Los inspectores de la troika que han visitado cada dos meses durante los últimos tres años al Gobierno luso para conminarle a adoptar medidas de ajuste han dicho ya adiós a Lisboa. Lo hicieron formalmente este sábado. Se han acabado, pues, los telediarios llenos de imágenes de señores serios de traje y maletín entrando y saliendo de ministerios sin decir nunca nada a la cámara. En el fondo no se van para siempre. En septiembre, de hecho, volverán para interesarse por el presupuesto de 2015. No en vano, el Fondo Monetario Internacional (FMI), la Unión Europea y el Banco Central Europeo (BCE), la famosa troika, han dejado aquí un préstamo de 78.000 millones de euros que esperan ver devuelto antes
Pero serán visitas de otra naturaleza, meramente consultivas, casi de cortesía. Portugal, para lo bueno y para lo malo, ha recuperado su plena autonomía financiera (y política) y es dueña otra vez de sus propias decisiones. Hace tres años, cuando pidió, bajo el Gobierno del socialista José Sócrates, el rescate de los citados 78.000 millones, el país se encontraba al borde de la bancarrota, sin fondos para hacer frente a los pagos corrientes a corto plazo. Los intereses del bono portugués a 10 años escalaban entonces por encima de un 10,6% de pesadilla que imposibilitaba acudir a los mercados a buscar dinero sin riesgo de arruinarse a la primera. El déficit público, a finales de 2010, se hundió hasta un abismal 9,8%. Hubo quien aseguró entonces que Portugal, como país, era un fracaso contable y que si sus resultados fueran los de una empresa cualquiera, esta debería echar el cierre y olvidarse de sí misma. Hoy, esos mismos intereses flotan en un llevadero 3,6% y el déficit de 2013 se ajustó a lo solicitado por la troika, incluso con algún punto de sobra: un 4,9%.
La agencia de calificación Standard & Poor’s (S&P), una de las que condenó hace tres años los bonos portugueses a la categoría rotunda de “basura”, emitía esta semana una nota en la que aseguraba que la recuperación económica lusa “es más rápida que lo previsto” y pronosticaba un crecimiento para 2014 de un 1,4% tras tres años de caída ininterrumpida. En 2012, ya con el Gobierno del conservador Pedro Passos Coelho (elegido en junio de 2011), Portugal tocó fondo con un retroceso del 3,6%.
Hay quien recuerda lo arriesgado del movimiento: bastará que los intereses de la deuda vuelvan a repuntar, debido a una convulsión política disgregadora en Ucrania o, simplemente, causado por el efecto contagio de una reestructuración de la deuda griega para que todo vuelva a ponerse en contra. “A la mínima señal de inestabilidad en Europa, corremos el riesgo de que los mercados se ceben con las víctimas de costumbre”, aseguraba hace unos días un ministro al semanario Expresso. Pero otros miembros del Gobierno dice que el país cuenta con un colchón financiero de un año más o menos para capear supuestas turbulencias. Más o menos la garantía, en tiempo, que iba a cubrir un rescate cautelar. Políticamente, el paso ha sido significativo y se trata, de hecho, de la primera buena noticia desde que llegó al poder para un Gobierno desgastado y hundido en los sondeos.El mismo Passos Coelho anunció hace dos domingos, en un discurso televisado en horario de máxima audiencia, que Portugal saldría del rescate por la puerta grande, como Irlanda, esto es, sin ningún tipo de ayuda cautelar europea. Así ha sido: sin red financiera, fiándose por entero de la previsible (aunque solo a corto plazo) estabilidad y benevolencia de los mercados.
Hasta aquí la macroeconomía y los datos y cifras que comienzan a encajar tras tres años de troika. La economía de andar por casa y la cara amarga de la salida limpia del rescate la encarna, por ejemplo, Florbela Fernandes, funcionaria de 42 años en el Ayuntamiento de Évora. Todo Portugal ha salido más empobrecido de este túnel de más de mil días esposado a la troika. Pero ha sido la clase media, y en especial los funcionarios y los pensionistas, los que han cargado con la peor parte.
“Yo llevo trabajando y cotizando 20 años. Y ahora cobro lo mismo que cobraba cuando llevaba dos años en el Ayuntamiento”, dice Fernandes. Después hace sus propias cuentas: “En 2011 yo ganaba al mes 1.400 euros y tenía dos pagas extras. Ahora, después de tres años de recortes y recortes, ingreso 1.050, y solo tengo una paga extra. La otra se me va en pagar las subidas de impuestos”. Su marido, policía, también ha padecido una merma parecida. Esto se traduce en renuncias, cada vez más costosas, que parecen no tener fin: vendieron uno de los coches, se olvidaron de las vacaciones de verano, después de los viajes de fin de semana, el hijo abandonó los cursos de perfeccionamiento de materias, después decidió repetir curso para mejorar notas y porque así la familia ahorra para la universidad, cada vez más se ven obligados a recurrir a los abuelos cuando sobrevienen gastos imprevistos, compran en los supermercados casi exclusivamente marcas blancas y tardan mucho tiempo en comprar, tras mirar y remirar los precios…
También la combativa Maria do Rosário Gama, de 70 años, profesora jubilada, miembro de la asociación de pensionistas APRE, ha visto su vida, que consideraba ya a salvo de sorpresas, empequeñecerse y empobrecerse a base de subidas de impuestos y bajadas de la cuantía de la pensión. Antes de la etapa-troika, Gama percibía 1.900 euros de pensión al mes. Ahora no llega a 1.500. También se le volatilizó una paga extra. No solo eso. “Subió el impuesto municipal; subió la electricidad, subió el IVA, subieron los transportes, subió la sanidad…”, recita casi de memoria esta pensionista que, sobre todo, recuerda que la cuantía de su retiro mensual no es un favor del Estado a sus mayores, sino un derecho adquirido que tanto ella como el resto de los jubilados portugueses se ganó a base de cotizar mes a mes en sus años de trabajador. La crisis, ahora, le cerca por todos lados: su hijo, con un empleo precario, se ve obligado a recurrir a ella para sacar adelante a su familia en una especie de círculo vicioso que cada vez afecta y engulle a más personas.
Toda esta economía pedestre se refleja en otras estadísticas sombrías que trazan a su vez una radiografía veraz de los efectos de estos tres años atosigantes. En 2008, nacieron 104.000 portugueses. En 2012, en pleno ciclón de la crisis —aquel año el PIB cayó más allá del 3%— solo lo hicieron 89.000. Hace tres años, salieron del país 23.000 portugueses en busca de un futuro en el extranjero. En 2012, llegaron casi a 52.000, según la revista Visão. El paro escaló desde el 12% hasta más allá del 15% y de ahí no baja. Portugal pareció volver muy atrás. En las vacaciones de Navidad de 2011, por ejemplo, los comedores escolares de determinados pueblos y ciudades abrieron para dar de comer a los hijos de las familias más desfavorecidas (muchas pertenecientes a una clase media empobrecida repentinamente). Fue algo que sacudió al país, estupefacto ante el tamaño de la crisis a la que se abocaba. Ahora asombra menos, pero sigue pasando: en la última Navidad, 61 localidades portuguesas decidieron abrir sus comedores escolares para alimentar a los niños de familias sin recursos.
Todos estos ejemplos (y otros que van desde la caída del consumo, consecuencia de la subida del IVA al 23,2% y de la reducción de las nóminas, al incremento de venta de ansiolíticos, por ejemplo) han conformado un evidente estado de ánimo pesimista que parece arrastrar a todo el país y que va a ser difícil de extirpar. De hecho, al año de haber adoptado las primeras grandes medidas de austeridad, el Gobierno de Passos Coelho sufrió una ola de manifestaciones que lo hicieron tambalear. Pero la protesta se ha ido adormeciendo y ha dado paso a una suerte de resignación fatalista.
Sin ir más lejos, ni Florbela Guterres ni Maria do Rosário Gama creen que vuelvan alguna vez a llevar la vida que llevaban antes de que llegara la troika. Las dos están convencidas de que el empobrecimiento es definitivo. Aseguran, con una convicción definitiva e inconmovible, que aunque la etapa de la troika se acabó el sábado 17 de mayo, sus efectos permanecerán en su día a día por mucho tiempo
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