De vuelta a España tras ocho meses en los EE UU, me ha dejado muy desconcertado lo poco que se habla en Europa del virus del zika y de sus consecuencias. Me sorprende el poco eco que esta epidemia está recibiendo en los medios de comunicación y en el debate público. Afortunadamente, organismos tan importantes como el Center for Disease Control and Prevention americano (CDC), que trabajan continuamente para analizar la evolución de este virus, entre otros, están compartiendo públicamente cierta información que deberíamos tener en cuenta. Cuando leo, por ejemplo, que su director, el Dr. Tom Frieden, está haciendo un llamamiento de aportación masiva de fondos por parte del Gobierno americano, o que compara el estado de la epidemia con, cito textualmente, “estar al lado de una persona que se está ahogando y tener la habilidad de salvarla, pero no puedes”, ciertamente, me transmite la gravedad de la realidad a la que nos enfrentamos.
El desconocimiento de este virus es profundo en la sociedad: evidentemente, sabemos los daños terribles que causa en el feto de la mujer embarazada y sobrecogen las tremendas imágenes de recién nacidos afectados de microcefalia. Pero es lo único que la opinión pública sabe de él. Pocos saben que puede derivar en algunos casos en un síndrome de Guillain-Barré, que provoca parálisis temporal y que puede llegar a ser letal. Pocos saben que puede haber infección sin síntomas, ya que 4 de cada 5 personas infectadas no muestran síntoma alguno, y que el virus se transmite a través de las relaciones sexuales, incluso meses después del contagio. Así lo dicen los estudios de la propia OMS, del CDC, los publicados en el New England Journal of Medicine y muchos más que no dejan lugar a duda. Os animo a consultar la página de la OMS dedicada al zika.De mis conversaciones con expertos tanto americanos como españoles, saco la conclusión de que el zika es realmente una amenaza mucho más seria y dañina de lo que creemos. Sabemos muy poco y no nos preocupamos lo suficiente. Sin embargo, el zika no es nuevo. La epidemia es una realidad. Cumple ya más de un año y se extiende ya por 60 países. La presencia de casos en nuestro país, en Cataluña, Andalucía, País Vasco o Castellón tampoco parece haber despertado conciencias.
Algunos países ya se han “preocupado” por sus atletas, con más o menos criterio. Australia distribuirá preservativos a sus atletas y Corea del Sur ha diseñado trajes anti-mosquitos para la ceremonia inaugural. Es cuando menos inquietante lo anecdótico de las medidas ante la gravedad de la situación.
Si los JJOO se celebran, será con total conocimiento de causa. Pero, ¿quién piensa en los atletas y en los aficionados que se desplazarán a Río?
Y son ya algunos atletas los que han hecho públicas sus intenciones de cara a Río: la futbolista americana Hope Solo declaró hace pocas fechas que si los JJ OO se celebraran hoy, no iría. El golfista Marc Leishman, cuya esposa estuvo a punto de fallecer a causa del zika ya ha anunciado que renunciará a la cita olímpica en la que por primera vez el golf estará presente. Y no son pocos, incluso entre mis compañeros de NBA, como Carmelo Anthony, o la tenista Serena Williams, olímpicos con EE UU, que expresan ya su temor.
Los Juegos Olímpicos son el evento con más significado e importancia para cualquier atleta. El no asistir a unos juegos sería devastador para un deportista de alto nivel que ha dedicado su vida a esos minutos o incluso segundos de competición. Pero con la salud no se juega, y ya no hablo solo de la salud de cada atleta, sino también de los aficionados, de las familias que vendrían a apoyar a los atletas, de las familias a las que volverán una vez acabada la competición, la de sus futuros hijos o hijas…
Lanzo una pregunta a la que todavía nadie ha aportado una respuesta satisfactoria: ¿Estamos tomando todas las precauciones que garanticen la salud y la seguridad de los aficionados, deportistas y otros profesionales que viajarán a Río, o se están anteponiendo los intereses económicos a la salud de millones de personas en todo el mundo? Estos juegos, los primeros celebrados en América del Sur, pueden ser realmente inolvidables, pero corremos el riesgo de que lo sean por motivos equivocados.
Es hora de concienciar y de mantener un diálogo abierto, informado únicamente por los hechos y destinado a proteger las vidas y la salud de nuestra población, porque el temor se combate desde el conocimiento. Hemos de tomar decisiones y medidas para que el sueño olímpico no se convierta en una pesadilla sanitaria.EP