Fuma puros, juega al golf, pesca, cambia de residencia y trata de levantar a Charlotte Bobcats, pero la hiperactividad no calma el hambre de baloncesto de Michael Jordan, que mañana cumple 50 años entre la nostalgia y el sueño imposible de volver a las canchas.
Jordan trata de rebelarse contra su edad. "Daría todo por volver a jugar", dijo a ESPN. Estudia a LeBron James y está convencido de saber pararlo. Reta a su mejor jugador de los Bobcats en un uno contra uno y gana. Y vive obsesionado con volver a 218 libras (98 kilos), el peso de su etapa profesional.
"Un día puede ser que miren y me vean jugar con 50 años. No se rían. Nunca digas nunca jamás".
Las palabras que dijo en 2009 al entrar en el Salón de la Fama de la NBA sonaron a broma para muchos, pero lo que va a impedir ver sobre la cancha de nuevo a uno de los más grandes de la historia es el paso del tiempo, el dolor tras un entrenamiento con los Bobcats, esos kilos de más que no se ganan por una mala dieta o por falta de deporte, sino que van de la mano con los años.
El perfil de Jordan que escribió recientemente Wright Thompson para ESPN dibuja una persona que no acepta el paso del tiempo, un competidor inflexible que trasladó sus guerras en la cancha a los juegos del iPad, un nostálgico al que le quema aún el baloncesto, un hombre que intenta buscar la paz en una nueva mansión de 11 habitaciones en Florida junto a un campo de golf y junto a su novia, Yvette Prieto, de 34 años.
Jordan sigue siendo la figura elusiva y misteriosa de su época en activo, en la que ganó seis anillos de campeón con Chicago Bulls. "Podríamos haber ganado siete, ocho, nueve", dijo en una entrevista que emitirá completa el lunes NBA TV.
Y es que Air Jordan, el primer jugador convertido en marca, se retiró en 1993 con tres títulos, muy afectado por el asesinato de un padre al que aún recuerda. Su paso fugaz por el béisbol fue un fracaso. Volvió al parqué en 1996 y sumó tres anillos más. Se marchó de nuevo y regresó con Washington Wizards, con los que anotó 43 puntos sólo cuatro días después de haber cumplido 40 años. Se despidió definitivamente en abril de 2003.
Ya no habrá más regresos. A su pesar. No recuperará el halo de triunfador que siempre tuvo y que perdió dirigiendo a Charlotte Bobcats, equipo que adquirió en 2010 y que la temporada pasada con un balance de 7-59 se convirtió en el peor de la historia.
Detesta darse cuenta de su edad, pero al menos los 50 años le permiten recuperar el foco de atención. Hoy se presentarán sus nuevas zapatillas Nike, las XX8, a un precio de 250 dólares, y los restaurantes especializados en carne que llevan su nombre ofrecen un menú especial inspirado en su vida: cinco platos por 125 dólares.
Con la efeméride también se reaviva el debate sobre si Kobe Bryant o LeBron James son sus herederos. El baloncesto de 2013, del que sólo destaca a Bryant, James, Tim Duncan y Dirk Nowitzki, se vuelve a fijar en él.
Todo ello acaricia su vanidad. "Mi ego es tan grande que espero ciertas cosas", admitió a ESPN, incapaz de soportar que los padres cubanos de su novia casi no conozcan a un jugador que siempre fue venerado.
"Es dios disfrazado de Michael Jordan", dijo Larry Bird de él después de anotar 63 puntos ante Boston Celtics en un partido de play-off en 1986. El nombre en clave que recibe de su equipo de seguridad es Yahvé (dios en hebreo).
Pero ya no todo es adulación y bocas abiertas. El cumpleaños reaviva rumores y leyendas de un hombre al que algunos definen como cruel e intimidador. El lado oscuro de un jugador que se escapaba por las noches al casino o bebía varias cervezas de más, un obseso de la lealtad que no soportaba que nadie a su lado llevara zapatillas de una marca que no fuera Nike.
Jordan sigue con nervios los partidos de Charlotte pese a saber que la gran mayoría acabará en derrota. Es de nuevo el peor equipo en la presente temporada con una balance de 12-40. El comisionado de la NBA, David Stern, incluso le ha llamado para pedirle que aplaque su ira contra los árbitros.
Por algún lado debe explotar el fuego interior que aún lleva dentro, el que le hace seguir compitiendo al blackjack, a los juegos del Ipad o a los puzzles y el que apenas le deja dormir.
"Soy mi peor enemigo", dijo a ESPN sobre su gen competitivo. "Es una adicción. Uno pide tener este poder especial para lograr hitos y ahora lo devolvería, pero no puedo. Si pudiera (devolverlo), podría respirar", afirmó.
El baloncesto era su "refugio", dijo en su discurso de entrada al Salón de la Fama en 2009. "El lugar al que iba cuando necesitaba encontrar paz".
Pero a los 50 años el baloncesto profesional se acabó. Le queda el juego, el golf, su novia Yvette, los Bobcats y soñar con superar en la cancha a LeBron James.