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martes, 6 de septiembre de 2011

La factura del cemento

La brisa que sacude las hojas de los árboles llega con rumores de lluvia y acompaña el paso quedo de Rafael Nadal, que hoy se enfrenta en los octavos de final del Abierto de Estados Unidos al luxemburgués Gilles Müller (19.00, Canal Plus deportes). Sobre las piernas del español han descansado ya bolsas de hielo. Sobre su cuádriceps y su isquio, electrificados el domingo por dos violentos calambres, se han afanado ya las manos de Rafael Maymò, su fisioterapeuta. Sobre esos músculos explosivos, en plenitud durante la práctica, ya han actuado las bebidas hidratantes y proteicas. Nadal se entrena de buena mañana, evitando el calor. Durante el torneo, el cemento de las pistas ha alcanzado los 50 grados. "Hay una epidemia de ampollas", describe Ignacio Muñoz, el médico de la federación. Peor: 14 tenistas han abandonado sus partidos (el récord era 12, en Wimbledon 2008) y otros cuatro ni siquiera salieron a disputarlos.

"Rafael no tiene ningún problema. El calambre no tiene importancia", dijo Toni Nadal sobre su sobrino. "Ya lo tuvo en el vestuario, fruto del calor excesivo, de la humedad y de sudar más de la cuenta", continuó el técnico, que vio cómo el número dos mundial perdía el saque contra el argentino David Nalbandian cuando servía para hacer suyo el encuentro (le ha ocurrido en cuatro de sus seis últimos partidos, excluido el ganado por abandono del francés Nicolas Mahut en la segunda ronda) y que sabe que esas dudas se reflejan sobre todo ante el serbio Novak Djokovic: en cuatro de las cinco derrotas contra él en 2011, el español perdió el saque justamente cuando se jugaba igualar el marcador o perder un parcial. "He echado en falta un pelín de tranquilidad a la hora de cerrar el partido", admitió el mallorquín tras vencer a Nalbandian. "Lo que le pasó es que sacó a contraviento", continuó Toni, "y, por lo que me dijo luego, es que estaba bastante cansado en el tercer set".

Los problemas físicos de Nadal, esos calambres y ese cansancio bajo el tremendo sol del verano, son el último argumento de un debate, el de las 18 retiradas, que divide al vestuario en tres bandos. Uno, el mayoritario, se lanzó a criticar la dureza del cemento ("matapersonas", le calificaron) y se felicitó por que el próximo curso se reduzca en dos semanas el calendario. Otro, el de los médicos, evitó las explicaciones maximalistas ("no hay una causa común: hay desde torceduras de tobillo hasta fiebres; influye la acumulación de partidos en la temporada"). Y el tercero, tan minoritario que solo incluyó a un tenista, aportó otra perspectiva. El suizo Roger Federer, que anoche jugó contra el argentino Juan Mónaco en los octavos, también planteó la responsabilidad de los tenistas. "¿Hubo alguno que quizás jugó demasiado este año?", se preguntó el número tres, subrayando sin decirlo que solo los mejores (él mismo, Djokovic, Nadal y el británico Andy Murray) descansaron tras Wimbledon mientras que los restantes perseguían más puntos y más dinero en torneos menores. "¿Hubo alguno que quizás estuvo demasiado tiempo jugando lesionado?", insistió, pensando quizás en todos los que se esforzaron en challengers y otras citas para lograr los puntos necesarios para superar el corte de entrada al grande norteamericano, que asegura 19.000 dólares, casi 13.500 euros, a los derrotados en primera ronda. "Eso sale a relucir en partidos a cinco sets. En esas circunstancias no se puede ocultar", concluyó.

Nunca hubo un tenista que dominara tanto con la mente como Nadal. Hoy tiene calambres y dudas. También, un plan. Primero, superar el duro escollo de Müller, un sacador tremendo. Luego, con las piernas afinadas por los cinco sets de esta competición, la compensación necesaria para un verano sin casi partidos, asaltar el título como Atila con sus ejércitos. Según gane confianza, intentará aumentar la velocidad de su servicio. Según recorra kilómetros, la fuerza en las piernas. Y según pueda ir ganando encuentros, Nadal, hoy irregular, se parecerá aún más a sí mismo, al campeón que destruye cerebros.

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