Agrade o disguste, la condición de més que un club ayuda a entender por qué el barcelonista va por caminos no convencionales, distintos a los de clubes que tampoco son sociedades anónimas como el Madrid. Así se explicaría que una candidatura que reunía a los poderes fácticos del país perdiera las elecciones de 2003. A Lluís Bassat, aspirante consensuado a la presidencia, de nada le sirvió el apoyo del poder político (Miquel Roca), económico (Salvador Alemany), deportivo (Pep Guardiola), institucional (Evarist Murtra) y financiero (Carles Tusquets). El socio entendió que la sociedad civil había pasteleado una directiva que defendía el status quo con figuras amables bien relacionadas con el mundo y en las elecciones se entregó a un plantel de jóvenes que simbolizaban un cambio radical en el Barça. El señuelo de Beckham despertó a los socios, convencidos de que podían alcanzar la gloria con el liderazgo de Joan Laporta, la mochila de Ferran Soriano y el álbum de cromos de Sandro Rosell, tras la tristeza enfermiza y contagiosa de Joan Gaspart, exvicepresidente con Josep Lluís Núñez, familiarizado con la construcción, al igual que Enric
No quedó ni rastro del pasado y el círculo virtuoso ha funcionado estupendamente durante más de una década que ha cambiado la historia del club: 2003-2014. Amigos por conveniencia al inicio, ni que fuera por coincidir en identificar al rival, los tres se han hecho la vida imposible hasta constatar que los egos no solo destrozan a un equipo sino que pueden dinamitar una institución. La pelea y la intriga han neutralizado finalmente a Laporta, Soriano y Rosell, cuyo único vínculo ahora es el judicial. Laporta difícilmente capitalizará a la oposición, Soriano está en el Manchester City y Rosell acaba de abandonar la presidencia después de un ejercicio que resume las cuitas y el cainismo propios del Barça.
Ha sido tanta la inquina y la malediciencia, aparecieron tantos personajes interpuestos (Vicenç Pla, Robert Blanc, Oriol Giralt, Jordi Cases), se han contado tantos pleitos y hecho tantos rehenes, que ayerresultó agradable escuchar a un presidente que se expresaba con naturalidad, sin retranca ni miedo y que echaba las mismas cuentas que un aficionado de la calle, como si no formara parte de ningún plan, por más sustituto que sea de Rosell. Aunque todavía no tiene liderazgo, se duda de su legitimidad, está encadenado a la pelota y depende del control social, Bartomeu aspira a ganarse la continuidad a partir de la normalidad, tal que que fuera el socio que demandó a Rosell. No es mala idea. Igual resulta que no molesta a nadie del Barça y tampoco a un poderoso como Florentino.El mandato de Rosell ha tenido tics tan nuñistas que al final también se ha ido a partir de una noticia en un diario —ahora conseguido por La Vanguardia y antes por Mundo Deportivo—, como si se sintiera igualmente despechado y derrengado, descamisado el lunes y abatido el jueves, entregado a su sufrida familia, víctima de las medias verdades y medias mentidas y de sus enemigos, esclavo de su programa, de la presión que supone predicar la transparencia y la unidad, para después cumplirlas y no burlarlas, depositario de las tablas de la ley. Tal que fuera Poncio Pilatos, ningún acto le retrató mejor que su voto en blanco en la asamblea de compromisarios que nada más llegar al cargo aprobó la acción de responsabilidad contra Laporta.
EL PAIS