México se toma el próximo domingo el pulso a sí misma. Tras meses de convulsiones históricas, la población está llamada a las urnas para elegir la Cámara de los Diputados, nueve gobernaturas, así como los congresos y ayuntamientos de 17 estados. En total, 15.832 cargos que permitirán establecer una radiografía detallada del ánimo político del país. Los sondeos, en el ámbito federal, pronostican una victoria moderada del PRI y la fractura de la izquierda. El desencanto que tanto ha calado en México se refugiará seguramente en la abstención. Será, si se cumplen las encuestas, un triunfo amargo para el presidente Enrique Peña Nieto.
Peña Nieto se convertirá el próximo 7 de junio en la demostración empírica de que el vacío no existe en política, y menos en México. Ese día será el gran protagonista de unos comicios en los que no concurre y en los que ni siquiera ha intervenido, pero que suponen la prueba más dura de su legislatura.
El cuadro de situación al que se enfrenta es complejo. El vibrante impulso con el que arrancó su mandato ha llegado a su final. Tras dos años y medio de gobierno, las reformas estructurales ya han sido aprobadas y ninguna ha logrado acelerar los motores económicos. Aunque México es un socio fiable y sus grandes marcadores ofrecen una estabilidad a prueba de huracanes, el crecimiento se arrastra muy por debajo del umbral del 5% del PIB que el propio Peña Nieto puso como objetivo. Y no hay indicios de que, con la crisis del petróleo, vaya a mejorar en el corto plazo.
En este escenario hostil, los golpes no cesan. La tragedia de Iguala, los escándalos inmobiliarios y la hidra del narco, capaz de poner cerco a capitales como Guadalajara, han enfrentado a México a sus peores fantasmas. Sólo en esta campaña se han registrado 70 ataques y 19 asesinatos. La sombra de un país sangriento y convulso, sometido a unos partidos insensibles a la corrupción, ha renacido. La confianza es poca y el escepticismo profundo.
El resultado es que su valoración se sitúa entre las más bajas de la serie histórica. El presidente que prometió futuro ha encontrado en el pasado a su peor enemigo. Pero teniendo todo en contra, aún nadie le gana. Del desapego y la cólera no ha surgido ningún rival. El barco, según los analistas consultados, sigue a flote. Las encuestas dan como primera fuerza al PRI e indican que mantendrá con pocas variaciones la mayoría simple que ahora dispone en el Congreso. Para aplicar el rodillo le bastaría, apuntan los expertos, pactar con su socio, el polémico Partido Verde, y algún otro grupo satélite. "Si el PRI logra la mayoría absoluta con alguna alianza, no habrá castigo a la gestión del presidente", afirma María Amparo Casar, catedrática del Centro de Investigación y Docencia Económica.
La debilidad de la oposición puede facilitar este desenlace. A falta de un referente político capaz de aglutinar la protesta, gran parte de la población desencantada buscará refugio en la abstención (en estos comicios vota una media del 48%, frente al 62% de las presidenciales) y ningún adversario del PRI obtendrá beneficio de ello.
El PAN, la formación de derechas que en 2000 logró poner fin a 70 años de hegemonía priista, sigue sin recuperarse del salto sin paracaídas que representó el mandato de Felipe Calderón (2006-2012). Los 80.000 muertos y 20.000 desaparecidos que dejó su legislatura espantan aún a demasiados votantes. Consciente de ello, la estrategia diseñada por su líder, el pactista Gustavo Madero, busca el avance moderado. Su objetivo es superar el 25% de voto que obtuvo la formación en las últimas presidenciales y recuperar el segundo puesto nacional, con miras a la gran batalla de las presidenciales de 2018.
Más confusa es la situación de la izquierda. La salida del PRD tanto de su fundador, Cuauhtémoc Cárdenas, como del carismáticoAndrés Manuel López Obrador, su líder en las dos últimas presidenciales, ha descabezado a la segunda fuerza mexicana. Un debilitamiento que ha acrecentado su errática política de pactos, pero, sobre todo, su desastrosa gestión en la tragedia de los normalistas. Pocos olvidan que fue esta formación la que aceptó en sus filas al alcalde de Iguala y a su esposa, los dos supuestos autores intelectuales de la matanza.
La pérdida de perfil ideológico se completa con la fractura que supone enfrentarse en las urnas al Movimiento de Regeneración Nacional (Morena), el partido creado por el incombustible López Obrador. Aunque nadie duda de que es una plataforma diseñada para las presidenciales de 2018, su concurso en estos comicios restará votos al PRD. El gran campo de esta batalla será el Distrito Federal, el eterno feudo de la izquierda, la tierra que ha engendrado a sus grandes líderes y donde el PRI tiene vetada la victoria. Aunque las encuestas dan como vencedor a un PRD disminuido, el voto que reciba Morena mostrará el tamaño de sus posibilidades. "Si toda la izquierda estuviese unida podría ser competitiva y sumar hasta un 30%, pero no es el caso", indica el analista Francisco Abundis.
EL PAIS
Con una izquierda dividida, una derecha infartada y un partido gobernante ensimismado en su torre de marfil, las grandes sorpresas del 7 de junio vienen por el lado de las candidaturas independientes. Fruto de la reforma política auspiciada por Peña Nieto, por primera vez en su historia los ciudadanos pueden elegir a políticos libres de los herrajes tradicionales. Para ese 42% de la población que declara no tener un partido representan el principal polo de atracción. En el exuberante jardín político mexicano, los hay de todos los colores. Pero el que más ha destacado es Jaime Rodríguez Calderón, El Bronco, un priista de la vieja escuela que ahora abomina de su antiguo partido y que, con un discurso rocoso y populista, y un olfato excepcional para las redes sociales, se ha erigido en el aspirante con más posibilidades en Nuevo León, el segundo estado más rico de México. Su triunfo supondría un terremoto para la actual estructura del poder. Y la confirmación de que, aunque se desmoronen los partidos clásicos, el vacío no existe en la política mexicana.