Alguien me preguntó alguna vez por qué la gente sigue leyendo a William Shakespeare y considerando su obra si han sido tantas las cosas que se han escrito desde su muerte en 1616.
La respuesta no debe tomarse por tácita ni resolverse con adjetivos de grandeza. Vale la pena contestar que William Shakespeare hurgó en lo más profundo del alma humana e interpretó cada conducta de nuestra especie al punto que de alguna manera dijo a los hombres de la posteridad: así son ustedes.
Pero vamos más allá, Shakespeare también nos dijo cómo deberíamos ser. Se convirtió en un referente moral de la dignidad humana llevando el honor de cada uno de sus personajes a dimensiones ya olvidadas.
Más allá de las gigantes tramas y sorprendentes psicologías que presentó en “Romeo y Julieta”, “Hamlet” o “McBeth”, quiero destacar el honor angelical que concedió a personajes reales en obras históricas como “Julio César” y “Marco Antonio y Cleopatra”.
Shakespeare narró la formación del imperio romano como si se tratara de un conflicto entre ángeles y demonios en el que ambos bandos estaban llenos de honor y perfección. El asesinato de Julio César, por ejemplo, resultó en suicidios memorables que dejaron ver que no hay hombres buenos ni malos y que todos somos hijos de nuestra circunstancia, o sea que el escritor se adelantó muchos siglos a los descubrimientos sobre el conductismo que plantearía Watson.
La duda mezquina de siempre
La enorme cantidad de datos sobre Grecia, Roma y cortes en Dinamarca, Francia o Escocia que presentan estas obras ha sembrado dudas entre los eruditos de todos los tiempos sobre si realmente fue Shakespeare quien las escribió, o lo hizo alguien con una mejor educación atribuyéndole todo para que se convirtiera en el mejor dramaturgo de todos los tiempos.
Sin embargo, sí se sabe que la información sobre históricas griegas y romanas fue sustraída de los escritos de Plutarco, y que la pieza que recomendaré hoy fue concebida en colaboración con otro dramaturgo que problablemente haya sido Thomas Middleton.
“Timón de Atenas” es comparable a esas canciones asombrosas de Pink Floyd que el gran público no alcanza a conocer nunca por estar escuchando una y otra vez las más famosas y comerciales. Bueno, así: “Romeo y Julieta”, “McBeth” o “Sueño de una noche de verano” han opacado tal vez a “Timón de Atenas”, pero hoy trataré de reivindicar su valor para que usted la lea.
La primera referencia que tenemos del personaje es precísamente de Plutarco, quien lo nombra en su biografía del griego Alcibíades y lo describe como “un hombre malévolo y enemigo del género humano”.
Luego, en el siglo II, fue el sirio Luciano de Samosata el que escribió sobre Timón en una sátira titulada “El misántropo”. Aunque Luciano fue el primero que se atrevió a escribir ficción deliberadamente, no se sabe cuán ciertos hayan sido los argumentos de su trama, lo cierto es que coincide casi con la que 1300 años después escribió Shakespeare.
La trama
Timón de Atenas era hombre rico que ofrecía grandes banquetes y presuntuosos regalos a todo aquel que le cayera tan bien como para llamar “amigo”. Poetas, pintores, señores de grandes regiones y simples lisonjeros acudían a su castillo cada día a pedirle algo. Él no se podía negar, su corazón era enorme.
Cuando quedó en la completa ruina y quiso pedir auxilio a sus aliados para pagar deudas contraídas, nadie acudió a su socorro, todos ofrecieron excusas. Timón se quedó solo y resolvió irse a vivir al bosque como un ermitaño.
Un día, en medio de un soliloquio depresivo, quiso volver a la tierra y comenzó a cavar para conseguir una raíz y comérsela. Pero la tierra se burló de él y en cambio le dio oro, oro en grandes cantidades, oro maldito, oro que usó para degenerar a la raza humana.
A un pintor y a un poeta que siempre estaban juntos, les dio mucho de este metal a cambio de que terminaran esa amistad. Hizo de un simple soldado un hombre rico con la condición de que se volviera usurero y ladrón. A una prostituta le dio aún más oro para que se hiciera la más grande de las putas, destruyera familias y sedujera hombres de bien.
El Timón de las cavernas hacía rico a todo aquel que fuera capaz de vender su dignidad.
Pero “Timón de Atenas” es mucho más de lo que le he contado, se trata de una pieza concebida durante la más completa madurez de su autor, inclasificable, única, rara. Búsquela, léala, disfrútela.
Néstor Luis González
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