Vietnam celebró este jueves con desfiles y coreografías en las calles el 40 aniversario de la caída de Saigón (actual Ho Chi Minh), que puso fin a más de dos décadas de guerra y reunificó el país.
El fin del conflicto, en el que murieron unos tres millones de vietnamitas y 58.000 estadounidenses, marcó la anexión de Vietnam del Sur, apoyado por Washington, al régimen comunista del norte.
La antigua Saigón celebró el acontecimiento por todo lo alto, engalanó las calles con banderas y las pancartas de propaganda comunista revivieron el esplendor de antaño, con imágenes de los tanques entrando en el antiguo palacio presidencial diseminadas por todo el centro de la ciudad.
El acceso de público estuvo restringido en el homenaje que autoridades políticas y militares rindieron a los veteranos de la llamada "guerra americana" frente al hoy palacio de la Reunificación, donde hace cuarenta años irrumpió el Ejército de Vietnam del Norte.
Uno de aquellos soldados es Tran Be, un vigoroso anciano de 90 años que llevaba este jueves el mismo traje con el que entonces contribuyó a asaltar el palacio.
"Estoy muy contento por el homenaje y por seguir vivo después de haber perdido a tantos amigos en la guerra. Estoy muy orgulloso de mi país, hemos pasado de sufrir una gran pobreza a ser un país en desarrollo y creo que pronto Vietnam será rico", declaró a Efe.
Pese a que el actual Vietnam es muy diferente al de 1975 y a que la mayoría de sus habitantes no han vivido la guerra (la media de edad es de 29 años y el 87 por ciento de la población tiene menos de 54 años), muchos jóvenes presenciaron la celebración con interés y agradecimiento hacia sus mayores.
"Es bonito que tanto tiempo después se siga reconociendo y homenajeando a nuestros héroes", dijo Linh, una joven de 24 años nieta de un soldado del Ejército del Norte y que sueña con vivir en Estados Unidos.
Durante estas cuatro décadas, la República Socialista de Vietnam ha ido abandonando sus doctrinas comunistas más férreas y se ha ido abriendo al capitalismo, un proceso que llegó a su punto álgido con su acceso a la Organización Mundial del Comercio en 2006.
Sin embargo, al igual que en China, el Partido Comunista se ha mantenido inamovible en el poder y los activistas democráticos y blogueros críticos sufren la represión del régimen.
Estas deficiencias en derechos humanos no han impedido que Vietnam y EEUU hayan dejado atrás su antigua hostilidad y sean hoy, veinte años después de retomar sus relaciones diplomáticas bajo la presidencia de Bill Clinton, socios comerciales preferentes.
La amenaza común de China, con la que Vietnam mantiene un conflicto territorial por la soberanía de las Islas Paracel y Spratly en el Mar de China Meridional, ha contribuido a estrechar aún más los lazos entre los antiguos enemigos.
Ambos gobiernos llevan meses enfrascados en negociaciones para formar, junto a otros diez países, el Tratado Transpacífico de Asociación Económica, que facilitaría sus intercambios comerciales.
Sin embargo, pese a la cercanía entre Hanoi y Washington, algunas de las heridas entre vietnamitas que lucharon en bandos opuestos siguen sin cerrarse.
"Muchos exiliados a EEUU que regresaron al país años después se han ido de la ciudad estos días porque dicen que no pueden soportar la propaganda. Estaban rezando para que lloviera durante el desfile", comenta un periodista vietnamita.
Los que no tuvieron la suerte de escapar en helicópteros estadounidenses durante los caóticos últimos días de abril de 1975 fueron castigados con varios años de trabajo forzado por haber apoyado al Gobierno pro americano.
Uno de ellos, Nam Dinh, de 65 años, se gana la vida como conductor de ciclo, el taxi a pedales con el que pasea a turistas por el centro de la antigua Saigón.
"Pasé tres años en campos de trabajo, apenas nos alimentaban y teníamos que buscar plátanos en la selva", recuerda con amargura.
Tras su presidio, pasó diez años sin poder trabajar, ya que su pasado le cierra el acceso a cualquier empleo en empresas públicas y no pudo remontar el vuelo hasta que en los 90 comenzaron a llegar turistas extranjeros y aprovechó sus conocimientos de inglés para ejercer de guía.
Hoy dice que no le interesa hablar de política y afirma que sólo espera que el país mantenga el fuerte desarrollo económico iniciado en la década de los 90.
"Mis siete hijos tienen trabajo y el país va mucho mejor. Sólo quiero -afirma- que ellos tengan un buen futuro".
El fin del conflicto, en el que murieron unos tres millones de vietnamitas y 58.000 estadounidenses, marcó la anexión de Vietnam del Sur, apoyado por Washington, al régimen comunista del norte.
La antigua Saigón celebró el acontecimiento por todo lo alto, engalanó las calles con banderas y las pancartas de propaganda comunista revivieron el esplendor de antaño, con imágenes de los tanques entrando en el antiguo palacio presidencial diseminadas por todo el centro de la ciudad.
El acceso de público estuvo restringido en el homenaje que autoridades políticas y militares rindieron a los veteranos de la llamada "guerra americana" frente al hoy palacio de la Reunificación, donde hace cuarenta años irrumpió el Ejército de Vietnam del Norte.
Uno de aquellos soldados es Tran Be, un vigoroso anciano de 90 años que llevaba este jueves el mismo traje con el que entonces contribuyó a asaltar el palacio.
"Estoy muy contento por el homenaje y por seguir vivo después de haber perdido a tantos amigos en la guerra. Estoy muy orgulloso de mi país, hemos pasado de sufrir una gran pobreza a ser un país en desarrollo y creo que pronto Vietnam será rico", declaró a Efe.
Pese a que el actual Vietnam es muy diferente al de 1975 y a que la mayoría de sus habitantes no han vivido la guerra (la media de edad es de 29 años y el 87 por ciento de la población tiene menos de 54 años), muchos jóvenes presenciaron la celebración con interés y agradecimiento hacia sus mayores.
"Es bonito que tanto tiempo después se siga reconociendo y homenajeando a nuestros héroes", dijo Linh, una joven de 24 años nieta de un soldado del Ejército del Norte y que sueña con vivir en Estados Unidos.
Durante estas cuatro décadas, la República Socialista de Vietnam ha ido abandonando sus doctrinas comunistas más férreas y se ha ido abriendo al capitalismo, un proceso que llegó a su punto álgido con su acceso a la Organización Mundial del Comercio en 2006.
Sin embargo, al igual que en China, el Partido Comunista se ha mantenido inamovible en el poder y los activistas democráticos y blogueros críticos sufren la represión del régimen.
Estas deficiencias en derechos humanos no han impedido que Vietnam y EEUU hayan dejado atrás su antigua hostilidad y sean hoy, veinte años después de retomar sus relaciones diplomáticas bajo la presidencia de Bill Clinton, socios comerciales preferentes.
La amenaza común de China, con la que Vietnam mantiene un conflicto territorial por la soberanía de las Islas Paracel y Spratly en el Mar de China Meridional, ha contribuido a estrechar aún más los lazos entre los antiguos enemigos.
Ambos gobiernos llevan meses enfrascados en negociaciones para formar, junto a otros diez países, el Tratado Transpacífico de Asociación Económica, que facilitaría sus intercambios comerciales.
Sin embargo, pese a la cercanía entre Hanoi y Washington, algunas de las heridas entre vietnamitas que lucharon en bandos opuestos siguen sin cerrarse.
"Muchos exiliados a EEUU que regresaron al país años después se han ido de la ciudad estos días porque dicen que no pueden soportar la propaganda. Estaban rezando para que lloviera durante el desfile", comenta un periodista vietnamita.
Los que no tuvieron la suerte de escapar en helicópteros estadounidenses durante los caóticos últimos días de abril de 1975 fueron castigados con varios años de trabajo forzado por haber apoyado al Gobierno pro americano.
Uno de ellos, Nam Dinh, de 65 años, se gana la vida como conductor de ciclo, el taxi a pedales con el que pasea a turistas por el centro de la antigua Saigón.
"Pasé tres años en campos de trabajo, apenas nos alimentaban y teníamos que buscar plátanos en la selva", recuerda con amargura.
Tras su presidio, pasó diez años sin poder trabajar, ya que su pasado le cierra el acceso a cualquier empleo en empresas públicas y no pudo remontar el vuelo hasta que en los 90 comenzaron a llegar turistas extranjeros y aprovechó sus conocimientos de inglés para ejercer de guía.
Hoy dice que no le interesa hablar de política y afirma que sólo espera que el país mantenga el fuerte desarrollo económico iniciado en la década de los 90.
"Mis siete hijos tienen trabajo y el país va mucho mejor. Sólo quiero -afirma- que ellos tengan un buen futuro".
EFE