Un equipo de Youngstown (Ohio) acababa de ganar la liga infantil de béisbol y decidió celebrarlo en la piscina municipal. Eran los años 40. Todos los jugadores eran blancos excepto uno, Al Bright. Todos pudieron bañarse menos él. Las instalaciones públicas estaban segregadas y, solo tras la insistencia de sus compañeros, los socorristas accedieron a que Bright entrara en la piscina bajo la condición de que utilizara una colchoneta. “Ante todo, no toques el agua”, le dijeron, en una anécdota recogida en el libro ‘Contested Waters’, del historiador Jeff Wiltse. El resto de nadadores, además, tuvo que salir del agua.
Incidentes como éste inspiraron al movimiento por los derechos civiles de los afroamericanos a incluirlas entre sus lugares de protesta, como boicotearon los autobuses en Alabama o provocaron sentadas en los restaurantes que sólo servían a blancos. En 1964, un grupo de jóvenes negros saltó al agua en la piscina de un hotel en St. Augustine (Florida) para protestar porque se les prohibía la entrada. El dueño del hotel, James Brock, intentó expulsarles arrojando ácido en el agua.
“Las piscinas han sido históricamente espacios controvertidos donde los estadounidenses han expresado sus prejuicios de una manera que no se hace en otros lugares públicos”, explica Wiltse, profesor de la Universidad de Montana y autor del libro sobre la segregación racial en las piscinas estadounidenses.
Este fin de semana, un policía irrumpió en una fiesta vecinal en Dallas (Texas) y apuntó con una pistola a varios adolescentes en bañador. A pesar de la suspensión del agente, el país, inmerso en un intenso debate sobre la desigualdad socioeconómica y racial entre blancos y minorías, revive estos días las tensiones causadas por la época de la segregación racial en las piscinas, que todavía hoy escenifican esa división en algunas regiones del país.
Wiltse explica en una entrevista que las piscinas municipales han servido históricamente como “escenarios” de conflictos sociales al ser uno de los pocos espacios urbanos donde coinciden grupos de población que no tienen por qué interactuar en otros lugares. “Antes a lo mejor se veían al cruzar la calle. [En las piscinas] esperaban en la fila para entrar, casi desnudos, y luego se bañaban en el mismo agua”.
El historiador define estos centros de ocio como los catalizadores de las “ansiedades sociales y temores” que sienten las personas en torno a la higiene y las costumbres de los demás. “Son un espacio único, íntimo, donde los bañistas, apenas cubiertos, están expuestos a la mirada de otros y además comparten el mismo agua”, explica. “Es donde los estadounidenses han expresado abiertamente preocupaciones relacionadas con la clase económica y con la raza”.
Los jóvenes que festejaban en Texas alegan que varios vecinos les gritaron que regresaran a la “Sección 8”, un barrio de viviendas públicas para ciudadanos sin recursos, según declaró una de ellas aThe Washington Post. Estaban celebrando en una piscina comunitaria de una urbanización privada, convocados por una de las residentes, en una zona que no cuenta con piscinas municipales. Para Wiltser, el incidente tiene “claras connotaciones raciales” aunque apunta que en el contexto actual esto casi tan importante como las divisiones de clase económica entre una y otra parte de la ciudad. “Parte de los vecinos eran afroamericanos. Eso nunca hubiera sucedido hace apenas 30 años”.
“Cuando los afroamericanos ganaron acceso igualitario a las instalaciones, los blancos ya las habían abandonado por sus piscinas privadas”, asegura el autor en ‘Contested Waters’. Wiltse atribuye al fin de la segregación racial el aumento de la construcción de piscinas privadas a partir de los años 50. Hacia 1970 decenas de millones de americanos blancos “nadaban en sus jardines o en clubes privados mientras que negros y latinos utilizaban las piscinas municipales”. La construcción de tantos espacios privados responde, entre otras razones, "al deseo de excluir a los americanos no blancos”, afirma el historiador.La transformación de estas instalaciones es un espejo de la que atravesó el país en el siglo XX en materia de integración racial. En los años 20 las piscinas estaban concebidas como baños públicos que compartían todos los miembros de la sociedad. Tres décadas después se habían convertido en zonas de ocio “donde nadaban todos menos los afroamericanos”, explica Wiltse. A pesar de que muchos de ellos ganaron las batallas legales que acabaron con la segregación racial en las piscinas, blancos y negros casi nunca nadaron juntos.
A partir de los años 50, el número de piscinas privadas -un ejemplo de extremada riqueza hasta entonces- se multiplicó desde 2.500 hasta más de cuatro millones, según The Atlantic. La privatización de estos centros fue una de las respuestas al fin de la segregación. En 1957 una demanda judicial logró que se aceptara la entrada de negros en una piscina de Marshall, Texas. Inmediatamente después la ciudad votó vender todas las instalaciones recreativas a un club privado que sí tenía derecho a declararla como de uso exclusivo para blancos. El Tribunal Supremo prohibió la segregación racial en espacios privados en 1973. EL PAIS