destituir a los escuálidos de los ministerios y empresas del estado.
En el medio hay personas como Michelle, para quien “[s]ería espectacular no volver a escuchar ‘majunches, fascistas, golpistas, escuálidos’ [expresiones usualmente usadas por algunos ministros y seguidores del chavismo para referirse a los opositores], ni ‘niche, mono, miserable, bruto’ [empleadas por algunos opositores para referirse a los chavistas]”. Todo parece indicar que un poco más de la mitad de los venezolanos [mayoría del 55%] votó contra el desprecio que siente que le tiene la otra casi mitad (Carolina Gómez Ávila); y que esta casi mitad votó contra el desprecio y la discriminación que percibe en la mayoría ganadora. Aparentemente hay dos países incomunicados: “Dos realidades con pocos contactos entre sí. Dos mitades que no se conocen ni se reconocen como conciudadanos de un mismo país…” (Francisco Gámez Arcaya).
Pareciera que el principal problema de Venezuela es la cohesión social, definir quiénes son los “nuestros”. Esto me hizo recordar la Misa Dominical de hace dos semanas. El sacerdote leyó un pasaje de la Biblia (Marcos, 9:38) en el cual los Discípulos le cuentan a Jesús que una persona echaba demonios en Su Nombre, y ellos lo impidieron “porque no es de los nuestros”. Jesús –explicó el sacerdote– les ofreció una visión bien diferente: todos aquellos que hacen el bien son de los “nuestros” porque los de Jesús son todos aquellos que trabajan por construir el Reino de justicia y de paz, aunque no se declaren cristianos. El Reino de Dios no se identifica sólo con nuestra Iglesia.
Asimismo, los venezolanos debemos cambiar nuestra visión de la venezolanidad y la definición de quiénes son los “nuestros”. Venezolanos no son solamente los que votan por Chávez, ni tampoco sólo los opositores. Todos aquellos que quieren el bien para nuestro país son “patriotas” y son de los “nuestros”, aunque militen en diferentes partidos políticos, o no militen. Venezolanos de buena voluntad son todos aquellos, chavistas o no, que trabajan por construir un País con oportunidades para todos. Porque la Patria y Venezuela no se identifican sólo con un candidato presidencial. Los venezolanos de buena voluntad queremos una sociedad democrática que consolide valores como la libertad, la paz, la solidaridad, el bien común y la garantía de todos los derechos humanos, y esa Venezuela puede construirse desde cualquier espacio; y aún con nuestras diferencias, los venezolanos debemos respaldar todo esfuerzo que se haga en pro de ese objetivo, dondequiera que ese esfuerzo se halle.
A los seguidores del Presidente Chávez quiero decirles que no todos los opositores los odian o los desprecian por ser chavistas, ni rechazamos todos los objetivos de la “Revolución Bolivariana”, algunos de los cuales hasta podemos compartirlos (inclusión, igualdad, justicia social, etc.). Lo que se les pide, en pro de la convivencia democrática, es abandonar sus pretensiones de verdad irrefutable; recibir de buen ánimo las críticas de los opositores, la mayoría de las cuales se hacen con fines constructivos; reconocer que en Venezuela hay otras ideas para resolver los problemas que nos afectan a todos, con algunas de las cuales podemos conciliar sin que por ello tengamos que abandonar nuestros principios; y democratizar los medios públicos, donde todas las corrientes políticas y sociales tienen derecho a expresarse.
Les digo además que, según mi percepción, la mayoría de los venezolanos (más del 55%) compartimos el propósito de garantizar la universalidad de los derechos sociales y terminar con la exclusión social. Pero algunos no creemos que para lograr esos fines compartidos, haya que sacrificar de modo irrazonable las libertades y derechos individuales de los ciudadanos, o deba discriminarse a quienes piensan diferente. Lo que nos preocupa legítimamente es que la Revolución Bolivariana se proponga –como lo proclama el Plan de Gobierno– convertir una mayoría de 55% en una “hegemonía” que pretende el “control [absoluto] de la orientación política, social, económica y cultural de la nación”.
A mis copartidarios de la oposición quiero decirles que –con excepción de los resentidos (que los hay y algunos son, lamentablemente, ministros, gobernadores y alcaldes)– los chavistas no nos odian ni nos desprecian; ni todos los que votan por Chávez lo hacen por oportunismo, ignorancia, resentimiento o miedo. Los opositores debemos reconocer que el chavismo es un fenómeno social, que existe y (que a pesar de una campaña electoral desequilibrada) por ahora es mayoría. Tenemos que aprender a convivir con ese fenómeno, apoyar sus bondades (cuando las tenga) y oponerse a todo aquello que consideremos malo para la sociedad y el bien común. Y mientras sea mayoría, debemos entender ese fenómeno para ganarle a Chávez y recuperar los espacios políticos que permitan alcanzar (de otra forma) el bien común.
Ganarle a Chávez –escribe la amiga de una amiga– significa ganarse a sus seguidores [precisamente los mismos que equivocadamente se sienten despreciados por nosotros], y sobretodo a los de sectores populares. Llegarle a quienes nunca hemos llegado. Lo que trajo a Chávez al poder [la sensación de exclusión social] sigue siendo lo que lo mantiene. Por lo tanto, a quienes se sienten excluidos debemos demostrarle que sí nos importan, que compartimos el mismo proyecto de país, donde todos [incluso ellos] tengamos el mismo derecho y las mismas oportunidades de soñar, de ser y de progresar. Sí, es verdad, nosotros creemos que con Chávez ellos no van a progresar. Pero él les ha dado lo suficiente para que ellos sientan que sí, se sientan incluidos y sientan que ahora el país es de ellos. Decirle ignorante, miedoso, oportunista o “comprado” al que vota por Chávez para cuidar el beneficio de su Misión o el empleo de PDVSA al que logró acceder, es irrespetar su dignidad y no entender que en el peor de los casos, son “sobrevivientes” para quienes la beca o el salario es, tal vez, su única oportunidad de subsistir.
Venezuela no podrá resolver sus problemas sociales y económicos si no emprendemos acciones que necesitan el consenso de todos y que un Gobierno (ninguno) puede emprender en solitario, aun cuando tenga mayoría en la Asamblea. Necesitamos un gran acuerdo entre los ciudadanos que desarrolle el modelo de Estado Social que queremos y podemos tener. Todos debemos contribuir a ese gran acuerdo, desde los partidos políticos, sindicatos, gremios empresariales y actores sociales de todas las tendencias. Naturalmente –escribe el español J. L. Cebrián– un pacto es un pacto y no un “trágatela”, de modo que todos debemos perder y ganar en el acuerdo. La oposición debe reconocer (y ya lo hizo) que el Presidente Chávez gobierna con la mayoría y que no se vale coger “atajos”. Pero el Presidente debe comprender que para algunas cosas, solamente su mayoría no es útil, y es mejor y necesario el consenso. Debe entender que cuando un opositor critica una política, denuncia o pide investigar una irregularidad, no necesariamente es un “ataque personal” contra él, sino que quiere mejorar la eficacia de su gobierno o sancionar a un funcionario que lo está haciendo mal.
Los venezolanos debemos abandonar el sectarismo, y cada sector abandonar esa suerte de Supremacismo Moral con el que tratamos al otro. Mantener nuestras diferencias pero aprender a valorar positivamente lo que propone de buena fe nuestro adversario. Apreciar todo lo que signifique un acercamiento, por mínimo que parezca, y no despreciarlo sólo porque viene del “otro” que no es de los “nuestros”. Porque el bien común se alcanza a través de todos, y no sólo de quienes están con Chávez o quienes están con Capriles. Sólo así podremos alcanzar los niveles de libertad, bienestar y cohesión social que queremos y necesitamos.