México dejó ayer de lado su orgullo y volvió abrir la puerta grande de las extradiciones.
En un sonoro golpe de efecto, el Gobierno de Enrique Peña Nieto puso en manos de Estados Unidos a 13 criminales de alta peligrosidad, entre ellos el legendario jefe de sicarios Édgar Valdez Villarreal, alias La Barbie, o el antiguo líder del cartel del Golfo, Jorge Costilla- Sánchez, El Coss. La magnitud de la decisión, sin apenas precedentes en este mandato, no se puede entender sin la reciente fugade Joaquín Guzmán Loera, El Chapo, de una prisión de máxima seguridad. La huida humilló al país y despertó profundas reticencias en el gran vecino del norte. Con la extradición, el Ejecutivo mexicano busca recuperar la confianza de Washington y, de paso, dejar claro al narcotráfico y al propio Guzmán Loera que no habrá otra oportunidad para él ni los suyos.
La extradición fue un arma que el anterior presidente, Felipe Calderón, empleó sin vacilar. En un mandato que pasará a la historia por haber desencadenado una enloquecida guerra contra el narco, con 80.000 muertos y 20.000 desaparecidos, la entrega de criminales a Estados Unidos sirvió tanto para exhibir la proximidad a Washington, como para poner coto a los mil subterfugios que ofrece el sistema penal mexicano.
La llegada de Peña Nieto al poder modificó esta ecuación. Las extradiciones se redujeron drásticamente y apenas se aplicaron a grandes criminales. A cambio, se puso en marcha una política de seguridad, muy en línea con la fibra patriótica del PRI, que buscaba demostrar que el Estado mexicano se bastaba a sí mismo para perseguir, juzgar y encarcelar a los capos. A favor de este giro jugó una opinión pública escaldada por la constante e hiriente intromisión estadounidense en operaciones antinarcóticos mexicanas. El paso del tiempo, sin embargo, fue reblandeciendo esta renuencia, hasta que el ascenso de una nueva procuradora general y la increíble fuga de El Chapo, con sus tenebrosas connivencias, la han puesto en la picota.
Estados Unidos, consciente de este giro, no dejó pasar la oportunidad y saludó la entrega como fruto de “una nueva era de colaboración”. “Las extradiciones no habrían sido posibles sin la estrecha y productiva relación con México y sus inquebrantables esfuerzos en la lucha contra el crimen organizado”, afirmó la fiscal general, Loretta Lynch.
En el paquete de extraditados caben todos los horrores. Hay acusados de asesinato, secuestro, lavado de dinero, narcotráfico y violación. Entre ellos figuran los tres miembros de la pandilla Barrio Azteca, acusados de haber matado en 2010 a una empleada del Consulado de EEUU en Ciudad Juárez, a su marido y al esposo de otra funcionaria. Pero por encima de todos, destacan José Costilla- Sánchez, alias El Coss, y Édgar Valdez Villareal, La Barbie. El primero, un antiguo oficial de policía, alcanzó en 2003, tras la caída de Osiel Cárdenas, la cúpula del cártel del Golfo. Desde ahí extendió un imperio de sangre, con centro en la convulsa Tamaulipas. Fueron años de plomo. Pero su continua y despiadada participación en las luchas intestinas del narco le debilitaron hasta el extremo de verse arrinconado por sus enemigos y perder el mando. El 12 septiembre de 2012 fue detenido.
La historia de La Barbie es aún más oscura. Bestial y explosivo, en sus manos la muerte fue siempre un juguete. Nacido en Texas, rechazó estudiar en la universidad para poder dedicarse al negocio de la droga. A principios de los noventa, perseguido por la policía, saltó a México y se unió al emergente Arturo Beltrán Leyva, El Jefe de Jefes. Ante el líder, mostró una extraordinaria capacidad para corromper militares, policías y funcionarios. Pero la confianza se la ganó con la sangre. La mutilación y la tortura le abrieron paso hasta convertirse en jefe de sicarios de Beltrán Leyva, y muerto este, del mismo Chapo Guzmán. Su capacidad letal y su dominio de las redes de información llevaron a El Chapo a encomendarle una misión casi imposible: enfrentarse a los temibles Zetas, un cártel formado por antiguos desertores del Ejército. La batalla se libró en Nuevo Laredo y Acapulco. Quién ganó es un misterio, pero en esta vorágine, La Barbie dejó su impronta.
Vídeos de tortura, decapitaciones y ejecuciones masivas. Entre sus prácticas más conocidas estaba dejar mensajes junto a los cadáveres de sus víctimas. Era el terror. El 30 de agosto de 2010 fue detenido. Ahora deberá enfrentarse en Estados Unidos a una larga serie de cargos por venta de cocaína y lavado de dinero. Unas imputaciones que, a juicio de los expertos, son mínimas frente a sus aberraciones, pero que asegurarán su condena.EL PAIS