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viernes, 6 de abril de 2012

El libro del viernes: “El Evangelio según Mateo”


A estas alturas ya no tiene caso debatir sobre el poder de la palabra porque ha sido ella la causa de casi todas las consecuencias que han afectado al ser humano. Siempre un discurso hizo la guerra, la paz, el éxodo, la unión.
Martin Luther King, Winston Churchill, Lenin, Bolívar y muchos otros fueron capaces de pronunciar palabras que cambiaron para siempre el orden mundial y despertaron a los pueblos dándoles el protagonismo de sus propias realidades.
Pero ningún discurso ha sido tan poderoso como el que, según se cuenta, transcribió hace casi 2 mil años el publicano hebreo Mateo Leví en el libro que hoy lleva su nombre.
Lo interesante de aquellas palabras es que quien las dijo no hablaba de cómo cambiar el mundo, ni otorgaba técnicas de superación personal, ni despertó resentimiento entre la gente para derrocar a ningún rey. No. Lo abrumador de todo aquello que escuchó Mateo Leví, o le contaron, es que se trataba de la promesa de otro mundo, de uno que apenas comienza después de la muerte.
Para mucha gente, después de la muerte lo que viene es una gigantesca e imperceptible nada. De ser así, la vida no podría ser más que la interrupción del vacío: nada al principio, unos cuantos años de existencia, nada al final. Sin embargo, todo lo vivo muere, y asumir el ateísmo puede convertir la vida en una enorme tontería, en una obra de teatro en la que no importarán tus actos porque tarde o temprano la nada deberá continuar.
Fue Jesús de Nazaret quien delante de una multitud pronunció aquellas palabras sobre la promesa de un reino que no es de este mundo, las más radicales que oído alguno escucharon jamás: el discurso que llenó de esperanza los corazones de la humanidad.
Jesús dijo:
“Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación”.
“Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios”.
“Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen”.
Hoy en día, conceptos como esos no nos parecen ajenos del todo. Pero hace dos mileniosnadie había enseñado que el amor podía ser tan grande. Nadie había pensado nunca en que no hay mérito en amar a quienes nos aman y sí en amar también a quienes nos odian.
Jesús fue el primer gran radical porque dijo a la humanidad: “No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan, sino haceos tesoros en el cielo, (…) porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón”.
Y es que aquella promesa de vida eterna hizo que el ser humano se sintiera realmente importante por primera vez en la historia. Jesús dijo a los pobres, a los afligidos, a los ricos, a los necios, a todos: “Vosotros sois la luz del mundo”, palabras tan grandes que 1500 años después permitirían la aparición del humanismo, esa corriente que colocó al hombre en el centro del universo.

El primer libro del Nuevo Testamento

El libro narra la vida de Jesús al igual que los otros tres evangelios aceptados. La autoría se le otorga tradicionalmente a Mateo, aunque hay indicios para suponer otras posibilidades. Su lectura es fácil y agradable, pero vale la pena detenerse a analizar los versículos dada la belleza de algunos y la complejidad filosófica de otros.
Ya sean intelectuales o espirituales las intensiones del lector, este primer evangelio completa buena parte de todo lo descrito en el Antiguo Testamento: cumple las profecías sobre esperanza para la humanidad a través de la llegada del hijo de Dios.
A partir de Mateo, el lector bíblico puede notar la presencia del amor como elemento revolucionario. Es con la llegada de Jesús cuando el dios terrible y castigador de Israel incorpora la compasión, y a partir de su muerte en la cruz cuando aparece el perdón de todos los pecados para quien decida creer en Él.
El mensaje de Jesús fue tan radical que incluso al borde de la muerte oraba por quienes lo estaban crucificando. Casi 2000 años después, mucha gente considera que el hombre debe olvidar la fe, pero el mensaje de amor que predicó Jesús ya es palabra permanente, palabra que no pasará, porque al ser humano pueden quitarle todo menos la esperanza de un mundo mejor.
Néstor Luis González