Después de unas vacaciones en la playa en 2010, quizá impulsado por una negra premonición, Michael Schumacher (45 años) decidió hacer testamento.
Su fortuna, valorada entonces en 900 millones de euros incluyendo coches, propiedades y cuentas bancarias, no ha dejado de crecer desde entonces y continúa asignada, en caso de fallecimiento, en tres partes iguales a su mujer, Corinna (45), y a sus dos hijos, Gina-Maria (16) y Mick (14).
Apenas Corinna confirmó el ingreso del piloto en la clínica francesa de Grenoble, tras el accidente esquiando, se encerró con los otros dos herederos en una habitación contigua del hospital y no han salido de allí desde entonces.
Corinna, de soltera Betsch, vigila al paciente en coma artificial día y noche. Sus hijos pasan también casi todo el día en la misma habitación, aunque se retiran a otra para dormir.
El cansancio y la tensión se han cebado en la fiel compañera del campeón y sus nervioshan sucumbido en momentos surrealistas, como cuando el pasado viernes un amplio grupo de seguidores de Schumacher se apostaron ante la fachada de la clínica y arrancaron a cantar “cumpleaños feliz” a “Schumi”, como familiarmente se refieren a él los alemanes.
La iniciativa se había extendido desde la página de Facebook de los aficionados de la escudería Ferrari y la intención no podía ser mejor. “En estos días difíciles para él, y con ocasión de su cumpleaños, los clubes de Ferrari han decidido aportar su apoyo a Michael Schumacher organizando una manifestación silenciosa y respetuosa, pero coloreada de roja, ante el hospital de Grenoble”, decía la convocatoria, que terminó sin embargo convertida en una serenata en toda regla.
El estallido de Corinna
A la banda sonora de fondo, que llegaba hasta la habitación de Schumacher, se sumaban las incesantes llamadas de teléfono a todos los miembros del personal médico y el asedio de los fotógrafos. Y Corinna estalló. “¡Salgan todos de aquí!”, gritó a los médicos. “¡Alejen a toda esa gente de la puerta!”, ordenó a voces al personal de seguridad.
En un arranque de ira llamó a su abogado para exigirle que terminase con la situación cuando antes, por las buenas o por las malas, pataleta comprensible y que terminó en forma de unas declaraciones del presidente de la Federación de la Prensa Alemana, Michael Konken,pidiendo a los medios que “informen con respeto” sobre los “extremadamente difíciles momentos” por los que está pasando la familia Schumacher.
Corinna, es evidente, está fuera de sí. No se la reconoce en esos gritos y en esas amenazas. Desde que conoció a Michael, en 1991 y después de casarse con él, en agosto de 1995, ha destilado ininterrumpidamente dulzura, serenidad y discreción. Schumacher siempre la ha protegido de las fieras periodísticas, siempre un punto carroñeras, y desde que su carrera se consolidó como piloto ni siquiera se hacía acompañar por ella en las pistas de carreras, para alejarla del peligro.
Fuera del circuito, sin embargo, Corinna y sus hijos han sido el centro de su vida. Es un hombre muy familiar y los cuatro van juntos siempre a todas partes, aunque está muy claro que el que debe salir en las fotos es solamente él.
El personal de la clínica de Grenoble ha recibido estrictas instrucciones sobre la confidencialidad que deben guardar sobre todo lo que allí ocurra, pero la prensa alemana tiene oídos, seguramente bien pagados, e informa que Corinna, con los ojos infamados por el llanto y sin apenas comer desde hace días, no se separa de la cama de “Schumi” ni deja a sus hijos alejarse más que para ir al baño.
Con información de Panorama.