Échale un vistazo al mapa del norte de Chile y busca nombres de lugares en inglés. Encontrarás uno muy particular: Humberstone
Es un viejo pueblo minero en el desierto de Atacama, a algunos cientos de kilómetros de distancia de la frontera de Chile con Perú y Bolivia.
Se llama así por James Humberstone, un ingeniero químico británico que emigró a Sudamérica en 1875.
Hizo una fortuna a punta de salitre, un material común en el “caliche”, la corteza del desierto rica en nitrato, que se usaba para producir fertilizantes.
Durante un tiempo al final del siglo XIX y principio del XX, casi todo el salitre del mundo provenía del desierto de Atacama.
Era conocido como “oro blanco” y tenía una gran demanda en los países industrializados de Europa, que requerían grandes cantidades de fertilizantes para cultivar la comida con la que debían alimentar a sus cada vez más grandes poblaciones.
“Durante la era de oro del salitre, entre 1880 y 1930, era monumentalmente importante”, dice Julio Pinto, un historiador de la Universidad de Santiago, en la capital chilena.
“El salitre representaba entre 60% y 80% de las exportaciones y entre el 40% y 60% de los ingresos fiscales del país. Chile vivía literalmente de un solo producto: el salitre”.
Un negocio agotador
Humberstone fue uno de docenas de pueblos salitreros, todos ellos atrapados en el vasto e inhóspito Atacama.
Fue fundado en 1872 y originalmente se llamaba La Palma. En su apogeo fue hogar de alrededor de 3.500 personas.
“Todo pasaba en la ciudad”, dice Osiel Rodríguez, de 78 años y quien vivió allí cuando era niño, en la década de 1940
“Nuestro contacto con el resto del país, e incluso con la región circundante, fue mínimo”.
“Nuestro contacto con el resto del país, e incluso con la región circundante, fue mínimo”.
La excavación de salitre era una empresa agotadora. Los trabajadores estaban fuera todo el día bajo un sol abrasador, con poca agua o sombra.
En 1889, el conocido corresponsal del diario The Times William Howard Russell, visitó Humberstone y las poblaciones salitreras circundantes, diciendo que le recordaban a las minas de carbón y hierro del norte de Inglaterra.
“El trabajo no cesa, cuadrilla tras cuadrilla, trituradoras de salitre, calderas para hervirlo y cocinarlo en sus propios jugos… y el nitrato de sodio saltando a los tanques noche y día para ser enviados por todo el mundo”, escribió Russell.
“Hay un parecido general a una planta de gas, con las particularidades de una mina de carbón”, observó el periodista, señalando “los asentamientos miserables donde los obreros y sus familias viven”.
Por encima de las fábricas estaban las “esbeltas chimeneas, sobresaliendo encima de masas de maquinaria negras y pardas, vomitando humo, vapor blanco saliendo de las calderas de abajo”.
La causa de la guerra
El salitre era tan importante para los chilenos que estaban dispuestos a ir a la guerra por él.
Humberstone estaba en territorio peruano en la década de 1870 y muchos de los otros pueblos salitreros pertenecían a Bolivia, a pesar de que la mayoría de las empresas que operaban en la zona eran chilenas, respaldadas con inversión británica.
En 1878, Bolivia incrementó los impuestos que una importante compañía anglo-chilena pagó sobre sus exportaciones de nitrato.
Los chilenos se indignaron y desplegaron tropas en el norte, como señal de protesta.
La Guerra del Pacífico duró cuatro años y cobró miles de vidas.
Los chilenos ganaron y anexaron una gran franja de territorio rico en nitrato que pertenecía a Bolivia y Perú, una manzana de la discordia todavía por estos días.
“El salitre fue fundamental para la guerra”, dice Pinto.
“Una vez que había comenzado, el objetivo principal del gobierno chileno fue la ocupación permanente de la provincia boliviana de Antofagasta y la provincia peruana de Tarapacá”, dice.
La estocada final
Una generación más tarde, otra guerra ponía fin a la industria salitrera.
Cuando la Primera Guerra Mundial estalló, los británicos bloquearon las exportaciones de salitre a Alemania.
Eso llevó a los alemanes a buscar alternativas, así que inventaron sustitutos sintéticos que podrían ser utilizados para hacer abono.
De repente, nadie necesitaba nitrato chileno y la industria se derrumbó.
En estos días, Humberstone es un pueblo fantasma. Nadie ha vivido o trabajado aquí durante medio siglo.
Pero se ha conservado bien en el aire seco del desierto.
Todavía se puede ver la antigua tienda de la compañía donde los trabajadores compraban sus alimentos y provisiones.
Muy cerca se encuentran los restos de un hotel y una piscina.
Hay maquinaria pesada de fabricación británica desparramada por todo el lugar.
Humberstone es ahora patrimonio de la humanidad de las Naciones Unidas.
La Unesco trabaja en un plan para restaurarlo y acoger futuros visitantes en este rincón árido de América del Sur, rico en minerales y rico en historia