Cuando trabajaba de profesor en Bangladesh, Muhammad Yunus conoció los abusos de los usureros y decidió prestar dinero a la gente para que pudiera rehacer su vida. Estos fueron los primeros pasos para la creación de las microfinanzas. Una labor por la que fue galardonado con el Premio Nobel de la Paz y que este mes le ha llevado a Valladolid a la V Cumbre Mundial del Microcrédito en la que se ha marcado el reto de sacar a cien millones de familias de la pobreza.
—¿Cómo se ha llegado hasta aquí? ¿Qué ha fallado en el sistema?
—Estamos ante una nube global deprimida, decepcionada. El sistema no ha funcionado, se ha colapsado, el paro es extremadamente alto, la banca está en problemas y el euro también. Pero la gente tiene que convencerse de que nada está acabado.
—¿Por que nadie hizo nada antes?
—Esperábamos que las cosas funcionaran de alguna forma por sí solas. Lo veíamos venir pero dejamos que el sistema funcionara y falló.
—¿Ha sido Occidente egoísta?
—Los problemas en Occidente se sienten ahora porque es donde floreció el capitalismo. En Oriente veíamos los problemas de la pobreza y las enfermedades de una forma más clara. Sabíamos que el sistema era el que estaba creando todo esto. Lo que nosotros sentíamos ha explotado ahora en Occidente. Los microcréditos nacieron en Bangladesh y no en países ricos porque allí no tenían este problema. Nosotros lo tuvimos que hacer por necesidad. Ahora los microcréditos también son necesarios en los países ricos.
—¿Qué poder tienen las microfinanzas en un primer mundo devastado por sus mercados?
—Cuando el sistema ha estado basado en principios que han fallado y se ha colapsado, los microcréditos se vuelven más relevantes porque funcionan, ayudan a la gente que necesita empezar su propia vida.
—Aboga por este tipo de préstamos para cambiar el mundo ¿Cuánto tiempo tiene que pasar para que noten sus efectos?
—No es la única vía. Por sí sólo no puede cambiar el mundo. Trabajamos para alcanzar los Objetivos del Milenio. Si tenemos éxito se reducirá la pobreza a la mitad en 2015. Existen dos fuerzas enfrentadas. Por un lado, están los microcréditos y los negocios sociales que empujan hacia esa dirección. Pero también hay una fuerza negativa que es la crisis financiera y las grandes empresas que fallan y tiran hacia atrás.
—Se han denunciado intereses abusivos en algunos microcréditos. ¿No desvirtúan la intención social del conjunto?
—Los usos abusivos no son microcréditos. Es cierto que la existencia de prácticas poco éticas puede crear una mala imagen. En la cumbre de Valladolid se ha acordado un mecanismo para identificar los microcréditos verdaderos, de manera que estos se acojan a un Sello de Excelencia.
—Con estas finanzas los fondos mínimos llegan a las personas pero los problemas estructurales del tercer mundo persisten, ¿cómo atajarlos?
—Es un problema muy complejo. Hay que intentar mejorar los mecanismos de los Gobiernos para llegar a la población. Se podrían crear organismos fuera de la burocracia para poder atender al pueblo y sus problemas. Los negocios sociales podrían ser la solución. Estarían en contacto con el sistema, pero no serían parte de él, porque si no los mecanismos terminan siendo muy políticos y se acaba buscando el beneficio de continuar en la política y no de ayudar.
«Ataque» del Gobierno de Bangladesh
—Pasó de ser un héroe en su país a ser acusado de corrupción y retirado de la dirección del banco que fundó ¿Cree que ha perdido credibilidad?
—Hemos soportado críticas desde el principio. Primero porque trabajábamos para las mujeres y a los hombres no les gustaba. No es nuevo, pero esta vez se ha tratado de un ataque mayor desde el Gobierno.
—¿Le gustaría recuperar su puesto en el Grameen Bank del que fue expulsado?
—No estoy interesado en recuperar mi puesto. Lo único que quiero es asegurarme de que el Grameen continúa trabajando independientemente.
ABC