Hay diversas razones para extrañar el fútbol de antaño. Un fútbol más clásico, más arcaico y con la historia respirándose en el cuello de las camisetas de cada jugador. Antes, los futbolistas no bajaban de los buses llenos de gel en el cabello o con unos enormes audífonos en sus orejas. Los futbolistas no estaban distraídos cuando los hinchas los recibían emocionados. Antes, los futbolistas conectaban con la gente, con su hinchada.
Bien lo sabe Sócrates Brasileiro Sampaio de Souza Vieira de Oliveira, o mejor Sócrates, a secas. No se trata de un filósofo de la antigua Grecia. Me refiero al mediocampista brasileño, al hombre que revolucionó el fútbol de su época con el golpe del tobillo al balón que conocemos como ‘taquito’. Doctor de profesión, que no se imaginó nunca que aquellas botas que regaló durante un mundial, obsequiarían una historia más de colección.
Brasil disputaba el mundial de España 1982, y se le asignó un cómodo lugar en Sevilla para su hospedaje. El Parador Nacional de Carmona y Mairena de Alcor lucían abarrotados de gente que se conformaban con respirar el mismo aire que las estrellas brasileñas. Zico, Falcao, y el mismo Sócrates regalaban las mejores postales de la fecha. La gente se agolpaba para solo tocarlos. Los deportistas les devolvían la muestra de cariño obsequiándoles su imagen para que se fotografíen con ellos. Los sevillanos se iban corriendo a revelar el rollo de sus cámaras.
Más allá, los empleados del hotel preparaban un recibimiento a la glamorosa selección brasileña. Muchos de ellos impotentes por no estar entre la muchedumbre de gente. Sus trabajos les impedían sacarse el aficionado futbolero que guardaban dentro. Fue allí donde el médico-futbolista tuvo un gesto para sacarse el sombrero. Habrá sido el brillo de los ojos de aquel modesto y ejemplar trabajador del hotel o el buen humor del ‘Doc’. Nadie lo supo. Sócrates pasó al lado de uno de los empleados. Tenía sus botines en sus manos. No lo pensó dos veces. —Toma de recuerdo, le dijo. Ni la gente que miraba de lejos, ni los compañeros del hotel ni el mismo trabajador lo creía. Los botines del místico doctor del fútbol en sus manos.
Brasil terminó primero en su grupo, pero en la siguiente fase no pudo contra la poderosa Italia de Paolo Rossi. Fue eliminada de España 1982, el mundial de ‘Naranjito’. El trabajador del hotel solo gozó unos años de aquella reliquia en sus manos. Falleció. Los botines quedaron como herencia para su esposa.
Muchas piezas de colección, joyas auténticas de museos se encuentran en los lugares más oscuros de las casas, guardados en cajas de madera o sellados para la eternidad. La familia vende la casa, se muda y las cosas terminan condenadas a muerte. A la muerte del recuerdo. Felizmente hay golpes de suerte, que llevan a personas a cruzarse en la vida de estos objetos, y a los objetos a meterse en el poder de personas que las lleguen a valorar o a devolverse su lugar en la historia.
Javier Angulo Ferrandiz aceptó ayudar a su prometida durante 7 años a limpiar su casa. Había varias cosas del trastero que se tenía que botar a la basura. —¿Vas a botar esto?, preguntó Angulo a su novia con mucha emoción. Al ver que la respuesta era positiva, repreguntó si podía quedárselas. Eran las botas. Aquellos chimpunes que Sócrates regaló al empleado del hotel. Al padre de la novia. Al esposo de la señora.
RPP