El ‘oro negro’ da la espalda a México
México ha abierto la puerta a un vendaval. Justo cuando se disponía a asombrar al mundo con el fin de 76 años de monopolio estatal del petróleo, el mundo le ha sorprendido con una vertiginosa caída del precio del crudo. El impacto ha sido fulminante. La salida a concurso de los primeros yacimientos, la denominada Ronda 1, cuidada al extremo por el Gobierno federal, consciente de que era la más importante apuesta económica de México en décadas, se ha topado con un escenario yermo, marcado por un barril WTI (West Texas Intermediate, de referencia para América) a unos 45 dólares, cuando seis meses antes, en pleno debate de la reforma energética, alcanzaba los 100. Las consecuencias de este salto al abismo no se han hecho esperar.
El peso se ha depreciado, la Bolsa se ha desinflado y el desánimo surgido a remolque de espantos como la tragedia de Iguala ha tomado cuerpo económico. Un viento gélido empieza a colarse por todas partes. Pemex, la petrolera pública, ha iniciado, como BP o Shell, un recorte de los servicios contratados, y el secretario de Hacienda, Luis Videgaray, ha reconocido la posibilidad de un tijeretazo en el gasto público. Pero más allá de los ajustes internos, el hundimiento del crudo ha sacado del armario el fantasma más temido por el Ejecutivo: el posible fracaso de las licitaciones petroleras, la joya de la corona de la era Peña Nieto y a la que el presidente ha ligado su futuro.
En una economía aquejada de anemia crónica, con un crecimiento medio del PIB del 2,4% desde 1981, la reforma energética se justificó como el gran catalizador económico. No se trataba solo de atraer capital, sino de aumentar una producción declinante (de 3,3 millones de barriles diarios a 2,5 millones en diez años) y de incorporar una tecnología que la obsoleta Pemex era incapaz de aportar. Todo ello con el objetivo de revitalizar las arcas públicas; que deben el 30% de sus ingresos al petróleo, y acometer las acuciantes transformaciones que requiere un país con 53 millones de pobres.
La Ronda 1 arrancó en diciembre con la salida a concurso de 14 áreas petroleras. Ubicadas en aguas poco profundas, frente a las costas de Veracruz, Tabasco y Campeche, corresponden a un ubérrimo espacio codiciado por su facilidad de perforación y la inexistencia de problemas de propiedad. Este ha sido el primer paso. Ahora vendrán más licitaciones hasta llegar a 169 campos. A este primer proceso, cuyos resultados se conocerán en julio, seguirán otras tres rondas. Al final del camino, México, el séptimo producto mundial, habrá abierto al capital privado el 17% de sus campos petrolíferos y el 79% de sus reservas. Un paso de dimensiones históricas y uno de los grandes negocios planetarios. O esa era la idea.
El colapso del barril ha puesto estas esperanzas en el congelador. A menos precio, menos beneficio. El efecto es disuasorio. Los proyectos se aparcan, las inversiones se reducen. Las multinacionales, bajo esta presión, han empezado a revisar sus presupuestos. El golpe que se avecina puede ser terrible. Un billón de dólares en inversiones en todo el mundo corren riesgo de ser canceladas, según Goldman Sachs. Los recortes ya han empezado. Y México, recién engalanada para su estreno en el juego del capitalismo petrolífero, ha recibido el primer testarazo. "La caída de precios ha generado un efecto intimidatorio que, unido la inestabilidad política de los últimos meses, resta seguridad al inversor extranjero", señala la profesora externa del Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE), Miriam Grunstein.
Conscientes de esta desconfianza, las autoridades y responsables de Pemex ya admiten que la tempestad se cierne sobre las licitaciones. Ahí donde los márgenes son menores y los costes mayores, como las explotaciones de esquisto y los pozos profundos, los concursos corren el riesgo de quedar desiertos por su baja rentabilidad. Las estrictas condiciones de participación, pensadas en época de bonanza y destinadas a evitar las alianzas, coadyuvan a este estrangulamiento.
Con una estructura económica más diversificada que sus adversarios, México ha conseguido aminorar su dependencia del crudo. Si en 1982 las exportaciones de petróleo representaban el 75% del total, ahora se han reducido al 12%. Y la contribución de este sector al PIB se limita al 5,9% (11% en 1995). "Además, la caída del precio del petróleo ha repercutido en una depreciación de la moneda, y esta permite aumentar las exportaciones. El resultado es un efecto compensatorio. El problema es que este ajuste no se percibe en la calle", explica el profesor-investigador del Colegio de México Gerardo Esquivel.El invierno amenaza con ser largo. Tanto el Banco Mundial como Goldman Sachs pronostican que el precio del barril no ganará brío en 2015. Ni China ni India van a recuperar su voracidad, y tanto Arabia Saudí como EEUU ya han emitido señales de que van a mantener a toda máquina su producción. En este horizonte de superabundancia, las consecuencias de una depresión prolongada de los precios se ha convertido en una cuestión cardinal para México. La pregunta es cuánto podrá resistir el país. En este punto entra en juego la singularidad mexicana. Aunque dependiente del petróleo en sus cuentas públicas, México se halla a años luz de las convulsiones que están sufriendo Rusia o Venezuela. "Si alguna ventaja tiene este fenómeno es que hace más daño a nuestros competidores que a nosotros, tiene un efecto depurativo", señala un altísimo ejecutivo de Pemex.
Otro factor de protección frente al colapso radica en el amplio programa de seguros de cobertura (a 76 dólares el barril) que el Gobierno ha puesto en pie para este año. A este amortiguador se suma el bono extra que representa que más de la mitad de la gasolina que consume México la importa y que, además, la cobra al usuario a un precio relativamente alto (la estándar a 0,91 dólares, un 75% más cara que en Texas).
Estos elementos alejan a México del espectro de un desplome a la venezolana. Pero nadie prevé un éxito inmediato del fin del monopolio. Por el contrario, los expertos auguran un parto largo y doloroso. "Vamos a sufrir; habrá menos consumo, menos producción, más pérdida de empleo, pero no una caída libre, el daño se acabará y luego se repuntará; se trata de un fenómeno cíclico", pronostica la experta Miriam Grunstein. "El problema de México no es coyuntural, es que se terminó la época del petróleo fácil. Va a ser una coyuntura larga y difícil", añade el analista David Shields.
Pero el Ejecutivo mexicano vive horas bajas. Atrapado por el fuego cruzado del desplome del crudo y la necesidad de evitar otro varapalo político en un delicadísimo año de elecciones, su margen de maniobra es escaso. Y los expertos consultados dan por hecho que, antes que reconocer el fracaso, mejorará las condiciones fiscales a las empresas extranjeras. El resultado, sin embargo, traerá consigo una reducción de los ingresos estatales, lo contrario de lo que buscaba la reforma.El camino de salida entraña un peligro. La vía más segura que tienen las grandes compañías para aventurarse a nuevas inversiones pasa por reducir los costes fiscales. En esta línea, algunos gigantes, como Exxon, ya han advertido que "México tiene que ser competitivo frente a otras oportunidades que hay en el mundo". La respuesta, la rebaja de cargas a las multinacionales, está en manos de Peña Nieto.
Ningún experto consultado pone en duda la necesidad de una reforma energética. Ni siquiera la oportunidad de abrir las licitaciones justo cuando pasaba el torbellino que ha dinamitado los mercados mundiales. Pero los riesgos de haber dado el paso adelante están ahí. Peña Nieto, con su reforma, se juega su lugar en la historia. Y con él, México.
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