El magma nacional de la indignación política y la desesperanza social crepitó este sábado sobre las calles de Madrid con una gigantesca “marcha por el cambio” que reunió a cientos de miles de personas, según los organizadores. No fue seguramente el detonante movilizador que nos anticipa la llegada de la III República española —como dio a entender Pablo Iglesias cuando pronosticó la víspera que la manifestación sería equiparable a la que precipitó la proclamación de la II República en abril de 1931—, pero puede decirse que Podemos acreditó sobradamente el terremoto electoral que se avecina y presentó sus credenciales para el asalto (democrático) al poder. Su ejercicio de movilización popular, su demostración de fuerza, le permiten tapar las grietas internas y levantar un muro defensivo contra las críticas externas que han empezado a arreciar.
El sábado, al mediodía en Madrid, el partido de las redes digitales contabilizó en votantes y militantes contantes y sonantes buena parte de sus apoyos virtuales y las intenciones de votos. Fue una marea humana, una crecida inmensa que ocupó por inundación la distancia que separa la plaza de Cibeles de la de Sol y rompió las costuras del recorrido fijado para desparramarse con un clamor reivindicativo y festivo. En ese kilómetro de la calle de Alcalá se liberó un caudal energético ingente y de alto voltaje que debe permitirles superar las pruebas de las elecciones municipales y autonómicas venideras y saltar sobre sus carencias organizativas y logísticas para poder acampar a finales de año a las puertas de La Moncloa.
Gentes venidas de toda España se dieron cita con Podemos guiados por el entusiasmo y la determinación de quienes ahora se reconocen protagonistas y hacedores de la historia presente. Digamos que las furias de la indignación y la rabia por la corrupción y el precio de la crisis, a pagar por los más débiles, se han desatado y que ya no será fácil devolverlas a la botella. Estaban allí probos ciudadanos hastiados de la corrupción, el deterioro de los servicios públicos y la creciente desigualdad social, parados, damnificados que han perdido pie y caído al vacío por los intersticios del sistema, jóvenes de futuro incierto, desesperados sociales, inmigrantes, trabajadores pobres de sueldos miserables... La empobrecida y adelgazada clase media caminaba hombro con hombro por las calles de Madrid empujada por un vientecillo helador. “¡Qué bien me viene este fresco, por Dios, con lo caliente que está una!”, comentaba una mujer envuelta en el fragor de los gritos y las consignas. Uno se pregunta cuántas de estas personas, gentes de toda edad, pero muchas de ellas en la madurez, salieron a la calle por primera vez, cuántos de los desentendidos de la política descubren la verdad revelada en las palabras de los líderes de Podemos.
Aunque defiende la autodeterminación, Podemos quiebra la lógica nacionalista con sus mismas armas: “España es el problema” contra “la casta es el problema”
Salta a la vista que la gran baza de este partido-movimiento es que compite ventajosamente en el mercado de la ilusión y el entusiasmo, un campo poco cuidado por las grandes formaciones, y al que los perdedores de la crisis necesitan acudir para encontrar un rayo de esperanza. Junto a ellos, desfilaron ayer muchos profilácticos y limpiadores sociales que, sin creer demasiado, poco o nada, en la capacidad y hasta en la honestidad intelectual y moral de los líderes de Podemos, juzgan necesario que el partido escoba —no se exhibió ninguna— acabe con la corrupción y fuerce a las grandes siglas a acometer la regeneración del sistema.
No se vio ninguna bandera española pero las enseñas autonómicas escoltaron a la omnipresente bandera republicana a lo largo de la marcha. Además de hacer saltar por los aires el tablero político nacional, Podemos puede muy bien trastocar los mapas electorales catalán y vasco y deshacer las hegemonías crecientes de esos nacionalismos. De entrada, tiene a su alcance frenar el flujo natural de votos que se incorporan a la política a través del nacionalismo radical ya que compite con una oferta rupturista alternativa pero de corte social y con capacidad para denunciar la alianza de los nacionalismos radicales y los institucionales, conservadores instalados desde siempre en el sistema: la otra “casta”. Aunque defiende la autodeterminación, Podemos quiebra la lógica nacionalista con sus mismas armas populistas de la simplicidad extrema en el diagnóstico: “España es el problema” contra “la casta es el problema”, y en la búsqueda de soluciones totales: “solo queda la independencia”, frente a “el Gobierno de la gente”.
La manifestación supuso para el partido de Pablo Iglesias un gigantesco salto de pértiga con el que alcanzar el terreno de la consolidación electoral y organizativa, la oportunidad idónea para congregar, conjurar y organizar a todos los simpatizantes que creen o quieren creer en ese eslogan del “Sí, se puede”. Es seguro que esta llama de indignación y rabia arderá con fuerza mientras la corrupción siga expuesta en el escaparate nacional y el efecto de la crisis económica sea tan duro.
EL PAIS