El City aprende a perder
Cayó el último invicto en la Premier League. Quince partidos después el
Manchester City perdió y lo hizo justo después de quedar apeado de la Liga de
Campeones. Ahora su derrota en campo del Chelsea le recorta la ventaja que
disfrutaba en la competición doméstica. Ya no es que tenga al United a tan solo
dos puntos, sino que engancha a los londinenses a siete, un rival que necesitaba
la victoria tanto como temía la derrota, que le hubiera dejado a trece puntos de
la cabeza.
El City decayó tras un inicio de ensueño, comenzó intrépido y acabó mezquino.
Tan virtuoso fue, que durante un gran tramo del partido dejó la impresión de
jugar siempre por debajo de su talento, como si guardara un par de marchas más a
la espera de que las engranara alguno de sus talentos del trío atacante. Es el
caso de David Silva, siempre delicioso en el juego en corto, en esos apoyos en
los que en ocasiones se decanta por las soluciones más alambicadas. Le ocurrió
cuando su equipo mandaba en el marcador y se gustaba, tras un rondo que hubiera
firmado el mismísimo Guardiola. El canario quiso aclarar espacios en el área con
un regate de más cuando tenía franco el disparo: contactó con Bosingwa, pero el
árbitro no señaló penalti.
Fue ahí, frisando el cuarto de hora de partido, cuando el Chelsea comprendió
que se iba al precipicio. En ese interín Balotelli les había marcado un gol en
un visto y no visto en el que Agüero ejerció de pasador, Ivanovic de
facilitador, mal colocado en la línea para defender, y el sin par genio italiano
de rematador. En ese frenético cuarto de hora tuvo el segundo Agüero y Stamford
Bridge empezó a sentir que su equipo era muy inferior, a mirar hacia el
banquillo, donde esperaban tipos como Lampard, Mikel, Malouda o Torres, aparcado
en la banda incluso cuando su equipo precisaba gol. Es la apuesta de
Villas-Boas, que ya puede tener un buen sostén desde un palco tan proclive a
variar de entrenador. No es baladí sentar a todo ese elenco en el banquillo y
dar vuelo a jóvenes como Ramires, Oriol Romeu, Mata o Sturridge.
No golpeó el City cuando tenía al rival noqueado y encontró penitencia. No se
puede decir que creciera el Chelsea, más bien primero dejó de sufrir, luego
marcó en la primera opción clara que generó, justo cuando Villas-Boas había
maniobrado para encomendarle a Mata que buscara juego desde posiciones más
centradas a las que ocupó de inicio. El gol rescató a los londinenses cuando
algunas de sus piezas empezaban a asentarse tras un inicio titubeante, a
conectar con una delantera desasistida. Ahí estaba Sturridge, por la derecha,
pegado a la cal. La primera vez que encontró en un mano a mano a Clichy lo
destrozó para regalar el empate a Raúl Meireles, tan duro como llegador.
El empate no alteró el paso del City, capaz como pocos equipos de las Islas
para combinar, pero entregado a buscar el contragolpe. La victoria se le empezó
a escapar cuando sintió prisa por llegar a Cech, curiosamente cuanto más se
apuró menos caminos encontró hacia la meta. Al Chelsea si le agitó la paridad.
Intuyó que si tras el chaparrón llegaba al descanso empatado el futuro solo
podía deparar buenas noticias. Acabó de hacerse con la pelota, la peor noticia
para Silva, que pasó de esencial a irrelevante, más cuando Clichy se ganó en
apenas cinco minutos dos tarjetas amarillas y el City se quedó en
inferioridad.
Fue entonces cuando Mancini dio por bueno un punto y el equipo que comenzó el
partido imperial y dominador se empequeñeció para agruparse en torno a su área.
Kolo Toure entró por Agüero, termómetro que diagnóstico el sofoco del técnico
italiano. Diez minutos después, con 20 minutos por jugar, cambió a Silva por De
Jong y reculó veinte metros. No le sobra fútbol al Chelsea, pero si empuje y
alguna individualidad como Sturridge, decisivo otra vez para forzar un penalti
por manos de Lescott que Lampard convirtió en el gol de la victoria.
EL PAIS