Parte del recorrido hay que hacerlo casi a gatas: son alrededor de 100 metros por una cueva húmeda, con charcos de excremento de murciélago en el piso y afiladas rocas que sobresalen de las paredes y el techo.
Al final, es posible ponerse de pie. Es un recinto abovedado, con una pequeña laguna en uno de sus extremos.
Según la Policía Federal Mexicana, Servando Gómez Martínez, La Tuta, líder del Cartel de los Caballeros Templarios, traía aquí a sus enemigos y secuestrados. Era una cárcel, un lugar de castigo y tortura.
Sin embargo, en el último año el acoso sobre él fue tal que terminó usando estas cuevas, enclavadas en la Sierra de la Aguililla, muy cerca del lugar donde nació, como uno de sus últimos refugios.
Campaña
Con el más mediático de los capos, el gobierno mexicano parece haber decidido hacer una campaña igualmente mediática.
Además de su breve presentación en persona ante la prensa el viernes pasado, la Policía Federal organizó visitas con los medios a los escondites en los que La Tuta logré escabullirse durante más de un año en el estado de Michoacán, algo que no se hizo con Joaquín El Chapo Guzmán, quien al momento de ser detenido era el narcotraficante más buscado del mundo.
Todo esto coincide con una visita oficial que el presidente, Enrique Peña Nieto, realiza a Reino Unido.
La cita con los medios internacionales es en el hangar de la Policía Federal. La importancia que se le da lo muestra quién la conduce: el máximo mando de la Policía, Comisionado General Enrique Galindo Ceballos.
Será un viaje de varias etapas en helicóptero. Dicen que nos llevaran al corazón de lo que fue el imperio de Los Caballeros Templarios, en lo que se conoce como La Tierra Caliente, en Michoacán.
Lugares a los que, hace poco más de un año, nadie que no perteneciera a esa organización criminal podía entrar.
La Sierra
Desde el aire se observa por qué. La Sierra de la Aguililla empieza como una serie de suaves promontorios y colinas, pero luego se eriza de montañas pardas, en las que solo se ven jirones de verde en las vertientes y cañadas.
El primer lugar que visitamos está bien adentro de la cadena montañosa: el rancho “La Cucha”. Mientras los helicópteros aterrizan en el polvoriento lecho seco de un río, se observa el sitio: árido, completamente rodeado por la policía.
A cinco kilómetros de allí, dice el comisionado, quedaba el rancho de Nazario Moreno González, el Chayo, fundador junto a La Tuta de la Familia Michoacana y luego de Los Caballeros Templarios.
Sólo una carretera destapada (caminos de terracería los llaman en México) lleva a esta lugar, a unos 35 kilómetros de Apatzingán, otra ciudad que estaba bajo control Templario. Toma al menos hora y media hacer el recorrido en carro.
La Tuta utilizaba unos pequeños vehículos todo terreno para desplazarse por la zona. La Policía tuvo que comprar vehículos similares para perseguirlo.
Lo primero que sorprende es la sencillez del sitio. Una casa blanca con la infaltable Virgen de Guadalupe en una de las ventanas y pollos piando en los corredores. Un establo. Ovejas balando, perros ladrando. Sol despiadado.
El comisionado explica que este no era uno de los ranchos de lujo de los Templarios, sino un lugar de refugio. De hecho, lo tienen identificado como el último sitio donde se escondió Servando Gómez Martínez, hace ocho meses, antes de irse para Morelia, la capital del estado de Michoacán.
Luego nos llevan a donde pernoctaba. No la casa principal, sino una cabaña hecha con maderas sin pulir pintadas de rojo y techo de aluminio, en una colina detrás de las otras edificaciones.
El espacio es insuficiente para más de una cama y los únicos lujos son electricidad y una antena satelital. Pero Servando Gómez sabía que desde allí podría escapar con más facilidad hacia la cordillera en caso de un operativo sorpresa.
Las cuevas de Tumbiscatío
Otro vuelo en helicóptero, esta vez más corto y dentro de la misma sierra, para llegar al más peculiar de los escondites: las cuevas situadas en los límites entre Arteaga y Tumbiscatío, la zona donde, hace poco más de 49 años, nació Servando Gómez Martínez.
Es una región que La Tuta conoce como la palma de su mano y en la que, además, gozaba de apoyo de la población, ya fuera por miedo o porque recibían ayuda suya.
Un río transparente discurre cerca de la boca de la cueva, la cual está oculta detrás de promontorios de rocas.
La entrada está protegida por una puerta metálica, señal de que este lugar fue alguna vez una cárcel del cartel.
Luego, el recorrido de unos cien metros. Al final, en el recinto junto a la laguna, las autoridades hallaron lo mismo que en la cabaña del rancho: ropa, restos de comida y algunas botellas vacías de licor fino.
En la cueva aún se puede ver, brillando aquí y allá a la luz de las linternas, una botella de cerveza, envoltorios de galletas y vasos de plástico.
Es el desorden de alguien que ha salido a las carreras. Tan parecido a los rastros que he visto de otras personas en desgracia y a la fuga, como los de Pablo Escobar y sus hombres en Colombia a principios de la década de los 90.
El cerco final
Pero la captura de La Tuta no se produjo en las montañas donde nació, creció y se hizo intocable por años.
La Policía empezó a sospechar que se había trasladado a Morelia hace unos cinco meses, cuando lograron identificar a uno de sus mensajeros más cercanos. La prueba definitiva llegó el pasado 6 de febrero, día de su cumpleaños: un pastel fue llevado a la residencia de clase media donde finalmente se le capturó el 27 de febrero.
En los últimos años, el cartel de La Familia Michoacana primero y el de Los Caballeros Templarios, luego -y La Tuta personalmente-, parecían tener un duelo a muerte con la Policía Federal.
Al día siguiente de la captura, el Comisionado General de la Policía viajó a Michoacán, a un lugar muy específico: un entronque de la carretera Siglo XXI, que une al puerto de Lázaro Cárdenas con Morelia.
Allí, en julio de 2009, fueron encontrados los cuerpos torturados y sin vida de doce agentes federales que realizaban labores de inteligencia contra Servando Gómez Martínez. En uno de sus múltiple videos, La Tuta presumió de haber participado personalmente en la muerte de los policías.
En la ceremonia a los caídos, Enrique Galindo pronunció la simbólica frase “misión cumplida”.
En medio del ruido infernal del helicóptero en vuelo, le pregunto al alto mando qué sintió al ver a La Tuta por primera vez frente a frente. Qué le dijo.
“Le pregunté cómo había ocurrido lo de mis compañeros. Quería tocarle la conciencia. Me dijo que en eso se había equivocado y que sabía que la Policía Federal lo iba a detener. Lo dijo con soberbia, pero creo que le remordió la conciencia”.
Por: Juan Carlos Pérez Salazar / BBC Mundo