En la baraja del Partido de los Trabajadores (PT), el expresidente Luiz Inácio Lula da Silva es la sota, el caballo y el rey: es la figura más importante, consigue miles de votos y forma sucesores para la presidencia. Pero estas últimas semanas se ha visto arrastrado por el torbellino de las operaciones Lava Jato y Zelotes, de la Policía Federal, que amenazan con descartarlo de la disputa electoral de cara a 2018. Una casa de campo de unos amigos frecuentada por él y un tríplex de lujo, ambos supuestamente reformados por constructoras investigadas en la trama de corrupción de Petrobras, han dejado a Lula en una situación incómoda.
Su nombre ha sido relacionado con una supuesta prebenda —que incluiría un ascensor particular en un tríplex— a cambio de ofrecer contratos con el Gobierno. Lula está bajo los focos igual que lo está su sucesora en el poder, Dilma Rousseff. En los últimos días se ha puesto a prueba la rectitud del expresidente con la divulgación de un oficio del comisario de la Policía Federal Marlon Cajado, responsable de la Operación Zelotes, en el que se confirma la existencia de una investigación para determinar si Lula participó en una trama de ventas de favores fiscales o si fue víctima de ella. De esta forma, Lula, que salió del poder con un 80% de apoyo popular en 2010, se ve acosado por dos operaciones de la Policía Federal: Lava Jato y Zelotes.
El deterioro de la imagen del líder del PT se traduce en números. Una encuesta del instituto Ipsos indica que solo un 25% de los entrevistados considera que Lula es honesto. El 68% no cree que tenga fuerza moral para hablar de ética (frente al 57% en 2005) y el 67% dice que la Operación Lava Jato muestra que el expresidente es tan corrupto como otros políticos. Si a ello se une la pésima evaluación del Gobierno de Rousseff, el naufragio de la economía brasileña y la expectativa de otro año de martirio en la relación del PT con el Congreso —sin contar con el virus del zika—, están todos los ingredientes que pueden agriar las aspiraciones del exsindicalista a subir, por tercera vez, la rampa del Palacio del Planalto.
El expresidente bajo la lupa
La ventaja que Lula siempre tuvo con relación a sus rivales desde que fue elegido en 2003, el imaginario popular sobre el hombre que salió de la pobreza para luchar por los menos favorecidos, se está haciendo añicos. La consultoría Eurasia Group evalúa que “Lula ya no es un candidato viable para 2018”. Para justificar el análisis, cita un estudio según el cual solo hay un 6% de posibilidades de que un presidente consiga reelegir a un sucesor cuando su popularidad no llega al 40%. “La aprobación de Rousseff está entre un 10% y un 15%”, dice el informe. Y hay que añadir “la profundidad con que el escándalo de Lava Jato ha rebajado a Lula a ojos del 70% de la población”.Los bienes del expresidente son analizados con lupa. Sus visitas a una casa de campo registrada a nombre de unos amigos en Atibaia, a una hora de São Paulo, han llegado a levantar sospechas sobre una ocultación de propiedad. Algunos medios han contado incluso cuántas veces Lula estuvo en la casa de campo (111 desde 2010), han hecho grabaciones de áreas de la región y han calculado el tamaño de la finca: 173.000 metros cuadrados, 24 campos de fútbol. Y ahí está el peligro, según algunos analistas. “Cuando se menciona que el mensalão [supuestos sobornos a diputados en 2005] desvió miles de millones de reales, o la compra de votos en el Congreso, para el brasileño medio no quiere decir nada”, dice Ricardo Caldas, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Brasilia. “Ahora bien, cuando se habla de un ascensor privado y de reformas en la casa de campo pagadas por constructoras, eso sorprende mucho a la población, que empieza a ver a Lula como una farsa. La gente se pregunta: ‘¿Ese era el presidente padre de los pobres?'”. Según Caldas, el coste de la reforma no es relevante para desgastar la imagen del líder del PT, pero la cuestión ética sí lo es.
El profesor Caldas, de la Universidad de Brasilia, duda a la hora de sacar a Lula de la disputa electoral en 2018. “La prueba es el escándalo del mensalão. Todos consideraban que estaba acabado y, sin embargo, en 2006 consiguió la reelección”, afirma.
El analista político Thiago de Aragão, de la consultora Arko Advice, concuerda. “Es complicado descartarlo cuando todavía faltan dos años para las elecciones, principalmente en Brasil, donde la población tiene una capacidad de perdón y olvido enorme”, afirma. Sin embargo, hace una observación con relación a la diferencia entre los momentos económicos vividos en la época del mensalão y ahora: “Cuanto más crece la economía, más tolerante es la sociedad con la política, y viceversa. Los años del mensalão fueron de esperanza, fue un momento positivo para la economía nacional”. Actualmente, con la recesión económica y la subida del paro, Aragão asegura que hay una parte de la población que relaciona el escándalo de Petrobras con la crisis. “Una persona que acaba de perder su empleo, y está en casa viendo en la televisión un reportaje con los números del dinero desviado de Petrobras, hace esta asociación. Y al final, lo canaliza todo hacia Lula y el PT”, razona. EL PAIS