Cuenta la tradición oral de los indígenas Kariña, asentados en
el Oriente venezolano, que hace mucho tiempo cierto dios ordenó a un
hombre construir una canoa grandota y meterse en ella junto a su mujer
y dos animales de cada especie: hembra y macho, pues sobrevendría un aguacero
que inundaría toda la faz de la tierra.
También la mitología griega describe un gran diluvio ordenado por
Zeus a Poseidón para poner fin a la existencia humana. Solo Decaulión
-hijo de Prometeo- y su esposa se salvaron de la calamidad por haber construido
un arca en la que metieron dos animales de cada especie.
La historia del diluvio se repite en diversas regiones del mundo con detalles
tan parecidos que asombran a los más respetados eruditos, porque hindúes,
babilónicos, incas, aztecas, guaraníes, mayas, taínos, pascuenses y mapuches
echan el mismo cuento que el Génesis en la Biblia, el mismo
cuento o uno muy parecido.
¿Existió un barco gigante que salvó hombres y bestias hace 5 mil
años? En Génesis 8:4 puede leerse: «Y reposó el arca en el mes séptimo,
a los diecisiete días del mes, sobre los montes de Ararat». Bien, el Monte
Ararat está en la frontera entre Turquía y Armenia. Su historia reciente está
llena de expediciones
infructuosas y fotos del presunto
barco en las alturas.
En 2010 Yang Ving Cing mostró al mundo el hallazgo
de una estructura de madera antigua a una altitud de 4.000 metros
precisamente en Ararat. Las pruebas de carbono 14 no arrojaron
exactamente los 5 mil años que calculan los estudiosos bíblicos, pero sí
4.800 años.
Más allá de impresionarlo a través de datos y comparaciones, este artículo
trata de invitarle a la lectura del Génesis, un libro que narra los
orígenes de todo lo existente según la creencia judeocristiana y que a
la vez parece tal vez cargado de verdades científicas e históricas.
Sin embargo, también puede ser leído como obra estética y filosófica desde
su primera línea: «En el principio creó Dios los cielos y la tierra». El
original de ese verbo «creó» es «bará», que significa hacer de la nada,
o sea que según el Génesis Dios creó todo de la nada. La
afirmación no es tontería si se compara con las especulaciones sobre la
eternidad de la materia o con los análisis del escolástico Tomás de Aquino.
Se supone escrito por Moisés y forma parte de los llamados históricos
del Antiguo Testamento, pero su lectura puede significar más que eso.
El erudito italiano Michelle Buonfiglio compara un versículo
del capítulo II con el ambiente de aquellas eras pantanosas en las que reinaban
los dinosaurios y no había llovido aún, «sino que subía de la tierra un vapor,
el cual regaba toda la faz de la tierra» (2:6).
Pasan los capítulos y la emoción aumenta: se descubren personajes como
Abraham, patriarca histórico de todos los árabes y los judíos,
respetado y venerado a través de los siglos por muchísimas culturas, y tan
fecundo en ardides como el homérico Ulises.
El Génesis entretiene página tras página, incluso más y mejor que un
Bestseller porque dependiendo de la creencia y de las ganas de
investigar todo puede resultar verídico.
Ese libro explica qué hay detrás de las peleas entre judíos y
musulmanes, por qué Abraham se separó de la cultura sumeria y refundó
el monoteísmo, qué significó José para las tribus babilónicas que durante
quinientos años dominaron a los egipcios y muchas cosas más. No muera
sin leer el Génesis, porque es una de más valiosas joyas de la
humanidad.
Néstor Luis González