Tres días después de que Dilma Rousseff ganara por un margen estrecho las elecciones, el Banco Central de Brasil subió los tipos de interés un 0,25%, dejándolos en un 11,5%. No lo hacía desde abril. El objetivo era contener la inflación, que estaba a punto de superar el techo del 6,5% que se había autoimpuesto por el Gobierno. Durante la campaña electoral, inusualmente dura, inusualmente ajustada, tanto Rousseff como otros ilustres miembros del Partido de los Trabajadores (PT), incluido el expresidente Lula, se habían cansado de afirmar que la inflación (talón de Aquiles de la economía brasileña) se encontraba domada. Pero bastó saberse reelegida para que Rousseff implantara una medida de libro, tan ortodoxa como impopular, para domeñar la inflación ante el temor de que acabara desbocándose.
Una semana después, el Gobierno subía la gasolina un 3%. Muchos especialistas llevaban meses criticando al Gobierno y a Rousseff el hecho de que mantuviera artificialmente bajos los precios del combustible, pero la presidenta miraba entonces para otro lado. Un día después, en la primera entrevista televisada que Rousseff ofrecía tras resultar reelegida, aparcaba el discurso triunfalista y se acogía a un realismo más severo: “Vamos a hacer los deberes de casa, controlar la inflación y poner límites fiscales. Vamos a reducir gastos. Vamos a mirar a todas partes con lupa y ver lo que puede ser cortado y reducido. Tenemos que hacer un ajuste en varias cosas”.
Los partidarios del rival de Rousseff, el más liberal Aécio Neves, del PSDB, y el propio Neves, tardaron poco en criticar que la presidenta adoptaba con un desparpajo encomiable las medidas propuestas por su oponente durante la campaña, más ortodoxo en materia económica y declaradamente menos intervencionista. De hecho, la economía (o más bien su estancamiento) fue el tema preferido de Neves durante los mítines y en los debates televisados. Y apeló a ella siempre para zaherir a Rousseff, acusándola de no haber sabido dirigir el país financieramente. Y entre los temas en los que Rousseff, en su opinión, hacía agua, Neves hizo especial énfasis en su incapacidad para contener la inflación. Rousseff, por el contrario, hizo del mantenimiento de sus logros sociales el eje de su campaña.
Con todo, los expertos económicos aseguraban que a la presidenta brasileña no le queda otra que ajustarse a un programa económico ortodoxo. Y así da la impresión de que va a ser. El viernes, la prensa brasileña destapó el nombre del futuro ministro de Economía. Aunque Rousseff todavía no lo ha confirmado, todos dan por hecho que el que manejará el timón de Brasil (estancado en una recesión técnica en la actualidad) será Joaquim Levy, de 53 años, doctor en Economía por la Universidad de Chicago, y especialista en contener el gasto. Bastó que su nombre saltara a la palestra (aún sin anuncio oficial) para que la Bolsa apuntara para arriba y experimentase un crecimiento sin igual en tres años. Es decir, hiciera el camino opuesto al que llevó a cabo el lunes siguiente a la elección, cuando se despeñó.
La principal tarea del nuevo ministro de Economía será recuperar la confianza de los inversores brasileños y extranjeros. No lo tendrá fácil: al escándalo Petrobras (que mina la economía y la política brasileña) deberá sumar que contará con menos medios. El diarioFolha de São Paulo publicaba ayer que el Estado recaudará 100.000 millones menos de reales (más de 33.000 millones de euros) como consecuencia de la ralentización económica. La suma, según el diario, equivale a los gastos que genera, durante cuatro años, el salario social denominado Bolsa Familia, que se otorga a las familias necesitadas.
Un especialista en ajustes
Joaquim Levy será, según toda la prensa brasileña, el futuro ministro de Economía. Tiene 53 años y se formó en la Universidad de Chicago, patria de los partidarios del mercado libre a machamartillo. Trabaja en el banco brasileño Bradesco, al frente del proceso de internacionalización de la institución. Nació en Río de Janeiro, y en 2003, en el primer Gobierno de Lula, asumió el puesto de secretario del Tesoro, a las órdenes del por entonces ministro de Economía António Palocci. Era también un momento delicado desde el punto de vista económico. Y Levy cumplió: fue uno de los responsables del ajuste fiscal necesario para poner las cuentas del Estado en orden y generar así la credibilidad necesaria de un Gobierno desconocido que se la jugaba en sus primeros años. Algo parecido deberá ejecutar ahora, desde un puesto de más altura. El futuro ministro suscita un consenso que se antoja necesario, fruto, entre otras cosas, de que ha trabajado con Gobiernos de varios colores. Gustavo Franco, expresidente del Banco Central en el Gobierno de Fernando Henrique Cardoso, asegura que su elección “da esperanza a quienes aguardaban un giro en la dirección del sentido común”. Según un alto ejecutivo citado por O Globo, no habría aceptado si no supiera que iba a gozar de libertad. “Es alguien preocupado por que los empresarios tengan una agenda positiva, un tipo que trabaja 24 horas siete días a la semana”.EL PAIS