El cambio climático y la escasez de agua parecen acercarnos a ese paisaje de huracanes de polvo y hambrunas que imaginó la película Interstellar.
El calentamiento global es uno de los grandes desafíos de nuestra era. Si no le ponemos remedio tendrá un coste económico que oscilará entre el 1% y el 5% de la riqueza de la Tierra y unas repercusiones reales para el medio ambiente y el hombre que nadie, con certeza, puede predecir. Y para completar la tragedia de este incierto Armagedón: el riesgo de la falta de agua potable. Porque solo el 3% de este líquido que hay en el planeta es dulce y de ese porcentaje únicamente la cuarta parte resulta utilizable o no está contaminado. En 2050, unos 3.900 millones de personas corren el riesgo de vivir bajo un severo estrés hídrico. Una invitación franca para el negocio de los otros. “El 21% de la población mundial podría recibir esta década agua potable y sanitaria de proveedores privados”, aventura Philippe Rohner, cogestor del fondo Pictet Water.
Como se ve, el sistema financiero y muchas empresas han transformado los problemas en su hoja de ruta hacia los beneficios. A finales de 2011, según Reuters, había menos de una docena de fondos que invertían solo en agua, y apenas manejaban 6.000 millones de dólares (5.500 millones de euros). Hoy las industrias de este elemento ya mueven —acorde con Bank of America Merrill Lynch— 500.000 millones y en cuatro años alcanzarán el billón de dólares. Y en este espacio donde la ética se enturbia con la moral, inversores sui géneris, como John Dickerson, fundador del fondo de alto riesgo Summit Global Management, y antiguo analista de la CIA, hacen caja adquiriendo millones de litros en las secas cuencas del río Colorado con la secreta convicción de que esa mezcla de hidrógeno y oxígeno será el petróleo del siglo XXI.
Pero entre el deseo y la realidad, el cambio climático impone su urgencia. “Resolver el calentamiento global es posible y será un gran negocio y debería serlo para todos los que forman parte de la solución. Por ejemplo, las firmas que investigan en energías verdes”, analiza Peter Sweatman, fundador de la consultora Climate Strategy. Aunque esta reflexión es un trampantojo. Muchas compañías (petroleras, automovilísticas, fabriles) responsables de esta tragedia climática ahora se postulan como la respuesta, y se apuntan, sin remordimientos, a un mercado, el de las energías bajas en dióxido de carbono, que durante 2030 moverá 13,5 billones de dólares. Quieren ser los inmerecidos protagonistas del sol, el viento, los vehículos de nueva generación o las pujantes yieldcos. O sea, “empresas que dirigen y poseen plantas especializadas en energías limpias, y que se caracterizan por flujos de caja estables y elevados dividendos”, relata Fabiano Vallesi, analista del banco privado suizo Julius Bär.
Esta búsqueda de beneficios a través del calentamiento global también tiene sus páginas y sus palabras. El periodista estadounidense McKenzie Funk, en el libro Windfall (The Booming Business of Global Warming), visita a los secesionistas de Groenlandia, quienes creen poder hacerse ricos, e independientes, explotando los minerales de una tundra más accesible por el cambio climático. El reportero viaja también a Los Ángeles para conversar con un grupo de bomberos privados que hace su agosto en la ola de incendios que abrasa California. Pues bien, estos son algunos de los inquietantes negocios que propone el calentamiento global. ¿Pero quiénes serán, de verdad, los principales ganadores?”, se cuestiona Funk. “Empresas de las latitudes del norte, pequeñas explotaciones mineras en Groenlandia, compañías de aguas que operan en China o California y, sin duda, en España, firmas de semillas transgénicas como Monsanto, que produce cosechas resistentes a las sequías. Y además, por desgracia, organizaciones de defensa que ganarán nuevos contratos con los refugiados climáticos”, par impedir los pasos fronterizos.
Un billón al año
Desde luego, un problema de esta trascendencia tiene sus particulares interpretaciones. El ambientalista danés Bjørn Lomborg, director del think tank Copenhagen Consensus Center muestra, a contracorriente, sus cartas. Los cálculos que defiende apuntan que el recorte de emisiones acordado en la cumbre climática de París reducirá en 0,05 grados centígrados la temperatura durante 2100. Una bajada “minúscula” que costará un billón de euros anuales. “El cambio climático” —incide Lomborg— “se puede solucionar pero nuestro enfoque actual resulta erróneo [...]. Deberíamos ser conscientes de que malgastar una enorme cantidad de dinero para conseguir ese resultado ínfimo es inmoral y un desperdicio, cuando hay necesidades mayores. Desde la nutrición a la malaria. Donde pequeñas inversiones podrían lograr mucho más”. Y es que ni siquiera en el calentamiento global llueve a gusto de todos.
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