En los negocios, el optimismo es bueno y el pesimismo malo. Los optimistas tienen el monopolio del éxito, de la felicidad e, incluso, de la longevidad.
Los pesimistas, con sus largas caras y pensamientos oscuros, son parias, considerados buenos para nada en el entusiasta mundo corporativo, excepto posiblemente para dedicarse al periodismo (donde las malas noticias son buenas nuevas).
Pero ahora, el pesimismo podría ponerse de moda. La indicación de que quizás ocurra fueron unos tuits enviados por el gurú de la gerencia Tom Peters en los que hablaba entusiasmado de un libro que exalta el pensamiento negativo.
Éste es un extraordinario cambio para un hombre cuyo logotipo es un colorido signo de exclamación y quien por décadas ha estado despiadadamente animado.
A diferencia de Peters, yo nací pesimista. Yo anticipo que va a llover cuando hay una fiesta de verano; estoy segura de que cualquier iniciativa terminará en el fracaso; al menos la mitad de los vestidos en mi armario son grises.
Bueno, Roma no fue destruida en un sólo día, y quizás este libro empezará a preparar al mercado para la negatividad del libro que a mí me gustaría escribir (si es que Peters no se me adelanta).
Quizás lo titule: "Irse a pique: por qué siempre todo va mal en el trabajo y cómo no comportarse cuando eso ocurre".
El problema con los optimistas es que no saben qué hacer cuando el mundo se va a pique.
En los campos de prisioneros en Vietnam, quienes primero murieron fueron los que pensaban en positivo: estaban seguros de que estarían de vuelta a casa en la próxima navidad y cuando no sucedió, se desmoronaron.
Por supuesto, que el mundo de los negocios no es como un campo de prisioneros de guerra, en el sentido en que uno pude salir a comprarse un café y puede dormir en su propia y cómoda cama de noche.
Pero es un mundo que puede ser lúgubre e implacable, y algo malo puede pasar después de que ya ocurrió otra cosa nefasta, así que a mí me parece que estar siempre preparado para lo peor es lo mejor.
Woody Allen lo dijo aún mejor: "confianza es lo que se siente antes de de entender el problema".
Cada organización y cada asociación debe equilibrar cuidadosamente su número de optimistas y pesimistas.
Un matrimonio necesita las dos. En mi propia experiencia he aprendido que es bueno tener a un optimista para que se invente innumerables planes locos para picnics y paseos, y a un pesimista para que destruya los más desatinados y module los demás con aspirinas y paraguas.
Los negocios necesitan de ambos aún más, para lograr la mezcla idónea de audacia y prudencia.
La diversidad de optimistas y pesimistas es la más importante y debe existir en todos los niveles.
Los pesimistas corporativos deberían ser desestigmatizados e invitados a salir a la luz. Por encima de todo, deben dejar de pretender que ven el vaso medio lleno de agua, solo para estar de acuerdo con la moda.
Deben proclamar con orgullo que, para ellos, el vaso siempre estuvo medio vacío.
Los pesimistas, con sus largas caras y pensamientos oscuros, son parias, considerados buenos para nada en el entusiasta mundo corporativo, excepto posiblemente para dedicarse al periodismo (donde las malas noticias son buenas nuevas).
Pero ahora, el pesimismo podría ponerse de moda. La indicación de que quizás ocurra fueron unos tuits enviados por el gurú de la gerencia Tom Peters en los que hablaba entusiasmado de un libro que exalta el pensamiento negativo.
Éste es un extraordinario cambio para un hombre cuyo logotipo es un colorido signo de exclamación y quien por décadas ha estado despiadadamente animado.
A diferencia de Peters, yo nací pesimista. Yo anticipo que va a llover cuando hay una fiesta de verano; estoy segura de que cualquier iniciativa terminará en el fracaso; al menos la mitad de los vestidos en mi armario son grises.
Cuando todo fracasa
Así que corrí a buscar el libro que Peters recomendó, que resultó tener un título demasiado optimista: "El poder positivo del pensamiento negativo: use el pesimismo defensivo para aprovechar la ansiedad y rendir al máximo".Bueno, Roma no fue destruida en un sólo día, y quizás este libro empezará a preparar al mercado para la negatividad del libro que a mí me gustaría escribir (si es que Peters no se me adelanta).
Quizás lo titule: "Irse a pique: por qué siempre todo va mal en el trabajo y cómo no comportarse cuando eso ocurre".
El problema con los optimistas es que no saben qué hacer cuando el mundo se va a pique.
En los campos de prisioneros en Vietnam, quienes primero murieron fueron los que pensaban en positivo: estaban seguros de que estarían de vuelta a casa en la próxima navidad y cuando no sucedió, se desmoronaron.
Por supuesto, que el mundo de los negocios no es como un campo de prisioneros de guerra, en el sentido en que uno pude salir a comprarse un café y puede dormir en su propia y cómoda cama de noche.
Pero es un mundo que puede ser lúgubre e implacable, y algo malo puede pasar después de que ya ocurrió otra cosa nefasta, así que a mí me parece que estar siempre preparado para lo peor es lo mejor.
Woody Allen lo dijo aún mejor: "confianza es lo que se siente antes de de entender el problema".
Prisioneros del positivismo
A pesar del renacimiento del pesimismo, es estúpido argumentar cuál visión del mundo es mejor, cuando ambas son claramente necesarias todo el tiempo.Cada organización y cada asociación debe equilibrar cuidadosamente su número de optimistas y pesimistas.
Un matrimonio necesita las dos. En mi propia experiencia he aprendido que es bueno tener a un optimista para que se invente innumerables planes locos para picnics y paseos, y a un pesimista para que destruya los más desatinados y module los demás con aspirinas y paraguas.
Los negocios necesitan de ambos aún más, para lograr la mezcla idónea de audacia y prudencia.
La diversidad de optimistas y pesimistas es la más importante y debe existir en todos los niveles.
Los pesimistas corporativos deberían ser desestigmatizados e invitados a salir a la luz. Por encima de todo, deben dejar de pretender que ven el vaso medio lleno de agua, solo para estar de acuerdo con la moda.
Deben proclamar con orgullo que, para ellos, el vaso siempre estuvo medio vacío.
Lucy Kellaway, columnista del Financial Times
Para la BBC