El mosquito Aedes aegypti es considerado una "máquina perfecta de transmitir virus" por los científicos del Centro de Investigaciones de Plagas e Insecticidas de Argentina (Cipein), donde investigan sus gustos y fobias para combatirlo y frenar las epidemias de dengue, zika y chikunguña.
Las hembras de esta especie, que ponen en promedio entre 100 y 300 huevos, pican reiteradas veces, generalmente por la mañana o la tarde, para alimentarse de sangre, y si la persona a la que pican está enferma, contagian el virus a su siguiente víctima.
Ante la ausencia de vacunas, todos los ojos están puestos en el control del vector transmisor, tarea a la que dedican sus vidas una docena de investigadores de este laboratorio, situado a las afueras de Buenos Aires, entre cajas y cajas transparentes llenas de Aedes aegypti en todos sus estadios: huevos, larvas y adultos.
"Una de las dificultades serias para el control del mosquito es que hay que controlarlo en el medio acuático, donde están las larvas y el medio aéreo, que es donde está el mosquito adulto", explica a Efe el titular del Cipein, el bioquímico Eduardo Zerba.
En el laboratorio, dependiente del Ministerio de Defensa y colaborador internacional de la Organización Mundial de la Salud para el control de plagas, desarrollaron un formulado "que tiene la capacidad simultánea de matar a los adultos y las larvas" y que en breve será utilizado en todo el territorio nacional, asegura.
Zerba y su equipo están especializados en el desarrollo de herramientas de control, pero también en ecología química, es decir, investigan la percepción sensorial de los insectos, que se manejan mucho por olores.
Para lograrlo, según la investigadora Paula González, buscan "qué compuestos provocan una respuesta sensorial en la antena de los mosquitos", ya sea atraerlos o repelerlos.
Si se aplica el elemento que los atrae en un recipiente con agua, este se vuelve más competitivo frente a los demás para que la hembra deposite allí sus huevos, lo que aumenta la efectividad de un insecticida que se use de forma conjunta. Con el mismo sistema, su comportamiento sensorial permite crear repelentes que les disuadan de picarnos.
En el insectario del centro de referencia argentino, este mosquito pequeño, oscuro y con franjas blancas en las patas tarda unos siete u ocho días en completar su ciclo, desde que eclosiona del huevo, pasa las distintas etapas larvales en agua y se convierte en un ejemplar adulto.
En la naturaleza "depende de las condiciones climáticas", puntualiza Zerba. El fenómeno climático de El Niño, uno de los más intensos de los que se tiene registro, ha sido estos meses un aliado excepcional, con lluvias y temperaturas elevadas.
El agua encharcada ha facilitado "infinitos criaderos" para el mosquito, que ha multiplicado su presencia y ha acelerado la propagación de casos de dengue, zika y chikunguña, que se cuentan por miles en el continente.
"No sólo afecta a Argentina. Está pasando peor en Brasil, Uruguay no se salva. El problema es de toda Latinoamérica", subraya el doctor.
A título personal, afirma que "América Latina está fracasando en su campaña del control del mosquito", porque fracasa en el manejo integral de la plaga a través de "control químico, manejo del medio no dándole lugar a criaderos y educación".
La imprevisibilidad de la naturaleza hace dudar a este experto bioquímico, con más de cuatro décadas de investigación a sus espaldas, sobre la conveniencia de usar mosquitos transgénicos para controlar al Aedes aegypti, tal y como ha empezado a hacer Brasil.
"Puede ser una herramienta de control interesante para controlar el mosquito. Ahora bien, hay que ser muy cauto al introducir un organismo genéticamente modificado (ogm) en la naturaleza. Es lo mismo que pasa cuando uno introduce un elemento nuevo, sin ser ogm, en la naturaleza para que ataque a un organismo plaga y finalmente el organismo que se introduce se convierte en plaga, como los castores en Tierra del Fuego", opina.
Sea cual sea la fórmula de control utilizada, con el tiempo los mosquitos se vuelven resistentes, por lo que el trabajo del Cipein es una tarea en constante evolución y que nunca acaba. EFE