EFE).- La grandeza llega a los clubes de fútbol conforme acumulan trofeos pero solo se convierten en legendarios por sus grandes jugadores, mitos de un solo molde como el singular Alfredo Di Stéfano, genio hasta la última de sus células.
Su muerte en Madrid el lunes 7 de julio de 2014 mutila una parte sustancial de la historia del fútbol moderno, acongoja a los que se emocionaron con sólo escuchar los relatos de sus virtudes y gestas, y lega una herencia impagable a los aficionados que sí tuvieron esa fortuna de verle jugar al fútbol.
Di Stéfano (Barracas, Buenos Aires, 4 de julio de 1926) fue pionero en propagar un espíritu universal, casi indescifrable, que convirtió este juego en un deporte de masas. Su pérdida también abre nuevos interrogantes para los amantes de la mitología deportiva y los fenómenos sociológicos.
Barracas, Buenos Aires, Argentina, Madrid y España lloran especialmente su muerte. Dormita el dolor en Buenos Aires, en el barrio de La Boca; en los clubes del River y Huracán. Llora Madrid y el Real, en donde el futbolista más polivalente que pisó hierba diera sus mejores recitales.
Los más jóvenes lamentan que don Alfredo naciese en un momento en donde la tecnología alcanzaba sólo al celuloide cinematográfico.
Quedaron para la posteridad algunas de las perlas futbolísticas salidas de los pies de Di Stéfano, con las escasas imágenes en blanco y negro de los archivos del No-Do o Televisión Española.
Se antoja un equipaje demasiado liviano para las once temporadas completas que la ‘Saeta Rubia’ vistió la camiseta del Real Madrid, con 307 goles y 403 partidos oficiales, para 8 títulos ligueros y 5 Copas de Europa.
La ‘Saeta Rubia’. El sobrenombre que la afición del River Plate colocó para siempre sobre los hombros de Di Stéfano, pues el delantero era tan veloz como uno de aquellos modernos aviones de los años 40 y 50 con propulsión trasera a reacción (para el vulgo, ‘Saetas’) y por su cabellos rubios.
En 1947, se convirtió en el máximo goleador de la liga argentina. Su velocidad, endiablada, le facilitó el apodo. La ‘barra brava’ de River le cantaba en el Monumental de Buenos Aires: “Socorro, socorro, que viene la Saeta Rubia con su propulsión a chorro…”.
El hombre que revolucionaría el fútbol europeo y mundial fue, después, madridista, pero antes pudo vestir la elástica del Barcelona, el máximo rival.
Kubala no tuvo, al fin, a Di Stefano como compañero, y éste junto a jugadores como Copa, Rial, Gento y Puskas formó parte esencial del Real Madrid casi imbatible y mejor equipo del mundo.
En la primavera de 1966, una tarde del 3 de abril, Di Stefano jugó su último encuentro oficial. Militaba entonces en el Español de Barcelona y se retiraba, por diversas circunstancias, sin poder disputar Mundial alguno, ni con Argentina ni con España.
Un año después, el 7 de junio, fue homenajeado en el estadio Santiago Bernabeú, en partido frente al Celtic escocés.
En el minuto 13 de aquel amistoso que abarrotó el coliseo de la entonces Avenida del Generalísimo -hoy Paseo de la Castellana-, la calle que vertebra la capital, Di Stefano cedió el brazalete de capitán a Grosso.
El instante selló una carrera. Pero el advenimiento de otra etapa para el mejor futbolista del mundo estaba por llegar.
Di Stéfano debutó como entrenador con el Elche. Después dirigió al Boca Juniors, Valencia, Real Madrid, Sporting de Lisboa, Rayo Vallecano, Castellón y River Plate.
Sara, la esposa de Di Stéfano que murió antes que él afectada por la enfermedad de Alzheimer, confesó que no era feliz viendo a su marido en el banquillo.
“He sido muy feliz cuando él era jugador. De entrenador, no (…) A mí me gustaba mucho el fútbol. Pero, después de ver a Alfredo como entrenador veinte años, ya me gusta menos. La gente te insulta y que insulten a toda la familia para ganar dos duros no vale la pena”, fue la frase de Sara que recoge el libro de memorias del futbolistas, titulado ‘Gracias, vieja’, y escrito por los periodistas Alfredo Relaño y Enrique Ortego, editado en el año 2000 cuando Di Stefano tenía ya 73 años.
Dotado de un fino humor, el ’9′ del Real Madrid sufrió un secuestro en Caracas, en agosto de 1963; rodó tres películas, admitió que la mafia llegó a extorsionar a su familia, recibió dos ‘Balones de Oro’, un ‘Súper Balón de Oro’ (1989) y regateó a un infarto agudo de miocardio a finales de 2005.
Ese mismo año, Di Stefano quedó viudo. Años después, uno de sus seis hijos, Nanette Norma, también fallecería días antes de la Navidad, en 2012.
Tan libre para vivir como esclavo para morir. Di Stéfano amó la vida hasta el infinito y vivió con pasión el fútbol. El mejor futbolista de su época (años 50 y 60) y puede que el mejor de todos los tiempos no pudo con el último regate ante su peor enemigo, la muerte.
‘Gracias, vieja’ fue el título de sus memorias y dedicada, con esta frase, a la pelota, el instrumento con el que fabricó placer, fama, fortuna y leyenda.
Precisamente en la vitola de club legendario que abraza al Real Madrid contribuyó de manera notable ‘La Saeta Rubia’. Así lo supieron reconocer en la propia entidad blanca, pues en los últimos 13 años ejerció como presidente honorario.
También el Real Madrid puso su nombre al estadio en donde juega el equipo filial y se entrena la primera plantilla. El día de su inauguración, hace siete años, Di Stéfano dejó una de sus frases proverbiales: “Agradezco poder disfrutar en vida porque, en este país, lo normal es que te hagan los homenajes cuando has cruzado la raya”.
Su idilio con la vida tuvo límites razonablemente libres. “Cartujo nunca fui”, señala Di Stéfano en sus memorias.
De esta forma, y ya octogenario, fue noticia sorprendente por su relación con Gina González, su secretaria personal costarricense y 50 años menor que él. Su relación duró seis años, hasta que Silvana, Alfredo, Helena, Sofía María e Ignacio Di Stéfano Freites, los hijos y herederos del astro del fútbol, se negaron a una anunciada boda.
Sus últimos abrazos sentidos, postrado en una silla de ruedas, fueron para los socios que recibieron la insignia del Real Madrid por sus 50 años o más de carné, testigos de sus gestas, regates y centros.
Pero el dolor cae ahora como la noche e inunda con su silencio los campos y canchas de Argentina y España, dos países en donde hoy el fútbol se ha detenido, gélido, pálido por la muerte del mito, de un genio de la ‘vieja pelota’.