A veces, para mirar en retrospectiva un período de tiempo, hay que dar un paso atrás. O veinte. Hace veinte años, México supuestamente se aprestaba a ingresar en el primer mundo. El boleto de entrada era el Tratado de Libre Comercio de América del Norte. El presidente Carlos Salinas de Gortari era entonces saludado como un modernizador, el hombre que estaba empujando a México hacia el Siglo XXI.
El 1 de enero de 1994, cuando entraba en vigor el tratado, se produjo en Chiapas el levantamiento Zapatista. El historiador Enrique Krauze, en su libro “Redentores: ideas y poder en América Latina”, lo describió así: “Era como si se precipitara sobre nosotros un meteorito, pero no del espacio sideral sino del pasado”.
Así era. El levantamiento insurgente le recordó al país que la modernidad es un espejismo si a ella no entra toda la sociedad. Si mientras algunos viven en el primer mundo, muchos otros medran en una suerte de Edad Media.
El que siguió fue uno de los años más convulsos en la historia reciente de México, que incluyó el asesinato del candidato del PRI -y casi seguro presidente- Luis Donaldo Colossio.
El escritor Jorge Volpi le dedicó un libro a ese año (“que modificó el rumbo del país’): “La guerra y las palabras, una historia intelectual de 1994″.
Que yo recuerde, sólo 1968 había ameritado libros similares, uno de ellos de Carlos Fuentes.
Que yo recuerde, sólo 1968 había ameritado libros similares, uno de ellos de Carlos Fuentes.
Adelantemos 20 pasos, hasta 2014. Por sus propuestas de reformas -sobre todo la controvertida energética- el presidente Enrique Peña Nieto es saludado en el exterior -en revistas como The Economist y Time- como un modernizador. Como el hombre que va a sacar a México de su sopor y a instalarlo, definitivamente, en el Siglo XXI. Time, en su portada de febrero de 2014, lo exalta como el salvador de México.
El remolino de la historia
Como en otros países latinoamericanos, la vida diaria de México es un remolino para los periodistas. Los acontecimientos se suceden de manera tan precipitada y estruendosa que es casi imposible hacerles el seguimiento que ameritan. La matanza de hoy hace olvidar la masacre de ayer. Pero incluso en ese contexto, este fue un año raro.
Para el presidente de Enrique Peña Nieto no pudo empezar mejor: con la captura, en febrero, de Joaquín “El Chapo” Guzmán, el narcotraficante más buscado del mundo. El único que, por su halo de leyenda, podía compararse con el colombiano Pablo Escobar.
También estuvo el acuerdo que lograron con las autodefensas de Michoacán -que tenían arrinconado al cartel de los Caballeros Templarios- para legalizarlas como guardias rurales.
Después, por supuesto, la serie de reformas que, como una aplanadora, aprobaron Cámara y Senado: educativa, de telecomunicaciones, financiera, fiscal… Y la joya de la corona: la reforma energética, que abría la puerta a la participación de capital privado en la industria petrolera.
Esto generó debate y rechazo interno -con acusaciones, incluso, de utilizar el Mundial de Fútbol en Brasil para pasarla subrepticiamente- pero en el exterior fue recibido, mayormente, con satisfacción.
Entonces ocurrió Ayotzinapa.
43 estudiantes desaparecidos
Una desgarradura más profunda, un absceso más pestilente es difícil de imaginar.No sólo fue el dolor y la indignación por la desaparición -y probable asesinato- de los 43 estudiantes de la Normal de Ayotzinapa.
No fue todo lo que reveló. El secuestro de los estudiantes eras sólo “la punta del iceberg”, como me dijo el padre de una familia desaparecida en Iguala.
El caso mostró hasta qué punto ha penetrado el narcotráfico en algunas poblaciones del país. En la práctica, Iguala -la tercera ciudad del estado de Guerrero, con 150 mil habitantes- era controlada por narcotraficantes.
Según las investigaciones de la Procuraduría General (fiscalía), el exalcalde José Luis Abarca le pasaba mensualmente dinero de las arcas públicas al cartel de los Guerreros Unidos. Y buena parte de la policía municipal de Iguala y de Cocula estaba al servicio de esa organización criminal.
Un grupo tan seguro de su poderío e impunidad en la zona que, como señores de la guerra en la Edad Media, no dudaron en desaparecer a 43 jóvenes y asesinar a seis personas más en una noche. A una de ellas la desollaron viva.
La respuesta la dieron el experto Edgardo Buscaglia y el nuevo secretario Gobernación del estado de Guerrero.Si eso ocurría a tres horas y media de Ciudad de México, en una población con buenas vías de acceso, con una guarnición militar cerca, ¿qué puede estar sucediendo en otras regiones alejadas donde los narcotraficantes son amos y señores?
Buscaglia, exasesor de las Naciones Unidas e investigador de la Universidad de Columbia, ha dicho que el 74% de los 2.240 municipios de Mexico se encuentra infiltrados por el narcotráfico.
El recién nombrado secretario de Gobierno, David Cienfuegos, dijo a BBC Mundo que no descarta que otros municipios de Guerrero se encuentren en la misma situación. O peor.
“Me parece que puede suceder eso. Y que puede incluso hablarse de casos más escandalosos. El estado de Guerrero tiene 81 municipios y muchos de ellos no tienen la comunicación que tiene Iguala. (…) Ni política ni respecto de los medios”.
Conmoción
La desaparición de los estudiantes fue el gran tema del año en México. Desde el 26 de septiembre, no ha salido de las primeras planas. Por la manera como se ha sabido, a cuenta gotas, lo que ocurrió con los jóvenes esa noche, como por la conmoción y furia que ha causado en la sociedad mexicana.
Marchas multitudinarias, revuelo en las redes sociales, defenestraciones políticas, arrestos, renuncias, mea culpas…
El remolino vertiginoso fue esta vez un sólo tema y sus consecuencias. Nada pudo acallarlo, ni siquiera la captura de dos de los capos más buscados: Vicente Carrillo Fuentes y Héctor Beltrán Leyva, detenidos con pocos días de diferencia a principios de octubre.
Muchas veces los medios no supieron cómo medir lo que sucedía. Y entonces recurrieron a los extremos. Así cómo algunos hablaban antes de un presidente que iba a salvar al país, ahora otros consideraban que México estaba en una especie de efervescencia prerrevolucionaria. Y sin empacho anunciaban que desde 1910 no se veía algo así.
Yo, como corresponsal extranjero, también trate de buscar analogías, puntos de comparación. Y sigo creyendo que la más adecuada es con movimientos como Occupy Wall Street, los Indignados en España o el “Que se vayan todos de Argentina”.
Quizás también me equivoco.
Sólo el futuro dirá es si esta indignación mexicana (de la que ningún partido político ha podido sacar provecho) tendrá como su momento más alto marchas como la del 20 de noviembre en Ciudad de México o sí se transformará en algo más permanente, que pueda lograr cambios estructurales en una sociedad que realmente los necesita.
Tal vez dentro de dos décadas, cuando leamos los libros que se escriban sobre 2014, seamos capaces de medir lo que significó este año en que vivimos en medio de la furia y el vértigo.
Por: Juan Carlos Pérez Salazar / BBC Mundo