La liberación hoy de 609 tortugas amenazadas en Indonesia es un paso significativo en la lucha contra el contrabando de animales, el negocio ilegal que más beneficios genera a nivel mundial después del tráfico de drogas y armas.
Indonesia, junto con Brasil, es uno de los países con mayor biodiversidad del mundo, pero su inmensa riqueza natural se ve mermada año tras año por la acción de grandes empresas madereras, cazadores furtivos o traficantes de animales.
Los ecologistas indicaron que el rescate de las tortugas en una operación coordinada entre las autoridades de Yakarta y Hong Kong demuestra que la repatriación de animales y la colaboración trasnacional es crucial para combatir el tráfico ilegal.
Los quelonios fueron liberados en el río Bupul, escogido por International Animal Rescue (IAR) -la organización encargada de su reubicación- porque presenta las condiciones adecuadas para la reproducción de la especie y porque es un lugar con bajo riesgo de capturas ilícitas.
Los ejemplares de boba papuana (Carettochelys insculpta), considerados "vulnerables a la extinción", llegaron el miércoles al aeropuerto de Yakarta desde Hong Kong, donde fueron incautados el pasado enero en la mayor redada contra el tráfico ilegal de mascotas en la excolonia británica.
Sin cumplir el primer año de vida, las tortugas volvieron así a su hábitat natural en la provincia de Papúa, en el este del archipiélago indonesio, tras pasar 24 horas de cuarentena en Yakarta.
Estas crías, reconocibles por el hocico en forma de nariz de cerdo que poseen, fueron capturadas ilícitamente en Papúa antes de ser enviadas a Hong Kong, donde su principal destino era convertirse en mascotas de familias acomodadas.
Los traficantes habían camuflado las tortugas, apenas salidas del huevo, en cajas de pescado fresco que viajaban como mercancía alimentaria legal.
Su precio en el mercado "varía entre los 20 y 40 dólares (15 y 30 euros), pero las grandes se llegan a vender por 2.000 dólares (1.500 euros)", explicó a Efe Karmele Llano, directora de la organización no gubernamental IAR en Indonesia.
El comercio de animales salvajes es un negocio muy lucrativo en Indonesia, un país que se calcula que cuenta con el 12 por ciento de los mamíferos de todo el planeta, el 16 por ciento de los reptiles y el 25 por ciento de los peces.
El biólogo holandés Willie Smits, uno de los mayores expertos en conservación en el archipiélago asiático, asegura que el valor del tráfico de animales originarios de Indonesia alcanza los 1.000 millones de dólares al año, a pesar de que no existen cifras oficiales.
Las especies que más riesgo tienen de caer en las redes del tráfico ilegal en Indonesia son los peces ornamentales, los reptiles y, en menor medida, los primates.
En el caso de las tortugas, las autoridades indonesias admiten que unas 18.000 se exportan cada año desde su país a todo el mundo, mientras que la red de monitorización del comercio de animales salvajes, "Traffic", denuncia que esta cifra es, como mínimo, cien veces superior.
No obstante, las organizaciones en defensa de los animales consideran que la mejor manera de luchar contra esta lacra es concienciar al consumidor final.
Según Llano, "la gente que tiene una tortuga en casa no se llega a plantear qué impacto tiene en la naturaleza, pero lo cierto es que la mayoría de ellas no son capaces de reproducirse en cautividad, lo que significa que las crías han sido capturadas ilegalmente".
Indonesia, junto con Brasil, es uno de los países con mayor biodiversidad del mundo, pero su inmensa riqueza natural se ve mermada año tras año por la acción de grandes empresas madereras, cazadores furtivos o traficantes de animales.
Los ecologistas indicaron que el rescate de las tortugas en una operación coordinada entre las autoridades de Yakarta y Hong Kong demuestra que la repatriación de animales y la colaboración trasnacional es crucial para combatir el tráfico ilegal.
Los quelonios fueron liberados en el río Bupul, escogido por International Animal Rescue (IAR) -la organización encargada de su reubicación- porque presenta las condiciones adecuadas para la reproducción de la especie y porque es un lugar con bajo riesgo de capturas ilícitas.
Los ejemplares de boba papuana (Carettochelys insculpta), considerados "vulnerables a la extinción", llegaron el miércoles al aeropuerto de Yakarta desde Hong Kong, donde fueron incautados el pasado enero en la mayor redada contra el tráfico ilegal de mascotas en la excolonia británica.
Sin cumplir el primer año de vida, las tortugas volvieron así a su hábitat natural en la provincia de Papúa, en el este del archipiélago indonesio, tras pasar 24 horas de cuarentena en Yakarta.
Estas crías, reconocibles por el hocico en forma de nariz de cerdo que poseen, fueron capturadas ilícitamente en Papúa antes de ser enviadas a Hong Kong, donde su principal destino era convertirse en mascotas de familias acomodadas.
Los traficantes habían camuflado las tortugas, apenas salidas del huevo, en cajas de pescado fresco que viajaban como mercancía alimentaria legal.
Su precio en el mercado "varía entre los 20 y 40 dólares (15 y 30 euros), pero las grandes se llegan a vender por 2.000 dólares (1.500 euros)", explicó a Efe Karmele Llano, directora de la organización no gubernamental IAR en Indonesia.
El comercio de animales salvajes es un negocio muy lucrativo en Indonesia, un país que se calcula que cuenta con el 12 por ciento de los mamíferos de todo el planeta, el 16 por ciento de los reptiles y el 25 por ciento de los peces.
El biólogo holandés Willie Smits, uno de los mayores expertos en conservación en el archipiélago asiático, asegura que el valor del tráfico de animales originarios de Indonesia alcanza los 1.000 millones de dólares al año, a pesar de que no existen cifras oficiales.
Las especies que más riesgo tienen de caer en las redes del tráfico ilegal en Indonesia son los peces ornamentales, los reptiles y, en menor medida, los primates.
En el caso de las tortugas, las autoridades indonesias admiten que unas 18.000 se exportan cada año desde su país a todo el mundo, mientras que la red de monitorización del comercio de animales salvajes, "Traffic", denuncia que esta cifra es, como mínimo, cien veces superior.
No obstante, las organizaciones en defensa de los animales consideran que la mejor manera de luchar contra esta lacra es concienciar al consumidor final.
Según Llano, "la gente que tiene una tortuga en casa no se llega a plantear qué impacto tiene en la naturaleza, pero lo cierto es que la mayoría de ellas no son capaces de reproducirse en cautividad, lo que significa que las crías han sido capturadas ilegalmente".
EFE