Basta darse una vuelta por Lisboa para darse cuenta de que el paro afecta a los a los transportes y a la recogida de basuras, pero que los centros comerciales, las tiendas y los bares y restaurantes no se han dado por aludidos. Las autoridades aéreas recomiendan, por su parte, comprobar los vuelos con destino o con origen en Portugal.
El detonante de la huelga fue la reforma laboral aprobada en enero, en la que se abarataba el despido y las horas extras, se acortaban las vacaciones y se retiraban varios días festivos. Llovía sobre mojado: meses antes, Passos Coelho anunciaba la retirada de las pagas extras de funcionarios y pensionistas y poco después el Gobierno subía el IVA hasta el 23% en muchos productos, incluidos algunos alimentos como los yogures, y ordenaba cobrar en las visitas a los médicos.
El secretario general de la principal central sindical portuguesa (CGTP), Armério Carlos, que se levantó entonces de la mesa en esa reunión de esa reforma laboral, calificó, ya entonces, las nuevas condiciones de trabajo de “vuelta a la edad media”. Por el contrario, la segunda central sindical del país, la UGT, firmó el acuerdo “como una muestra de responsabilidad” y apelando al mal menor y no se ha sumado a la huelga. “Los derechos a los trabajadores no son privilegios”, manifestó hace unas horas el líder sindical de la CGTP. “Y nuestro deber es preservarlos para que pasen a las siguientes generaciones”, añadió.
Por la tarde, habrá una manifestación, que se prevé masiva, en Lisboa. Ya el pasado 11 de febrero, la CGTP convocó una protesta en el corazón de la capital lusa que, según el sindicato, reunió a decenas de miles de personas, lo que, según los líderes sindicales, augura un éxito en la convocatoria de hoy.
EL PAIS