Para él no existía el dolor. Cada gol le salía de las rodillas pero los ligamentos no le daban más. El médico de la Fiorentina, el mismo equipo que le mandó a hacer una estatua por todos los goles que hizo en Italia y en Europa, lo infiltraba para que el dolor se fuera. Y así le marcó al Barcelona y a la Juve y a todos los grandes y alzó una copa América, la última que ganó su país. Pero Bati, con 47 años, ya no puede más. El dolor en las rodillas es tan intenso que quiere que le corten las piernas. Ya vio a Pistorius, y sabe que hay vida después de una amputación.
Le teníamos miedo. Sus piernas robustas perforaban las férreas defensas colombianas, paraguayas y uruguayas. Le marcó goles a todo el mundo. Un día se cansó y decidió retirarse a jugar polo. Recordó el desprecio de Passarela cuando era entrenador de River y dijo que ese pibe de 20 años no daba la talla. Se pasó al odiado club del frente y se convirtió en un sucio bostero. Óscar Washington Tabares lo convirtió en un goleador temible. Todo balón que le enviaba limpito Diego Latorre se transformaba en gol. Después fue Europa y llegó el desprecio por el fútbol.
Nunca soñó con convertirse en el ídolo del Real Madrid o del Milan. Él estaba bien en la Fiorentina, allá le daban todo el cariño que él podía pedir y Bati lo único que tenía que hacer era empujarla. Nadie marcó tantos goles como él en la férrea liga italiana. No le importó al codiciado artillero argentino, temible goleador de los arcos rivales, quedarse en la Fiorentina cuando esta bajó a la segunda división. Durante un año entero ayudó con sus tantos a que el club violeta volviera a subir de nuevo. Y con su dedo acusador mandó a callar al Nou Camp, y con la metralleta que tenía en las manos fue campeón con la Roma y un día se fue para Arabia pero las piernas no le daban más.
Era tanto el dolor que quería que se las cortaran. Ya cuarentón empezó a pagar las deudas de tantos goles. Su garra y temple lo hacían ir a cada encuentro por mas maltrecho que estuviera. Con inyecciones lo rehabilitaban, pero una década después de su retiro, Gabriel Omar Batistuta pagó las consecuencias de estar siempre listo. Los cartílagos de sus rodillas desaparecieron y las raras veces que se levantaba de su cama a orinar tenía que arrastrarse hasta el baño, él que era un depredador del área, él que fue el máximo goleador de la Copa América.
Tres fisioterapeutas velan por Bati y esperan que algún día vuelva a practicar el Polo, el deporte a caballo al que se dedicó cuando abandonó el fútbol, el odiado fútbol. Gabriel Omar nunca entendió la pasión que despertaban sus goles, para él era cotidianidad empujar la pelota en la red, más de cincuenta tantos con la camiseta de Argentina, más grande que Kempes, más goles que Maradona con la albiceleste.
Sin rodillas y con un dolor que le carcome las piernas, Batistuta aún cree que estas noches en vela terminaran. Si los médicos no lo logran, él quiere volver a dormir en paz, de suerte que hará lo que sea para poder respirar sin llorar. Todo indica que si le toca cambiar sus piernas goleadoras por unas de titanio, lo hará. Al fin y al cabo el fútbol quedó atrás, la vida sigue y hay mucho camino por andar.
LAS 2 ORILLAS