Con Atlético, Barça y Real a rueda y con órdagos en varios tableros, el curso se acerca a su momento culminante con muchas incertidumbres. Partido a partido y de gol en gol, el fiero Atlético va con el gancho en la Liga y tiene ventaja en Europa. El Madrid casi ha tramitado los cuartos de la Champions, tiene cita en la final de Copa y va a cola del trío en la Liga, pero en Anoeta por fin brindó ante un rival de rango. El Barça es el más enigmático, tan mutante como Messi, que se activa frente al Madrid, queda neutralizado por el Atlético y se esfuma con el Betis. Más que nunca, con el destape en la zaga, los culés no tienen mejor defensa que el ataque.
Por lo visto desde el clásico, el contagio de Messi es absoluto y con él ausente este Barça es menos que el Real sin CR o los mosqueteros del Cholo sin Costa. El sábado, con La Masia por bandera y el Camp Nou casi a rebosar, Leo se dio a la molicie. Es sabido que Messi y Cristiano exigen jugar hasta en los recreos. Por ello, ante los béticos causaba aún más estupor ver cómo el pibe ni se molestaba en tirar algún desmarque, en socorrer a sus compañeros cuando estos le pedían soluciones. Podría ser un día fuera de la oficina, sin más, de no ser porque no es la primera vez que La Pulga va al paso. Extraña que alguien quiera jugar a la carta para luego darse de baja en la cancha. El argentino, al que tanto deben el Barça y el fútbol, hoy se administra gota a gota. Él sabrá la causa, pero su sublime trayectoria no maquilla del todo su bacheado tránsito de estos tiempos, acorde con los vaivenes del equipo y de la institución. Messi es otro y ya no parece encontrar incentivos ni en lo personal. Con el Balón de Oro en el museo de Cristiano, cabía pensar que en su envite particular el argentino pelearía por el Pichichi, guerrilla habitual entre ellos, que no se dejaban pasar una. El colista pudo haber sido un chollo. Nada, de penalti en penalti (y ninguno provocado por él), como si hubiera perdido el apetito que distingue a un Diego Costa en ebullición o a un CR que, aunque tenga jornadas grises como la del clásico, tira y tira del carro.
Messi está a lo suyo y, por su peculiar universo, cuesta adivinar qué es lo suyo: ¿la Champions, la final de Copa, el Mundial? El Calderón, el miércoles, y Mestalla, una semana después en la final copera, dejarán pistas. El fútbol es un juego colectivo, pero cuando llegan los exámenes finales y todo se aprieta, los genios suelen dictar sentencia. Salvo que la toxicidad en la caseta les ahogue incluso a ellos, como le sucediera a CR hace un año, afectado también por los culebrones de Mou. En este Barça, los enredos, y son muchos, también calan.
Todavía no hay eminencia como Messi, por lo que de él depende gran parte del desenlace final. Ya fue capital en el reenganche barcelonista a la Liga en Chamartín. En un duelo en el tobogán, Messi opositó mejor que CR. Hoy, sin embargo, no cuesta presagiar qué Cristiano se verá tras el parón de este fin de semana; ni con qué Costa contarán los colchoneros en el último tramo. Con Messi, con este Messi, no hay pronósticos. Del coloso perpetuo al artista regulado. Ello subraya la enorme dimensión de su figura en los últimos años. En este deporte, en el cual el vértigo, el vedetismo y el agotamiento físico y mental produce estrellas fugaces, Messi ha parecido eterno. Desde Di Stéfano no hubo un futbolista tanto tiempo acampado en la cima.
Camino del infinito, las últimas lesiones han hecho ver a Messi que ni él es invulnerable. A cualquiera le acongojaría la plaga de lesiones de estos días, y más con Brasil a la vista. Hasta entonces, el Calderón y Mestalla no son solo apeaderos. De las intrigas que restan rumbo a Maracaná, nadie despejará más dudas que Messi. No hay candidato tan supeditado a su astro como el Barcelona de las piernas, la cabeza y el ánimo de La Pulga. Un misterio no solo para el Barça. Por supuesto que el Madrid y este encomiable Atlético tienen argumentos sobrados para competir con cualquiera. Pero nada se supone igual según qué Messi fluya por delante.
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