Hubo una época en que la administración del Estado contaba con funcionarios que eran capaces de trabajar 15 o 20 horas diarias. Eran tiempo de verdaderos servidores de Venezuela. Uno de ellos fue Eduardo Acosta Hermoso.
Murió anoche, a los 94 años de edad. Será trasladado en la tarde de hoy a Caracas para ser velado y enterrado en el Cementerio del Este (La Guarita) mañana lunes 14 de mayo.
Estuvo en el centro de acontecimientos que marcaron la vida del país desde su raíz: la dinámica petrolera internacional. Un funcionario del Estado insobornable y auténtico. Supo imponer sus ideas audaces sin convertirse en un fanático alborotador ni necesitar palabras y frases escandalosas.
En 1959 parte hacia El Cairo la delegación venezolana, invitada por la Liga Arabe para participar en el I Congreso Arabe de Petróleo. Lleva como Presidente a Juan Pablo Pérez Alfonso, Ministro de Minas e Hidrocarburos. Entre los miembros de esa delegación iba el Director de la Oficina Técnica de Hidrocarburos del Ministerio, Eduardo Acosta Hermoso. Serían los pioneros de lo que hasta hoy se conoce como OPEP.
Eduardo Acosta Hermoso estuvo entre los venezolanos que dieron un paso al frente y mostraron su esfuerzo coronado con el éxito, ante la opinión pública nacional e internacional. Fue la mano derecha de Pérez Alfonso en la formulación de la Política Internacional de Petróleo y su colaborador más estrecho en la creación de la OPEP.
Eduardo Acosta Hermoso fue un artífice en la tarea de dar al país una herramienta para su seguridad económica. Era un técnico con sensibilidad, no frío y con una visión rígida, sino un técnico con vibración espiritual que supo conjugar el conocimiento con el sentido político. Un hombre culto que guardaba estrecha coherencia entre sus pensamientos y sus actitudes. Su formación familiar, en el seno de un hogar cristiano, unido y lleno de afecto, lo dotó de una vital alegría y de una permanente sonrisa cordial.
Sus firmes valores le sustentaron una serena, enérgica y sólida posición nacionalista, que mantuvo siempre dentro del amplio marco de la cristiana solidaridad universal. Trataba de mirarlo todo en perspectiva global, de conjunto; de allí que a la importancia de la economía agregaba la proyección que tiene sobre el destino del hombre, como motor de la Historia, por el espíritu y por le ideal.
No congeniaba con las medias tintas, especialmente en temas de particular significación como los religiosos, los políticos y los sociales. Vivía convencido de que las cosas valiosas se ganaban conquistándolas con esfuerzo y trabajando con seriedad. Era un hombre profundamente honesto que desarrolló un comprometido sentido social, promoviendo el bien particular de cada persona y el bien común de la sociedad. Su vida era sobria, de alguien desprendido de la riqueza y los bienes materiales.
La corrupción y tendencia acomodaticia a vivir del Estado que se inició en el país con la era petrolera lo indignaba, al punto de haberle motivado serios disgustos con más de un líder político.
Cuando sus fuerzas fueron mermando a causa del esfuerzo y las tensiones, y una vez desaparecida su esposa Elena Sanabria, se retiró a vivir en Valencia, donde pasaban sus días, sencillamente, constantemente rodeado de sus hijos y nietos.
PAZ A SUS RESTOS.