Poco se conoce del organigrama interno del partido-milicia libanés Hezbolá, una organización altamente jerarquizada y de cuyos líderes solo se descubren sus rostros el día que son enterrados como mártires. Son los muertos de Hezbolá, los que revelan la extensión de las guerras que libra su brazo armado. Fue precisamente la riada de ataúdes llegados de Siria, la que llevó a Hasan Nasralá, líder de la milicia, a admitir públicamente en 2013 su injerencia en el país vecino.
Dos semanas atrás, el Partido de Dios enterró a su último mártir, el comandante Mustafa Badreddine, máximo responsable militar en Siria. A su cargo estaban los entre 6.000 y 8.000 milicianos que se estima luchan junto a las tropas de Bachar el Asad. “El impacto de su muerte es más psicológico que estratégico”, valora Timur Goksel en Beirut, editor jefe de la revista online Al Monitor y con más de dos décadas de experiencia en la misión de paz de la ONU en Líbano. “Si le han matado los yihadistas, estos tenían información sobre sus movimientos y por lo tanto señala una brecha en su aparato de seguridad”, añade.
Su injerencia en Siria le ha costado a Hezbolá un millar de mártires y ha colapsado el cementerio de los mártires de Dahie, periferia sur de Beirut y feudo de Hezbolá. Allí, tumba de Badreddine preside la sala reservada a combatientes. A su izquierda se yergue la de su cuñado Imad Mughniyeh, uno de los fundadores del partido-milicia, asesinado por el Ejército israelí en 2008 en Damasco. Comparte tumba con su hijo Yihad Mughniyeh, también asesinado en Siria por la aviación israelí el pasado año. Otras 125 losas son testigos de la historia de Hezbolá. La mayoría de las lápidas datan de la década de los ochenta del siglo pasado, cuando surgió la organización como movimiento de resistencia ante la invasión israelí. Una hilera más abajo de la de Mahdi Nasralá, benjamín del líder de Hezbolá, está enterrado el hijo de Um Alí. “Hace 29 años que perdí a mi hijo en Líbano, ahora los jóvenes mueren en Siria”, se lamenta la mujer.
La milicia, mejor experimentada y armada que el propio Ejército libanés, justifica su presencia en Siria con la defensa de sus fronteras ante el avance yihadista de Al Qaeda y el Estado Islámico (ISIS por sus siglas en inglés). “Si no fuera por Hezbolá, no estaríamos aquí”, susurra Michel G., un policía local que manosea un rosario frente a la tumba de Badreddine. Cristiano del norte de Beirut, se reconforta de que la milicia se interponga entre el ISIS, que pugnaa por penetrar en el Líbano por su frontera este, y su aldea. Sin embargo, los hombres de Hezbolá han caído también lejos de la frontera, en Damasco, Alepo o Quneitra (al sur de Siria).
CONFLICTO GENERACIONAL EN LAS BASES DE HEZBOLÁ
N.S.- DAHIE
La cultura del martirio que rodea a los chiíes en general junto con el imaginario del miliciano héroe que predomina entre la juventud libanesa, siguen nutriendo un ejército de aspirantes a mártir. “En cuanto pueda me enlisto. Es un orgullo morir luchando defendiendo nuestra tierra”, dice Ibrahim S., joven de 17 años que visita la tumba de su tío. “No tenemos uno o 10 comandantes, sino generaciones de comandantes”, advertía en su último discurso televisado el líder Hassan Nasralá. Sin embargo, en el sur del país, las familias chiíes son cada día más reticentes a entregar sus hijos a una guerra que consideran ajena. “No se nos ha perdido nada en Siria, y el enemigo sionista esta al sur no al este de Líbano”, espeta Habib, mecánico de 52 años y oriundo de la sureña localidad de Bint Yebel.
La metamorfosis de la milicia
En la sociedad, Hezbolá es desde el miliciano al panadero o el banquero. En la política, Estado dentro del Estado, la milicia-partido cuenta con 27 escaños parlamentarios, cinco ministerios y una amplia red de servicios sociales. Pero es el conflicto sirio el que está provocando la metamorfosis de su rama militar. Ahora, Nasralá asegura que a Israel, su enemigo tradicional, se suman los yihadistas takfiríes que combaten en Siria y Lïbano. “En Siria, nuestros hombres ganan experiencia con técnicas de combate en geografías y condiciones dispares, y eso preocupa a Israel para el futuro”, asegura en Dahie el miliciano Abu Mahdi.
Los cementerios de Hezbolá también dan fe del expansionismo de la milicia en los últimos años. Como la tumba del comandante Ibrahim el Haj, muerto en combate en Irak en 2014. Cada día más presente en los conflictos regionales, Hezbolá suma enemigos. Forma parte de las listas de grupos terroristas de Estados Unidos, el Consejo de Cooperación del Golfo, la Liga Árabe y su brazo armado, en la de la Unión Europea.
A pocos metros del camposanto de Dahie, construyen uno nuevo. Entre peones y mujeres en luto, yacen 120 tumbas, muchas fechadas en los meses de marzo y mayo de 2015. Todos caídos en Siria. Layal, de 22 años, se afana en limpiar la lápida de su marido. Su hija descansa adormilada sobre una silla. “Murió combatiendo en Idlib (noroeste de Siria), junto a éste y éste”, dice señalando dos tumbas colindantes.
Al igual que las otras viudas, Layal recibe una pensión mensual de unos 400 euros y convive con el amargo orgullo que públicamente expresan las familias de los mártires. Se cifran en 100 millones de euros anuales, los fondos que recibe Hezbolá de Irán, junto a unos ingresos cada día más sustanciales provenientes de la diáspora chií afincada en el Golfo y en el continente africano. Unos recursos que amenazan hoy las sanciones impuestas por Estados Unidos y la expulsión de sus simpatizantes de las monarquías del Golfo. EP