Ante todo, es un hombre modesto. Más aún sabiendo que su nombre es de los que pasarán a la posteridad. En 1983 creó el DNS (Domain Name System), la tecnología que abrió las puertas a la creación de Internet. pero hoy, a sus 63 años, prefiere quitarle importancia a sus contribuciones.
Mockapetris tenía 16 años cuando vio un ordenador por primera vez. Era 1965 y muy pocos mortales conocían siquiera el significado de la palabra `computadora´. Aquel descubrimiento cambió su vida y, años más tarde, también la historia de la humanidad. Mockapetris se apasionó enseguida por la informática. En la universidad [el Massachusetts Institute of Technology, MIT] montó su primera red, conectando tres ordenadores a un disco duro, y tras licenciarse como ingeniero –en 1971– pasó a engrosar el privilegiado grupo de investigadores que por aquellos años desarrollaba un proyecto del Departamento de Defensa de EE.UU. llamado Arpanet. Aquella red primigenia pretendía conectar entre sí diferentes organismos. Cuando Mockapetris llegó,
Arpanet reunía 24 ordenadores de universidades y centros de investigación de todo el país. Una década después, el número se había multiplicado por diez y crecía de manera exponencial. La tecnología se quedaba obsoleta y había que hacer algo. Mockapetris, convertido ya en uno de los mayores genios del ISI [Information Sciences Institute de la Universidad del Sur de California], centro seminal de Arpanet, parecía ser el hombre adecuado.
Así, al menos, lo entendieron sus jefes. En 1983 presentó el DNS (en español: Sistema de Nombres de Dominio), una tecnología que cavaba la tumba de Arpanet y sentaba los cimientos de Internet. Hoy, casi 30 años después, este bostoniano y miembro fundador de la Internet Engineering Task Force y de la Internet Society –las principales organizaciones dedicadas al desarrollo de la Red– es una de las mayores autoridades mundiales en la materia. Mockapetris continúa entregado a su criatura a través de Nominum, una empresa de Silicon Valley dedicada a crear herramientas para hacer más segura y rápida la navegación por la Red.
XLSemanal. Si le digo que no sé nada de Internet, ¿cómo me explicaría, de forma muy simple, lo que es el DNS?
Paul Mockapetris. Bueno, digamos que gracias al DNS las direcciones de Internet no son un montón de números, sino palabras que se pueden entender y memorizar fácilmente. Pero el DNS hace muchísimas cosas: gestiona el correo, las conversaciones mediante voz IP, el spam, cuestiones de seguridad…
XL. ¿Fue usted el que estableció que los dominios finalizaran en .com, .es, etcétera?
P.M. Yo creé el DNS, pero la elección de los dominios llevó un largo debate. Todo salió del ISI, donde desarrollaba herramientas de trabajo en red. Un grupo quería que los dominios del nivel superior fueran nombres de países. Yo argumenté a favor de los genéricos como .com, .gov, .edu o .org, además de los de países. Fue la mejor solución. Esta duplicidad, con dominios gestionados por los países y otros generales, ha ayudado a que todo avanzara mucho más rápido y con menos controles.
XL. ¿Nadie se atribuye la elección de .com?
P.M. Mire, como siempre he dicho que no lo hice yo, hay varias personas por ahí que me han dicho: «Paul, ya que tú no quieres, ¿por qué no dices que fue idea mía?» [se ríe].
XL. ¿Cómo se conectaba uno a la Red en 1983?
P.M. Tenías que llamar a un registro central y añadir tu nombre a una lista. El DNS permitió acceder directamente.
XL. ¿Se considera usted el padre de Internet?
P.M. Bueno, la Internet Society me considera uno de los inventores. No es sencillo establecer esa paternidad, yo me siento parte de un proceso. Es cierto que en 1983 sustituimos toda la tecnología que había por una nueva que creó las bases de Internet tal y como la conocemos. En ese sentido, el DNS fue una de las grandes aportaciones, pero no la única.
XL. En todo caso, cuando piensa en la Red –ayudar a que crezca, mejorar su seguridad...–, ¿es como si fuera un hijo al que cuidar?
P.M. Sí, sin duda. Es como un hijo que, pasado un tiempo, comienza a tomar decisiones por sí mismo y a independizarse del padre.
XL. Arpanet era un proyecto del Departamento de Defensa. ¿Qué papel jugó el Gobierno de EE.UU.?
P.M. No prestó mucha atención hasta que el uso de Internet estuvo generalizado. Hoy no hay un Gobierno en el planeta que no piense en cómo sacarle partido.
XL. Una cita suya: «Desearía haber inventado un sistema para Internet que no estuviera controlado por políticos, abogados y burócratas».
P.M. [Se ríe]. Lo mantengo. Abogo por reducir regulación, aunque los gobiernos tienden a todo lo contrario. En EE.UU. se tumbó un proyecto de ley [Ley SOPA] que permitiría a las autoridades bloquear el acceso a los dominios.
XL. ¿Las leyes antipiratería responden a los verdaderos problemas de Internet?
P.M. No. Creo que no es para tanto. ¿Acaso se pilla a todos los que cometen infracciones de tráfico? Lo importante es decidir el tipo de sociedad que queremos, resolver los problemas que afectan a todos los usuarios. Debatir, por ejemplo, qué significa privacidad en Internet y qué debería significar. La neutralidad de la Red es otra cuestión –que los proveedores no puedan bloquear sitios de la competencia–; hay que establecer las reglas que deben regir los negocios en Internet y qué valores sociales pueden transmitirse a través de la misma. Esto es lo importante.
XL. Usted nació en 1948. ¿Qué imagen tenía de niño sobre los ordenadores?
P.M. Ni siquiera sabía que existían las computadoras hasta el bachillerato. Tenía 16 años. El MIT tenía entonces unos cursos de verano de temas muy científicos, uno de ellos sobre programación. Allí tuve acceso a un IBM 1620.
XL. Y se quedó enganchado...
P.M. Fue muy curioso porque un día, sería en el año 65, la secretaria me preguntó si me interesaría tener una llave de la sala donde estaba la computadora. «Claro», le dije. «Porque tú eres estudiante, ¿verdad?», añadió. Le dije que sí, pero lo que en realidad quería saber era si yo era estudiante del MIT. En fin, conseguí la llave y por las noches –de día estaba ocupado por los estudiantes del MIT– tenía acceso libre al ordenador. Luego, cuando entré a la universidad, al MIT, de hecho, y necesitaba dinero, entre trabajar de camarero o programar, pude elegir la segunda opción [se ríe].
XL. En aquella época, supongo, la gente lo miraría como a un marciano cuando les hablaba de su trabajo...
P.M. Pues, básicamente, así era [se ríe]. Las computadoras llevan algún tiempo ya entre nosotros haciendo muchas cosas, sobre todo en el mundo militar y después en el financiero, pero hasta hace muy poco eran cosa de ciencia ficción para la mayoría.
XL. ¿Qué significaba entonces 'trabajar en red'?
P.M. En el MIT me junté con la gente del MIT MediaLab, que empezaba a aplicar la informática al diseño de edificios. Era algo nuevo, y lo único que teníamos eran tres ordenadores y un disco duro. Un día pensamos que sería buena idea conectar las máquinas y el disco duro para trabajar con más eficacia. No sabía que estaba haciendo investigación en red [se ríe], se trataba de solucionar un problema que teníamos.
XL. ¿Cómo entró en contacto con Arpanet?
P.M. Hice el posgrado en la Universidad de California, en Irvine, donde tenían un proyecto de red con muchas máquinas y acceso a una cosa llamada `Arpanet´. El resto es historia. Toda mi vida he estado metido en temas que implican procesos de distribución con múltiples ordenadores. Hasta hoy. La idea sigue siendo la misma de aquellos tres ordenadores: resolver problemas para que varias máquinas puedan conectarse y funcionar lo mejor posible.
XL. Arpanet pertenecía al Departamento de Defensa. ¿Tenían acceso a grandes secretos?
P.M. No, nada que ver; apenas conectaba a gente que investigaba en la misma dirección. Y para los investigadores universitarios compartir sus hallazgos es habitual.
XL. No había peligro de que tuvieran su propio soldado Manning entonces...
P.M. No había tanta información y, ni mucho menos, tan delicada. El caso de las filtraciones de WikiLeaks, de hecho, solo muestra lo fácil y rápido que es copiar un montón de información hoy en día. Imagino que a la gente que mantiene secretos tampoco les haría mucha gracia que se inventara la fotocopiadora [se ríe].
XL. Permítame otra cita suya: «Un amigo me dijo que sí, que había sido muy inteligente al inventar esto del DNS, pero no lo suficiente como para registrarlo a mi nombre».
P.M. Me temo que tenía toda la razón [se ríe].
XL. Ninguno de los padres de Internet se hizo rico con esto...
P.M. Así es. La gente que hizo el trabajo original no sacó mucho dinero de todo aquello, pero algunos entraron en empresas como Google y demás, donde, imagino, les pagan bien.
XL. ¿A nadie se le pasó por la cabeza sacar dinero de aquello?
P.M. La propia dirección del ISI creyó que no merecía la pena buscar aspectos económicos al DNS. Nos decíamos: «¿A quién le puede interesar? Nunca será algo popular». La Red no empezó a crecer rápido hasta que se benefició de los avances en circuitos integrados, la fibra óptica o las conexiones inalámbricas.
XL. ¿Alguna de las aplicaciones actuales le sorprende en especial?
P.M. Bueno, esperaba que Internet creciera, pero nunca tanto como para que alcanzara cualquier rincón del planeta. El de la movilidad es uno de los aspectos que más me sorprende: que tengas Internet en el móvil o, seguro que dentro de muy poco, en el coche o en cualquier lugar.
XL. Una última cuestión, ¿sería posible apagar todo el sistema?
P.M. No, no veo cómo alguien pudiera hacer eso. Hoy está todo muy descentralizado. Quizá sea posible apagar amplias zonas de la web, pero muchas otras son privadas. En todo caso, no seré yo quien lo intente [se ríe].
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