La regla de las 10,000 horas
Este post fue publicado el 9 de Noviembre de 2011. Lo vuelvo a publicar ahora que estoy cercano al plazo de entrega de un trabajo y me acuerdo de aquellas 10,000 horas.
No estoy seguro si fue Malcolm Gladwell, el primero en identificar este concepto o fue quien lo popularizó. Pero su nombre definitivamente esta asociado al mismo.
La regla dice que para que una persona logre maestría en una especialidad compleja, háblese de cirugía cerebral o de tocar el cello, debe invertir al menos 10,000 horas de práctica. Y como un ser humano no puede dedicar más de aproximadamente 1,000 horas al año, diez mil horas equivalen a diez años.
Desde luego, siempre habrán excepciones. Tatum O’Neal ganó un Oscar a los nueve años. Pero, digamos que el promedio se ajusta a una década de trabajo.
Exactamente ¿qué es lo que estamos aprendiendo durante esos años en que nos damos de cabezazos? ¿Qué es lo que Charles Bukowski aprendía mientras trabajaba repartiendo correo y vivía una vida disipada, marcada por el alcohol y las mujeres? ¿Qué es lo que lograba Henry Miller durante su estadía en Brooklyn y París? O, ¿qué ganó Miyamoto Musashi en sus incontables duelos de espada con samuráis?
Destreza, ciertamente. Paciencia, profesionalismo y muchas cosas más. Pero, hay algo bastante más sutil –y mucho más difícil de expresar. Casi que dudo de escribir sobre esto, porque bordea lo misterioso y sagrado. De modo que, silenciosamente (o no tan silenciosamente), ruego a la musa que me de su permiso.
Lo que estos maestros aprendieron fue a escuchar su propia voz. Aprendieron a actuar por ellos mismos. En mi opinión, esto es lo más difícil del mundo.
¿Saben por qué los maestros Zen dan koans a sus estudiantes? –Esto es, acertijos indescifrables que desafían la lógica. Porque están tratando de abrir la mente de sus aspirantes lanzándolos una y otra vez contra una pared, hasta que se den cuenta que es inútil y se rindan… y entonces, inexplicablemente encuentren la respuesta.
Hablar con voz propia significa dejar de lado toda las otras voces que tenemos en nuestras cabezas. ¿Qué voces? Las voces de lo que se espera de nosotros. Sí, las voces de nuestros padres, profesores, mentores. Pero aún hay una voz más escurridiza: la de nuestras propias expectativas de lo que deberíamos hacer o pensar –lo que es “normal”, “correcto” o “lo que debe ser.”
“Si encuentras a Buda en el camino,” dice el maestro, “mátalo.”
Vayamos al aspirante a escritor. Nos sentamos y tratamos de escribir de la forma que pensamos que los escritores escriben. Si estamos pintando, lo hacemos como los pintores pintan –o bailamos como pensamos que los danzantes bailan. Desde luego esto quiere decir que estamos escribiendo como alguien más escribe, estamos pintando como alguien más pinta, y bailando como alguien más baila.
La agonía del aprendizaje de un artista radica en nuestra inhabilidad de romper con esta prisión auto-infringida. La gente dice “rompe las reglas” o “piensa fuera de la caja.” Pero ¿cómo diablos lo haces cuando estás tratando de hacerlo? No puedes. Es un koan. Es imposible.
¿Cómo hace el actor para sobrepasar la propia y humillante consciencia de sí mismo? ¿Cómo hace el emprendedor para salir con una idea que es realmente nueva? La respuesta es que ambos se dan de cabezazos contra esa pared una y otra vez hasta que finalmente, de puro cansancio, no pueden “tratar” más y entonces finalmente “lo hacen.” El escritor dice a la mierda y escribe una línea de una forma que nunca imaginó que podría escribir, y para su sorpresa esa oración es la primera verdadera oración que ha escrito.
Hacer ese quiebre cuesta tiempo. Tiempo y esfuerzo. Diez mil horas si tienes suerte, más si no la tienes. Los dioses están observándote durante esas diez mil horas, como los instructores de los Infantes de Marina durante el entrenamiento. Ellos pueden notar cuándo estamos fingiendo y cuándo es real. Pueden señalar quiénes verdaderamente queremos lograrlo y quienes están simplemente fingiendo.
La peor parte estriba en que no hay garantías. Dedica esas 10,000 horas en la facultad de medicina y te entregarán un pergamino y te llamarán ‘Doctor’. Pero trata de hacer una película, componer una sinfonía o pintar un lienzo.
Al final, esas diez mil horas deberán ser su propia recompensa –que es como debería ser, ¿no les parece?
STEVEN PRESSFIELD